Mercenarios (II)

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Tras levantarse, Gjaki no pudo evitar sonrojarse al ver el camisón semitransparente en el suelo de la habitación. Le había supuesto toda su voluntad ponérselo, pero había valido la pena. Sólo el rostro nervioso y ruborizado de Chornakish había sido suficiente compensación. Por no hablar de lo que había venido después.

Le dio un beso en la frente con cuidado de no despertarlo. Al menos, aquel día no lo había mordido en sueños, aunque no podía decirse lo mismo de la almohada. Ahora tenía otros dos agujeros.

Hubiera querido relajarse en el enorme baño de la mansión, con la más que probable compañía de Diknsa y Coinín, y seguramente de algunas más. Pero tenía trabajo que hacer. Así que se dio una ducha rápida en su tienda-castillo.

Apartó un poco las cortinas para comprobar que aún faltaba una hora o dos para que se pusiera el sol. Si bien ya podía caminar de día, se seguía sintiendo más cómoda en la noche. No sólo por costumbre, sino porque algunas de sus habilidades era más eficiente entonces.

Invocó el Portal, aunque antes de cruzarlo miró una vez más al joven hombre-gato, o pantera. Dormía plácidamente, después de una mañana de pasión. Se sonrojó al recordarlo, y decidió cruzar cuanto antes. Si no, le costaría más irse.

Al otro lado del Portal, había una habitación cerrada por dentro. Estaba vacía, a excepción de la marca de portal en el suelo, y algunas trampas de Autodestrucción. Si alguien entraba, explotarían, llevándose el Portal con ellas. Era un tanto drástico, pero así se aseguraba de que no le tendieran una trampa. Al menos, no justo al salir del Portal.

Abrió la puerta, alerta. Aunque no esperaba ningún peligro allí, nunca estaba de más tomar precauciones. Estaba preparada para reaccionar a lo que pudiera suceder. No obstante, sólo se encontró con dos mercenarias, que se irguieron en cuando se abrió la puerta.

–Bienvenida de vuelta. Hay cinco chupasangres nuevos– la saludó una de ella.

Gjaki sonrió irónicamente tras el pañuelo que le cubría la cara. Ella también era una chupasangres, aunque los mercenarios lo ignoraban, a excepción de su jefa.

–Hola. Ahora iré a verlos. ¿Sabéis dónde está Lulorha?– preguntó la vampiresa.

–Ha vuelto hace un rato. Debe de estar en su habitación, o en la taberna– respondió la otra mercenaria.

–Perfecto. Después veré si la encuentro.

Todos los mercenarios la trataban con un gran respeto. No sólo era su clienta, y una clienta bastante generosa, sino que su jefa había asegurado que era más fuerte que cualquiera de ellos, o de sus anteriores clientes. Y la fuerza era algo que todos los mercenarios respetaban

Entró en la habitación, donde sólo estaban esos cinco. Los demás habían sido llevados a otra habitación, algunos para ser ejecutados, según si la vampiresa los consideraba un caso perdido o no.

La única razón por la que los sentenciados aún estaban vivos era para no dar pistas a sus enemigos. Quizás otros no se hubieran sentido a gusto haciendo de juez y verdugo, pero no ella, a pesar de su edad, y de proceder de un mundo mucho más pacífico.

La razón exacta no la conocía. Quizás por ser una vampiresa. Quizás por ser una visitante. Quizás por sus experiencias en el juego. Aunque, a decir verdad, tampoco se lo preguntaba.

Linaje y Sed de Sangre eran más que suficientes para inculcar terror en los vampiros menores, que por otra parte tampoco eran totalmente leales a su padre. El vínculo forzaba esa lealtad, pero la presencia de una vampiresa ancestral disminuía el efecto ostensiblemente.

No obtuvo mucha información nueva, aunque tampoco lo esperaba. Ya sabía que el conde y los suyos estaban nerviosos y asustados. De hecho, ya no mandaban a los vampiros menores abiertamente a preguntar en la ciudad, sino a escondidas a explorar los alrededores.

Sin embargo, los mercenarios eran muy eficientes en su trabajo, además de que conocían el terreno a la perfección. Habían estado trabajando durante años para el conde, antes de que los despidieran sin más, sin ni siquiera pagarles lo que les debía. Eso hacía que estuvieran más motivados, y poca posibilidad tenían los vampiros de escaparse una vez salían de la mansión.

Desató a dos y los llevó junto a otros, resignados a esperar que aquello acabara. Los otros tres fueron llevados a otra habitación, atados y amontonados con el resto. Luego, se fue a buscar a la jefa de los mercenarios, a la que encontró saliendo de su habitación. Sus exploradores alados no la habían visto por la taberna.

–Oh, ¿ya has vuelto? Apenas se hace de noche– se sorprendió ésta –. Como sea, si vienes a preguntar si hay novedades, la respuesta es no. Siguen encerrados, sin dar más señales de vida que los que salen. Y cada vez son menos. Deben de estar la mar de asustados. Ja, ja. ¡Se lo merecen!

Era patente la antipatía que sentía hacia ellos. Más de una vez habían estado a punto de dejarlos y buscarse la vida en otro lado, pero no era fácil. Todos los territorios tenían ya contratados a los que necesitaban, y no habría más trabajo a menos que empezara una guerra. De hecho, tenían planeado irse a otro bando en cuanto sucediera.

Si bien podían irse a otros reinos, no podían saber que se encontrarían allí. No había grandes guerras en aquellos momentos, aunque algunas se estaban fraguando.

El motivo de su total falta de lealtad había sido la racanería del conde. Les pagaba lo mínimo, y buscaba cualquier excusa para reducirles la paga. Además, era un cobarde, por lo que sentían desprecio hacia él.

Su nueva clienta era todo lo contrario. No sólo les pagaba generosamente, sino que era poderosa y tenía el aura de una guerrera. De hecho, un discreto combate de entrenamiento le había bastado a la mercenaria para averiguar que no sólo tenía poder, sino destreza y experiencia. Eso le había hecho ganarse su respeto.

El que les pagara incluso los imprevistos sin poner pegas había sido otro factor determinante. Si bien es cierto que así se arriesgaba a que la estafaran, a Gjaki tampoco le preocupaba mucho. Tenía dinero más que de sobras.

De hecho, igual hubieran pasado gastos falsos a otros, pero no a ella. Por nada del mundo, querían arriesgarse a perder su confianza. Su única preocupación era que no sabían qué pasaría después de que acabara aquel trabajo, pues la vampiresa no les había prometido nada, había sido bastante sincera con ellos.

No obstante, les estaba pagando lo suficiente como para tener un buen colchón, con el que buscar otros trabajos sin mucha ansiedad.

La mercenaria se quedó mirando a la vampiresa. De repente, se había callado cuando estaba dando su opinión sobre un combate de entrenamiento que se veía desde la ventana.

–Algo ha pasado en el otro condado. Han activado la señal– informó Gjaki.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora