En grupo: última planta

191 47 0
                                    

Contra tantos enemigos, no era suficiente con esquivar en un mismo lugar. Eran demasiados a la vez, y no podía tenerlos a todos controlados, así que necesitaba dispersarlos, por mucho que estar en un mismo lugar lleno de muros resultara conveniente.

Creo un circuito alrededor de la caverna que recorría continuamente, corriendo a una velocidad no muy elevada para que la fueran alcanzando unos pocos cada vez, cinco o seis como mucho.

Se paraba frente a un muro, dañándolos con el látigo, sobre todo con la combinación de Roce y Toque Tenebroso. También saltaba entre ellos, golpeándolos con el pie, rodilla, codo, puño o la mano extendida, con diferentes movimientos de Artes Marciales. A veces, los atravesaba con Punta de Lanza, e intentaba empujarlos o atraerlos a los muros.

Cuando pasaban de esos cinco o seis, se movía a otro muro, dejando que los de antes se sumergieran de nuevo en la tierra y otros la alcanzaran.

Poco a poco, los fue debilitando, hasta que la lombriz jefa quedó aniquilada por completo y pudo reunirse con sus compañeros. Estos querían parecer tranquilos, pero no les era fácil disimular su impaciencia, siendo más evidente en Krongo y Krinia.

Se quedaron mirando el paso a la última planta por el que había cruzado su compañera, su amiga, quien volvió antes de lo esperado, sorprendiéndolos.

–Vamos, el área de descanso está cerca, y tengo algunos de prueba.



Una avispa completamente negra la atacó al poco de llegar a la planta. El mayor peligro era que detectaban a los aventureros a bastante distancia y se movían hacia ellos con rapidez.

La vampiresa la había visto antes de que llegara, pues lo primero que había hecho había sido desplegar un par de exploradores alados. Se apretó contra la pared para esquivarla en el último momento.

El insecto no llegó a chocar, pero por un momento redujo su velocidad hasta casi quedarse quieto en el aire. Aprovechándolo, el látigo se dobló de forma inverosímil gracias a Regate, logrando así Agarrar una de las alas y obstruyendo su vuelo.

Gjaki se abalanzó hacia su ahora impotente enemigo, cortándole ambas alas y dejándolo en el suelo, incapaz de moverse, totalmente indefenso. No mucho después, llego una segunda, que recibió el mismo tratamiento.

Cuando el grupo de reptilianos llegaron, se encontraron con las dos avispas en el suelo. Sus aguijones seguían siendo peligroso, pero dado su escasa movilidad, sólo tenían que ir con un poco de cuidado.

Les costó un poco eliminarlas debido a la diferencia de nivel, pero no había ningún peligro. Sólo que viniera otra, como sucedió, pero la vampiresa estaba de guardia, así que sólo supuso una nueva víctima.

Había siete niveles de diferencia entre ellos y las avispas. Por ello, a pesar de que subían de nivel mucho más lentamente que Gjaki, resultaba una forma muy eficiente de hacerlo.

Inmovilizar a los enemigos era un método que sólo usaban algunos nobles y realeza, aquellos que querían subir de nivel rápidamente sin convertirse realmente en guerreros. Por ello, a pesar de ser los hijos de los condes, y sus amigos, nunca lo habían tenido a su disposición, pues se consideraba un atajo poco adecuado, poco digno.

Sin embargo, ellos habían estado luchando contra enemigos de mayor nivel mientras acompañaban a la vampiresa, una y otra vez. Se habían exprimido más allá de su nivel, algo que normalmente hubiera sido muy peligroso. Por ello, usar ese atajo ya no era tan inadecuado. Además, sólo serían unos pocos niveles, necesitarían seguir entrenando, o eso se dijeron a sí mismos.

Gjaki, por su parte, iba también subiendo de nivel. Si bien su contribución se veía ampliamente disminuida, no le preocupaba excesivamente. Su objetivo era que ellos subieran tres niveles, dejarles algún equipo nivel 40, y conseguir que al menos pudieran luchar en aquella planta. Después, si aún no había llegado a 45, ya se ocuparía de ello.

Les costó más de una semana lograrlo, a base de rematar avispas indefensas. Por ello, cuanto su amiga les prestó algunas armas nivel 40, en especial un escudo, estaban más que dispuestos a enfrentarse a ellas directamente.

No fue una pelea fácil. Les sacaba cuatro niveles, y ellos no estaban acostumbrados aún a su nuevo poder, además que gran parte de su equipo era inferior, ya que la vampiresa no tenía de todo para todos. Pero se sintieron sumamente satisfechos al conseguirlo, por mucho que la vampiresa hubiera acabado con otros dos mientras tanto.



Gjaki no tardó mucho más en llegar a nivel 45, tras haber acumulado previamente varios días de una pequeña porción de la experiencia.

En 45, había recuperado Cazar. Con ese hechizo, se puede marcar a un enemigo para que las invocaciones lo ataquen, y se pierde el control sobre éstas. Con ello, las invocaciones lo persiguen y atacan sin descanso, mientras les quedé maná para sostenerse, más allá incluso del alcance del invocador.

Dagas Voladoras es una versión mejorada y más costosa de Daga Fugaz, además de necesitar más armas. Coge cuatro dagas entre los dedos de la mano, con las puntas entre cada dos dedos, y las lanza hacia diferentes enemigos.



Sabiendo que eran capaces de defenderse a sí mismos, Gjaki podía avanzar con más tranquilidad. De nuevo, llegaron a una pared, y de nuevo se abrió una puerta invisible. Sin embargo, al aparecer la puerta, resultaba evidente que no era como las demás.

El tamaño y poder de aquella puerta era mucho mayor, así como las múltiples runas allí grabadas, dándole un aspecto imponente. Sin embargo, cuando entraron, el aura de sangre era apenas perceptible, a diferencia de las anteriores.

La puerta daba a una habitación circular, en las que había otras ocho puertas, similares a las que habían cruzado en otras plantas, pero algo más poderosas. Se notaba en el flujo de maná, aunque en menor medida que la que acababan de cruzar.

De esas puertas se filtraba el aura que ahora sentían, por lo que era necesaria una más para sellarla del todo.

–¿Puedes abrirlas?– preguntó la vampiresa a la hija del conde.

–Sí, pero sólo una cada vez. Y hay que cerrar la primera.

Gjaki asintió, y pronto se escuchó el ruido de la puerta cerrarse tras ellos, el poder del sello que volvía a activarse. Los ezihuq no pudieron sino sentir un escalofrío al verse encerrados. Al saber que no podían escapar de allí una vez se abriera una de las otras puertas.

Miraron a la vampiresa con aprensión. Sólo al verla decidida se tranquilizaron un poco, aunque era imposible quitarse por completo aquella sensación.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora