En grupo: jefe 1ª planta

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El haber atacado primero y estar haciéndole daño había hecho que el jefe de planta centrara su atención en la vampiresa. Sin embargo, el daño que se estaba acumulando proveniente de otras fuentes era mayor, y la de detrás la más cercana.

Krongo salto a un lado, impulsándose con la cola en el cuerpo del jefe, quien había ejecutado consecutivamente Rotación y Embestida para encararse y arremeter contra su enemigo. Sin embargo, el guerrero no sólo era ágil, sino que no era la primera vez que luchaba contra él.

–Yo también quiero una cola– se dijo Gjaki para sí, después de ser testigo de lo útil que podía resultar.

No dejó que ese fugaz deseo la cegara. Hasta ahora, los ataques de arquera y maga habían provocado como efecto lateral que no pudiera acercarse al frente de la cucaracha, pero ahora les estaba dando la espalda.

No era que el frente fuera mucho más vulnerable, pero quería probar algo que había discutido con el grupo de ezihuq.

–Imposible, eso no puede funcionar– había negado Kroquia entonces.

–Nunca he oído nada parecido– había dudado Kruloz.

–¿No es un poco temerario?– se había preocupado Kroco.

–Son flexibles, pero no sé si tanto– había medio aceptado Krinia.

–¡Me encanta la idea!– se había entusiasmado Krongo.

Esperó a que el guerrero retrocediera y atrajera al insecto sobre una de las cruces. Entonces, varios Tentáculos aparecieron, envolviendo al insecto, atacándolo y corroyéndolo. Quizás no eran muy efectivos en la coraza, pero si en las piernas y la zona en la que nacen. Además, estaba momentáneamente atrapado.

Krongo aprovechó para atacar las patas desde el lateral, consiguiendo cercenar dos de ellas. Kroquia usaba Golpe de Escudo desde atrás, añadiendo algo de daño. Krinia y Kruloz seguían con sus ataques, ahora más intensos.

En aquel momento, el jefe tenía decenas de flechas clavadas, y era evidente el impacto de múltiples Rayos. Aunque lo más peculiar sucedía sobre el torso de éste.

Gjaki había avanzado sobre su enemigo para llegar a sus antenas. Eran importantes para sentir sus alrededores, además de poder ejecutar un par de peligrosos hechizos. Por ello, en el pasado, se había intentado cortarlas, pero se regeneraban en pocos segundos.

Así que, en lugar de cortarlas, la vampiresa optó por una opción que parecía completamente absurda, y que en el juego no se podía realizar.

–Estaría bien atar las antenas entre ellas– había sugerido Goldmi en el pasado.

Sin embargo, aquella idea que era imposible en el juego, podía ahora intentarse. En una situación normal, la cucaracha hubiera opuesto fuerte resistencia, tratando de moverlas, pero ahora estaba demasiado ocupada intentando liberarse. Y siendo golpeada una y otra vez.

Eran tremendamente flexibles, así que Gjaki apenas tuvo problemas en hacer un primer nudo. Luego un segundo. Y un tercero. Y un cuarto. Y un quinto. Volvió junto a la lanza clavada cuando el jefe parecía estar a punto de liberarse, tras un par de intentos de Rotar y Embestir.

No tardó en acabarse de liberar, aunque su condición no era envidiable. Le costaba mantener el equilibrio, pues sus patas no se regeneraban con la misma rapidez que las antenas. Además, las heridas habían acabado con un tercio de su vitalidad.

No obstante, nada de ello era tan determinante como su comportamiento. Daba la impresión de estar borracho, lo cual era debido a las interferencias en sus sentidos. Con las antenas atadas y dobladas, su percepción del entorno era caótica, llegando a tropezar consigo mismo.

Al final, quedó totalmente expuesto, panza arriba, siendo presa fácil para el grupo. Sin duda, pocos o nadie lo habían eliminado tan rápido.

–¡Quién iba a decir que atar las antenas sería tan efectivo! Ja, ja, ja. Grande, Kigja– alabó Krongo.

–Quién lo hubiera imaginado...– se había quedado anonadado Kruloz, y no había sido el único.



Los habitantes de la siguiente planta eran unos gusanos que disparaban una especie de hilo adhesivo, al que podían prender fuego. Kroquia podía bloquear gran parte de dicho hilo, aunque aun así sufría unas pocas quemaduras. Por suerte, su hermano estaba allí para curarla.

La vampiresa se quedó atrás contra el primero, observándolo. No era muy diferente que en el juego, así que, contra los dos siguientes, se colocó tras ellos. Cuando Empezaron a atacar a Kroquia, ella los asaltó desde atrás.

Sus ataques con hilos eran demasiado telegrafiado para ser efectivos de cerca, y los gusanos de seda no eran un gran enemigo a melé. Lo más peligroso era el líquido que salía de ellos cuando los cortaba, altamente inflamable, aunque inútil contra ella. Cuando empezaba a salir, ya estaba cortando en otro lado.

El que peor lo pasaba era Krongo, que no tenía oportunidades para atacar. Eso hizo que los reptilianos se sorprendieran, pues era la primera vez que veían reír a Gjaki. Había encontrado graciosa la cara de niño aburrido en el reptiliano.

–La próxima te llevo conmigo– le prometió, entre risas.

Y así lo hizo, añadiéndolo a Oscuridad. Eran tres gusanos, y la vampiresa y el guerrero se ocuparon de uno cada uno. El tercero concentró el fuego a distancia de mago y arquera, mientras que Kroquia acabó llegando hasta él, noqueándolo con el escudo.

No tenían prisa, así que estuvieron un par de días acabando con aquellos gusanos nivel 36, a petición de Gjaki. No entendían muy bien cómo, pero podían sentir que se estaba haciendo más fuerte con una rapidez inusual.

Viendo que causaba algo de suspicacia, la vampiresa finalmente decidió confesar completamente. Sabían que era una vampiresa, y eran cómplices en el asesinato del príncipe, así que no tenía sentido seguir ocultándolo.

–Mi nombre real es Gjaki. Soy lo que llamáis una visitante– les dijo en el área de descanso, una vez se hubo ido otro grupo de aventureros.

Se la quedaron mirando un rato, asombrados y abrumados. Todos habían oído hablar de los visitantes, incluso visto alguno borroso tiempo atrás. También habían escuchado que algunos volverían, pero no había noticias de ninguno de ellos por ahora. Al menos, ellos no las tenían. Hasta ahora.

Aunque sus sorpresas no acabaron allí. Las pequeñas Gjakis eran algo que nunca habían visto. Su tienda-castillo, inconcebible. Su inventario estaba fuera del sentido común. Y las armas que les ofreció estaban a la par de las suyas, o incluso mejores en algunos casos. Cabe decir que ellos tenían acceso a armas de buena calidad, y las de Gjaki eran las elementales del juego.

Eso aclaró en parte su velocidad al subir de nivel. Aunque, sin duda, lo más importante era que había confiado en ellos, lo que fortalecía su vínculo y disipaba sus dudas. Unos cuantos pastelitos acabaron de limar cualquier aspereza.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora