Frontera vigilada

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Los extraños gólems de sangre podían ver en la oscuridad. Si bien tenía confianza en deshacerse de ellos, tenía claro que darían la alarma si lo hacía.

Estaban colocados a diez metros el uno del otro, por lo que había cientos vigilando el bosque. Además, sus Murciélagos habían descubierto unos extraños y pequeños dispositivos que detectaban maná. Podía ver como se activaban cuando sus exploradores se acercaban, aunque lo hicieran desde detrás del árbol en el que estaba colgado uno de ellos.

Por suerte, los alados seres de maná eran demasiado pequeños, demasiado insignificantes para acabar de activar la alarma. Por desgracia, probablemente la detectarían incluso con Oscuridad.

Así que atravesar aquella línea de defensa era más difícil de lo que había imaginado. Sin duda, el tiempo y esfuerzo para crearla había sido monumental.

La primera opción que se le ocurrió fue mandar a sus mastines a atacar diferentes zonas, a crear caos, y acabar colándose por una de ellas. Así, no sabrían quién había entrado, incluso no sabrían si realmente había entrado alguien ni por dónde.

Sin embargo, se temía que eso atrajera a Krovledi. Una de las razones por las que había elegido entrar allí, aparte del desafío, había sido porque se suponía que era imposible de hacer sin ser descubierto. Por ello, era mucho menos probable que su enemiga fuera allí.

El único problema era encontrar el método para lograrlo, aunque por ahora no se le ocurría la forma. Por ello, recorrió el perímetro, observando directamente o con sus exploradores.

Pudo ver como algunas bestias lo cruzaban. Los gólems reaccionaban a ellas, enfocándolas, y luego usaban algún tipo de hechizo, pues brillaban y el maná circulaba por ellos. Ella supuso que estaban transmitiendo lo que habían visto.

Los dispositivos solo reaccionaban si había maná implicado, por lo que sólo pudo verlos actuar ocasionalmente, cuando alguno de los animales usaban uno de sus hechizos innatos.

Fue entonces cuando algo extraño sucedió. Una serpiente cruzó el perímetro tras salir de un pequeño riachuelo, pero los gólems cercanos no reaccionaron.

–¿Qué ha pasado?– se preguntó ella –¿Quizás...?

Decidió hacer la prueba con un mastín, acercándolo lo suficiente para que los gólems lo detectaran. Como en el caso de los Murciélagos, lo ignoraron, y no se había acercado lo suficiente para que los dispositivos detectores de maná actuaran.

Le hizo entonces coger una piedra de calor con la boca. Lo dañaba un poco, pero aguantaría más de lo suficiente. Esas piedras se usaban como estufas, calentándose cuando se las imbuía con maná.

En cuanto se acercó, los gólems se volvieron hacia él, aunque no hicieron nada más, dado que no llegó a cruzar.

–¡Visión infrarroja! Detectan el calor. Sólo necesito disimular el mío.



No tenía mucha idea de materiales especiales para reflejar el calor u ocultarlo, así que optó por una opción mucho más tosca. Creó una ropa que le cubría todo el cuerpo, y que contaba con una doble capa. Tras abrigarse y ponérsela encima, lleno el espacio entre ambas capas del hielo que tenía en su inventario, un hielo que estaba a una temperatura más baja de lo que pudiera ser habitual.

Se acercó despacio, vigilando los gólems, y apretando los dientes para que no castañearan. Apenas había pasado un minuto y estaba helada. Con Sobrecarga Sanguínea, probablemente podía contrarrestar el frío, pero temía ser descubierta.

Cruzó despacio, temerosa de hacer ruido, observando cuidadosamente el más leve movimiento de los gólems, pero estos no se movían. El único problema era que brazos y piernas se le estaban entumeciendo. No recordaba nunca haber pasado tanto frío.

–Ahora sé qué sienten las neveras portátiles– intentó bromear consigo misma.

Sentía escalofríos y hormigueos en todo el cuerpo, a la vez que un extraño cansancio. Aun así, siguió avanzando, sin dejarse de sentirse incómoda, lenta, cansada.

Poco a poco, los escalofríos y hormigueos fueron desapareciendo. En su lugar, se le cerraban los ojos debido al sueño que la embargaba. Deseaba pararse, descansar, olvidarse de todo, de los músculos que parecían cada vez más duros, más difíciles de mover.

Ya ni siquiera se daba cuenta, pero había dejado de notar las extremidades. El frío había logrado que perdiera la sensibilidad. Se detuvo. Incapaz de pensar en seguir moviéndose. Incapaz de pensar.

Sin embargo, antes de dejarse vencer por el sueño, un último estallido de su conciencia activó Sobrecarga Sanguínea, acelerando la circulación de su sangre y despejando su mente por unos momentos.

Asustada, guardó la ropa con los hielos y se apresuró al frente como pudo, forzando sus piernas. Pronto volvió a sentir hormigueos, frío, escalofríos. Y como Autorregeneración también actuaba.

–¿Qué ha sido eso? ¿Hipotermia?– pensó, asustada ante lo que acaba de pasar.

Le pareció que había estado a punto de morir de la forma más absurda posible, congelada por su propia idea. A pesar de Sobrecarga Sanguínea, aún le costó un rato recuperarse, recobrar la temperatura de su cuerpo.

De hecho, después de alejarse lo suficiente, se escondió en Protección de las Sombras, sacó su tienda-castillo, y se metió en un delicioso y reconfortante baño caliente, aunque aún sufrió algunos escalofríos. No estaba segura si por el frío, o por haber estado a punto de morir.

Pensar en lo que había pasado la asustó, prometiéndose no volver a hacer nunca más algo así. Al menos, si había una próxima vez, necesitaba algún tipo de material aislante.

No obstante, había logrado su objetivo. Ni gólems ni dispositivos se habían activado cuando los había cruzado, así que estaba dentro. No sabía si habría más obstáculos, pero sin duda había superado los primeros de una forma mucho más peligrosa de lo que había imaginado.

Para recuperarse del susto, no tuvo más opción que devorar unos pastelitos rellenos de crema que Diknsa le había hecho especialmente para ella. Quizás no calentaron su cuerpo, pero sí su alma.

No había estado mucho con ellos, pero sentía nostalgia. Deseaba volver a ver a su madre adoptiva, a Coinín y sus hermanas, a la a veces gruñona pero amigable enana a... Chornakish.

Suspiró. Quería volver, pero primero tenía que deshacerse de los peligros que acechaban a su familia. Al menos, debilitarlos, impedir que volvieran a atacar.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora