Frente a frente (I)

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Lulorha la miró con sorpresa y curiosidad. Conocía a los otros mercenarios de los que hablaba, con los que habían combatido tanto en el mismo bando como en contrarios. Ambos grupos se respetaban y, aunque había algo de rivalidad entre ellos, cuando combatían los unos contra los otros, solía haber muchos heridos pero raras víctimas.

Ella tenía un dispositivo similar al del otro mercenario, para avisar a su cliente. Habiendo recibido las mismas instrucciones y conociéndolo, estaba segura de que no era una falsa alarma. El jefe del otro grupo era demasiado orgulloso como para avisar por algo que podía manejar en persona.

–¿Sería posible ir? Me gustaría saber qué puede pasar aquí en el futuro– pidió la mercenaria.

Normalmente, era más lanzada, más directa, pero está vez había hecho lo posible para pedirlo con la máxima educación. Era consciente de que la petición a su clienta era irregular, y que podía ser imposible de realizar. Por algo estaba la habitación de transporte sellada, porque era un secreto.

Estaba a punto de decirle que podía vendarle los ojos si era necesario. Uno de los motivos de querer ir era por curiosidad, pero sobre todo quería información. Saber a qué se podían enfrentar podía salvar vidas. Y ella era responsable de los suyos.

–Vale, vamos– respondió la vampiresa, no dándole más importancia.

La razón de la habitación era por seguridad, por precaución. No creía que su habilidad de crear Portales tuviera que ser un secreto. No sabía cuán excepcional era. Así que simplemente creó el Portal allí, sin más, para estupefacción de Lulorha, que se quedó petrificada.

–¿Vienes o no?– insistió.

–Voy, voy– se apresuró la guerrera, atónita.

Cuando llegaron a una habitación vacía, con tan sólo un extraño dibujo en el suelo, no supo qué pensar. Aunque nunca lo había visto, había oído sobre una magia ancestral capaz de hacer lo que acababa de experimentar. Sin embargo, era tremendamente difícil de aprender, y sólo las razas más longevas podían dominarlo después de muchos años. A veces, cientos.

Sin embargo, aquella vampiresa no sólo parecía joven, sino que actuaba como tal. Así que se la quedó mirando, preguntándose quién era en realidad, si no había estado completamente equivocada al valorarla.

No obstante, no dijo nada. Siguió a Gjaki, que desactivó una de las trampas para que su invitada pudiera pasar.

Quienes estaban de guardia se sorprendieron al ver a la mercenaria junto a su clienta. No se podían imaginar qué estaba haciendo allí, pero tampoco pidieron explicaciones.

–¿Dónde está Shabeladag? ¿Sabéis si ha pasado algo?– preguntó Gjaki antes de que pudieran saludarla.

–Estaba de guardia frente a la mansión. Supongo que retándolos como siempre. No ha pasado nada, que nosotros sepamos– aseguró uno de ellos.

La vampiresa asintió con la cabeza y se dirigió a toda prisa a la salida del edificio, y hacia la mansión. Los mercenarios se quedaron mirando sin entender qué sucedía. Nunca la habían visto con tanta prisa.



–¿Cuál es vuestra excusa para traicionar a vuestra patrona?– inquirió Krovledi, claramente hostil.

Había llegado a la mansión de Cluasde a través del portal que había entre las de ambas. Tras ello, había salido con ella y un pequeño ejército de vampiros para enfrentarse a lo que allí hubiera.

Los mercenarios se habían replegado en una férrea formación. Su jefe, un hombre-tigre de pelaje blanco, había activado una señal. Había reconocido a la vampiresa, y su presencia era una de las razones para activarla.

Sabía que su situación no era buena, pero tampoco desesperada. Con Krovledi, los vampiros eran superiores a ellos, pero no saldrían indemnes si los atacaban. Además, el resto del grupo de mercenarios llegarían pronto para reforzarlos.

Sin duda, Krovledi podría eliminarlos uno a uno con facilidad, pero ellos no luchaban solos. Y enfrentarse a un grupo tan cohesionado como ellos no era tarea fácil, sobre todo si tomaban una disposición defensiva. Así, a ninguno de los dos bandos les interesaba un enfrentamiento directo. Esa era la única razón por la que la vampiresa estaba hablando con ellos.

–Creo que no estás bien informada. Nos despidieron, así que estábamos libres. Otros nos contrataron, así que ahora cumplimos nuevas órdenes– respondió Shabeladag, el jefe de los mercenarios.

–¿Quién os ha contratado?– inquirió ella, frunciendo el ceño.

Por una parte, no quería empezar un combate allí. Temía que alguno de sus hermanos pudiera aprovechar para intervenir mientras estaba en medio de una pelea, poniéndola en un serio aprieto. Por la otra, quería despellejar a aquellos mercenarios para averiguar quién estaba detrás.

–Sabes que no podemos decirlo– respondió éste, jugueteando con su arma.

Era una especia de lanza, con la particularidad que tenía punta en ambos extremos. El mercenario estaba deseando usarla, entrar en combate, incluso contra aquella vampiresa. Sin embargo, a pesar de desearlo, tampoco era tan imprudente. Lo había sido de joven, pero había aprendido a controlarse.

No obstante, y a pesar de los años, su sed de batalla seguía viva. Podría decirse sin riesgo a equivocarse que era un maníaco de los combates, al igual que muchas de sus tropas. Pero también tenían mucha experiencia. Por ahora, lo mejor que podían hacer era ganar tiempo.

Krovledi apretaba los puños con fuerza, sumamente irritada. Los miraba fijamente, buscando una oportunidad. Pero, aunque parecieran relajados, los mercenarios estaban totalmente preparados. Cualquier ataque, por poderoso que fuera, se encontraría con la defensa conjunta de todos ellos.

–¡Oh! ¿Habéis montado una fiesta y no me habéis invitado? ¿Cómo puedes ser así, Shabi?– se escuchó de repente una poderosa voz femenina.

La aparición de la musculosa mercenaria cogió por sorpresa a todos, en especial a Shabeladag. Él sabía que había sido contratada por su misma clienta, y que estaba haciendo un trabajo similar en otro condado.

–¿Qué hace aquí? ¿Cómo ha llegado aquí tan rápido y justo ahora?– se preguntó el mercenario, sin decirlo en voz alta –Espera, eso sólo puede significar una cosa. Nuestra patrona está aquí.

Un leve cruce de miradas le confirmó que estaba en lo correcto. Aunque no siempre en el mismo bando, se conocían de hacía mucho.

–¡Luli! ¡Si te mandé una invitación! ¿Cómo es que no te ha llegado?– le siguió el juego

–¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con Fangorm?– interrumpió Krovledi, totalmente fuera de sí. Sentía que la situación se salía de su control.

–¿Fangorm? Nos despidió, así que pensé en darme una vuelta por aquí– respondió Lulorha.

Krovledi la miró fijamente. Estaba segura de que algo estaba tramando, pero no sabía el qué.

–¡¡Aaaaarrrgh!!– se oyó de repente un grito.

La vampiresa se giró, para encontrarse a Cluasde en el suelo, inerte, su cuerpo bañado en sangre. Junto a ella, había una vampiresa de pelo plateado con la boca ensangrentada, aunque no de su propia sangre. No tardó en reconocerla, y creyó estar viendo un fantasma.

–¿Tú...? ¿Qué... Qué haces aquí?

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora