Asalto a la mansión

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Cualquier tipo de duda que pudiera tener, se había evaporado por el camino. Se había hecho el dormido durante el viaje, mientras escuchaba a sus acompañantes. Uno de los temas de los que habían hablado había sido el fracaso del ataque a la mansión.

Se habían lamentado de que no hubieran capturado y robado los tesoros, además de haber perdido muchos compañeros. No era que los echaran de menos, sino que tenían más trabajo.

También habían mencionado que la condesa estaba frustrada, pues no había podido hacerse con un guapo demihumano que sabía que estaba en la mansión, y del que le habían hecho llegar un retrato. Aquello había enfurecido a Gjaki más de lo que hubiera imaginado, costándole un buen rato calmarse.

Por ello, cuando se acercó inocentemente a la condesa, una de las que había intentado atacar a su familia, y que quería hacerse con SU Chornakish, sólo pensaba en la forma más rápida de matarla.

–Antes de nada, deja que te vea de cerca. A ver qué clase de aventurero eres– le propuso seductora.

La condesa quería morderlo, probar su sangre, marcarlo. Después, ya jugaría con él. Lo que no esperaba era que no fueron sus colmillos los primeros en clavarse.

Sintió como su cuerpo era paralizado. Como su sangre parecía dejar de obedecerle. Como un profundo terror la invadía, debido a Sed de Sangre, que Gjaki había dejado de Disimular su nivel, y la diferencia de linaje.

Su muerte causó una reacción desigual. Algunos querían venganza, otros simplemente huir. Por su parte, los Mastines de Sangre que salieron del baño causaron verdadero terror, además de impedir la huida de la mayoría.



Mientras, la estantería estaba mucho más limpia y cuidada, pero los jóvenes esclavizados sabían qué libro apretar. Siguieron a la vampiresa, seguros de que sus vidas no podían ir a peor con ella. Aunque no lo pareciera, la condesa había sido muy cruel con ellos.

Vieron anonadados como ésta se hacía con la sala de control usando un extraño aparato, y se quedaron allí, escondidos, esperando que ella acabara con lo que tenía que hacer.

Como en la otra mansión, muchos de los vampiros menores fueron masacrados. La vampiresa se quedó especialmente afectada cuando entró en la habitación de la condesa y se encontró a sus juguetes.

Todos estaban encadenados, algunos simplemente sentados o acostados, pero otros siendo torturados aun sin ella allí. Algunos tenían incluso pinchos atravesándolos. O se iban desangrando. Uno estaba atado en una especia de jaula, donde unos feos y pequeños animales le mordían el pie, al que le faltaban ya varios dedos.

Los desató, liberó y curó antes de dirigirse a una torre, cuya puerta estaba cerrada. No tenía la llave, pero si el poder para echarla abajo. Aunque le costó unos minutos al poder corrosivo del maná oscuro hacerlo.

–Madre, si vienes a convencerme, pierdes el tiempo. No pienso casarme con ese monstruo, y menos para hacerte un favor. Mejor mátame, así podré librarme de ti... ¿¡Quién eres tú!? ¡Tú no eres madre!

La hija natural de la condesa, también vampiresa, había sentido a alguien poderoso entrar. Aparte de los sirvientes, su madre era la única que entraba.

La odiaba. Le había separado de su padre. También de su amado. La quería forzar a casarse con alguien que odiaba, y a quien también consideraba un monstruo.

Ella había querido mucho a su padre. De niña, se había sentido muy unida a él, incluso lo acompañaba muchas veces en sus paseos por el territorio. Su madre era más distante, pero en aquel entonces, la niña que había sido hacía cualquier cosa para que su madre estuviera orgullosa de ella.

Sin embargo, un día su padre había muerto en una emboscada. Con el tiempo, había descubierto que su madre era la culpable, se había enfrentado a ella, y había acabado encerrada. Desde entonces, la odiaba con toda su alma, y se negaba a colaborar con ella.

Ahora, se encontraba mirando a unos ojos rojos que parecían inalcanzables. No sabía muy bien el porqué, en aquel momento no entendía que se debía al linaje, a que era una vampiresa ancestral.

–Tu madre está muerta. La he matado, y a muchos de sus colaboradores– dijo Gjaki.

Eran palabras duras, pero también la verdad. Quería saber cómo reaccionaría. Lo que vio fueron lágrimas de alivio, junto a una sonrisa.

–Por fin... Ese monstruo tiene lo que se merece. Gracias. Haz lo que quieras conmigo. Ya puedo morir en paz– se arrodilló ésta.

La vampiresa de pelo plateado la miró sorprendida, no esperaba una reacción así. Le habían dicho que odiaba a su madre, pero no esperaba que fuera tan profundo. Aunque era conveniente para ella.

–Necesito una nueva condesa. Una que impida que Krovledi se vuelva a hacer con este territorio. ¿Estás dispuesta?– le ofreció.

La hija de la fallecida la condesa la miró incrédula durante unos largos segundos, procesando las palabras poco a poco. Luego se volvió a arrodillar.

–Será un honor. Yo, Kilthana, prometo no dejar que ese monstruo de Krovledi vuelve a tener el dominio de las tierras de mis ancestros.



Gjaki decidió que no sólo quería que aquellos condados estuvieran fuera de las garras de su enemiga, sino que colaboraran entre sí. Si había comercio y desaparecían las hostilidades entre ellos, ambos se beneficiarían, y serían más fuertes ante sus enemigos. Por ello, convocó a Solodkro.

Kilthana se había sentido eufórica cuando Gjaki le había explicado que había matado al anterior conde, aquel con el que su madre quería que se casara. Por otra parte, su actitud ante la llegada del nuevo conde fue algo extraña, reservada, era imposible saber qué pensaba.

No obstante, la vampiresa de pelo plateado confiaba en que no hubiera ningún problema grave. Pronto se dio cuenta de lo equivocada que estaba. En cuanto el conde llegó y estuvieron los tres solos, lo primero que hizo fue mirar con rabia a la nueva condesa.

–Así que aquí estás. ¿Dónde estabas cuanto te necesitaba?– le reprochó.

–¿¡Cómo te atreves!? ¡Huiste como un cobarde y me abandonaste a mi suerte!

–¡Tú fuiste la que me diste la espalda!

–¡Mentira! ¡Fuiste tú quien...!

–¡Parad! ¿¡Se puede saber que está pasando!?– interrumpió Gjaki, entre irritada y confundida.

Ambos eran muchos años mayores que ella, pero se estaban comportando como niños. Empezaba a dolerle la cabeza.

–¡Es él! ¡Es un cobarde y un traidor!

–¡Encima eso! ¡Es ella la que...!

–¡¡CALLAD!!– volvió a interrumpir.

Los dos cerraron la boca de golpe. Gjaki incluso había activado medio inconscientemente Sed de Sangre.

Se acercó a ellos y, sin que se atrevieran a oponer resistencia, los arrastró a una habitación contigua.

–¡Volveré en una hora! ¡Resolved vuestras diferencias! ¡Más os vale comportaros para entonces!

Cerró la puerta de un portazo y se alejó, algo sorprendida ella misma de sus propias acciones.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora