Un alto en el camino (I)

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Sorpresa, enojo y frustración fue lo que sintió Krovledi al sentir la muerte de Pokmu. Le había advertido, pero éste confiaba en los mecanismos de seguridad que vigilaban la entrada a sus tierras. Incluso por el aire, era difícil entrar de incógnito.

La propia vampiresa tenía que reconocer que no era tarea fácil entrar sin ser detectado. Que si alguien tenía intenciones hostiles, sería descubierto al entrar. Si bien quizás no le impediría hacerlo, se podrían tomar medidas, se estaría sobre aviso.

Sin embargo, nada de eso había sucedido. No había saltado ninguna alarma, pero había muerto.

Cuando informó a sus dos restantes hijos, estos se mostraron aterrados. Se encerraron en sus mansiones, decididos a no salir en un tiempo.

En cuanto al condado de Pokmu, era un caos. Los vampiros hijos de Pokmu habían sentido su muerte. Se sentían aterrados y débiles, sin saber qué hacer. Algunos huyeron a condados vecinos, no pocos de los cuales serían ejecutados como espías. Otros se encerraron en la mansión, asustados y confusos.

Incluso los más poderosos, los que supuestamente debieran coger las riendas, no se atrevían. Temían ser los siguientes. Además, algunos de ellos habían muerto tras salir Gjaki de la montaña, una vez la puerta había dejado de ser un problema.

El resto de habitantes se sentían asustados, inciertos sobre el futuro. Sin embargo, no aterrados. Algunos habían sido testigos de una vampiresa saliendo de la montaña y erradicando a los sirvientes de su antiguo señor, pero a ellos no les había hecho nada. De hecho, incluso había curado a algunos heridos.

Pronto, rumores e historias cada vez más exagerados sobre una legendaria vampiresa de pelo plateado comenzaron a propagarse por todo el territorio.



Por su parte, Gjaki activó un Portal y apareció en su habitación de la mansión. Inmediatamente, se conectó con el sistema, comprobando que todos estaban bien. Al menos, aquellos a los que podía ver. No había vigilancia en baños o habitaciones personales, pero sí en las salas comunes.

No pudo sino sonreír al ver a varios de ellos entrenando, Chornakish entre ellos. Se quedó mirando como el sudor humedecía su pelaje, como sus flexibles y no muy pronunciados músculos trabajaban sin parar. Como sus ojos amarillos brillaban con decisión.

Tardó un rato en darse cuenta de lo que estaba haciendo, y apartar la mirada abochornada. Luego salió de su habitación y se dirigió directamente a la cocina, donde se encontraba Diknsa, a la que estaba deseando abrazar. Y quizás convencerla para que le hiciera algunos pastelitos.

No tardó en correr la voz de que había vuelto, y nadie faltó a la pequeña fiesta de bienvenida a la hora de comer. Ni nadie dejó de asombrarse del cambio en ella. Era evidente que había recuperado todo su poder.

No todo eran buenas noticias, pues planeaba marcharse a la noche siguiente. No obstante, ahora podía volver cuando quisiera, y tenía el poder suficiente para defenderse, para enfrentarse a sus enemigos.



Al acabar de comer, Chornakish se acercó a ella intentando suprimir sus sentimientos.

–¿Quieres beber un poco de sangre? Decías que te gustaba como postre– se ofreció.

Ella lo había dicho en el juego como una broma, aunque entonces todo era diferente. No obstante, no dudó en aceptarlo, era sin duda un buen postre.

Acercó sus colmillos intentando mantener su mente despejada, no dejarse llevar. Sin embargo, cuando le mordió, los sentimientos de su vaca la abrumaron, incluso sin activar Cotilla. Sintió su pasión, su deseo, su nerviosismo. Eran mucho más intensos y claros que antes. No sólo su percepción había mejorado, sino que los sentimientos se habían intensificado.

Apenas había probado un poco cuando dejó de morderlo y se lo quedó mirando, sus mejillas sonrojadas. Su mente incluso la traicionó, recordando por un momento la visión fugaz de dos vampiros abrazándose desnudos.

–¿Pasa algo? ¿No quieres más? ¿No estaba buena?– preguntó él, preocupado, casi en pánico.

–He comido mucho. Con un poco de postre es suficiente. Estaba deliciosa. Bueno, tengo que irme, tengo cosas que hacer– se despidió ella apresuradamente.

Diknsa y Coinín se miraron. Sabían que pasaba algo, pero no sabían exactamente qué. Si bien querían seguir hablando con ella, la dejaron marchar.

Esperaron un rato para que se calmara de lo que hubiera sucedido, y fueron a la habitación de Gjaki. Se sonrieron al encontrarse allí. Era evidente que ambas habían tenido la misma idea. Llamaron a la puerta, pero nadie contestó.

–¿Gjaki? ¿Estás ahí?– preguntó Diknsa, abriendo la puerta despacio.

–No hay nadie. ¿Dónde se habrá metido? No creo que se haya ido sin decir nada– se preguntó la vampiresa con orejas de conejo.

–Igual se ha ido a su habitación secreta. ¿Deberíamos esperarla fuera y sorprenderla? Oh, se ha dejado la ventana abierta. Tendré que regañarla otra vez.

–Ja, ja. Pobre Gjaki.



Chornakish había vuelto a su habitación. No sabía qué pensar, y no se sentía con ánimos para entrenar. La actitud de Gjaki le había desconcertado y preocupado. Se temía que hubiera hecho algo que la hubiera molestado.

–Gjaki...– murmuró para sí, en voz casi imperceptible, mientras abrazaba con fuerza una almohada.

–¿Sí?– le respondió una voz.

Se giró de golpe, sorprendido e incrédulo. Al otro lado de la cama lo miraban los ojos más hermosos que conocía, de un rojo intenso. El cabello plateado caía sobre sus hombros, seductor, tapando parcialmente el ligero escote que dejaba entrever el inicio de unos modestos pechos.

Fue incapaz de apartar los ojos de allí, de esa prometedora y seductora imagen, que dejaba el resto a la imaginación. Por ello, no pudo ver como ella se sonrojaba más, como sonreía nerviosa.

El adolescente gatuno entró un poco en pánico cuando ella se acercó, gateando por la cama. Fue incapaz de reaccionar, de moverse, de apartar la mirada de ella. Cuando sus labios se unieron, su mente quedó completamente en blanco. Para el demihumano, el resto del mundo había desaparecido. Sólo estaba ella, su aroma, el tacto de sus suaves labios.

–Es una sensación extraña, pero no es desagradable. Dicen que con lengua es mejor. ¿Lo probamos?– preguntó ella, seductora, ocultando su timidez con atrevimiento.

Él asintió, incapaz de negarse, incapaz de pensar, incapaz de hacer nada más que ponerse incrédulamente los dedos en los labios.

Ella tampoco pensaba claramente. Se sentía nerviosa e indecisa. Nunca había hecho nada parecido, nunca había besado antes. Ni siquiera cogerse de las manos, una caricia o unas palabras íntimas con un miembro del otro sexo.

Sin embargo, no quería echarse atrás. Si lo hacía, no estaba segura de poder reunir el valor de nuevo. Así que, con el corazón palpitándole con fuerza, acercó de nuevo sus labios, aún con torpeza, pero decidida.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora