Duelo (VII)

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Con los dientes apretados por el dolor, sonrió con malicia mientras alzaba la espada hacia el cielo.

–¡Sol de Noche, ilumina las tinieblas!– exclamó.

El filo brilló entonces con una fuerza inconcebible, como si fuera un pequeño sol. De hecho, su brillo era precisamente el equivalente al del sol, por lo que era el enemigo natural de los vampiros.

Krovledi se había adueñado de ella tras seducir y matar por la espalda a un cazador de vampiros, que iba precisamente a por ella. Su actuación de doncella desamparada y amenazada por un vampiro había sido convincente, aunque eso hubiera significado sacrificar a un subalterno prescindible.

Luego, se había dejado seducir por su héroe, quien había estado demasiado ocupado con sus encantos como para dudar. Mientras dormía, había sido asesinado por su supuesta conquista.

A ella no le servía de nada, así que se la había dado a Lobo Negro como seguro de vida contra una vampiresa. Era el as en la manga por si algo salía mal. No le importaba si eso resultaba en la muerte de los vampiros que acompañaban a su protegido y amante.

Él era reacio a usarla, y sólo la había aceptado gracia a la persuasión de Krovledi, por si "esa Gjaki era una cobarde y mandaba un ejército de vampiros contra él". En las circunstancias actuales, se había visto obligada a depender del arma.

Apenas recobró un poco la vista, se acercó a ella, arrogante a pesar de sus heridas, a pesar de haber sido humillado durante el combate.

–Eso te pasa por ser tan estúpida de ser una vampira. La luz os mata. ¡Ja, ja! Voy a disfrutar de tu sufrimiento, de verte morir poco a poco– se regodeó.

–¡Noooo! ¡Apaga esa luz! ¡Cobarde!– gritó ella.

–¡Ja, ja! ¡Grita más! Quiero oírte sufrir– se plantó a un metro de ella, cojeando.

–Idiota... Has caído– murmuró ella.

Sin previo aviso, se impulsó con extrema rapidez ante su confiado enemigo. Atacó directamente su garganta con ambas dagas, atravesando la yugular con una de ellas. Sin que él se diera cuenta, había estado preparándose, observándolo, calculando el momento preciso, la velocidad, el Punto Débil exacto al que debía atacar.

Él tenía la guardia baja, y muchas de sus defensas habían ido siendo erosionadas durante el combate. Confiado y sin apenas energía, no se había molestado en restaurarlas.

Con Sangre a los pies, Sobrecarga Sanguínea y Presión Sanguínea había alcanzado su máxima velocidad, mientras que Disrupción Sanguínea había dificultado cualquier reacción tras el apuñalamiento.

–¿Cómo...?– fue todo lo que alcanzó a decir él mientras se desmoronaba.

Era evidente que era un jugador que no se había preocupado demasiado en estudiar a sus oponentes. De haberlo hecho, hubiera sabido que todos los vampiros obtenían Protección Solar al llegar a 100.

Quizás por suerte para Gjaki, no había muchos jugadores vampiros que hubieran llegado a ese nivel, por lo que no era habitual verlos luchando de día. O, si se los veía, era improbable que se los identificara como vampiros si no mordían a alguien.

De repente, unas letras ridículamente grandes e iluminadas aparecieron en el cielo. "¡VENCEDORA, GJAKI!" Al poco, todo se tornó borroso.



Abrió los ojos y se encontró donde había estado antes, frente al escudo de su mansión. La única diferencia era que estaba bastante cansada. A diferencia del juego, sus reservas de maná, energía y sangre se habían visto reducidas como si hubiera sido real, aunque la sangre no era un problema. Volvía a tener acceso a su inventario.

Lo más extraño era que no tenían ninguna herida, sus ropas no estaban rasgadas, y sus dagas no se habían mellado por las colisiones contra una armadura de la misma calidad. Preocupada, observó a su enemigo.

–¿Todo esto no ha servido de nada? ¿Sólo ha sido una ilusión?– se preguntó.

Como ella, estaba envuelto en una especie de poderoso escudo que lo protegía, aunque él no había abierto aún los ojos. Dicho escudo había empezado a disiparse en cuanto habían vuelto.

Cuando desapareció del todo, Lobo Negro calló al suelo, inerte. No respiraba. Estaba muerto. Gjaki respiró con alivio.

–¡Gjaki! ¿¡Qué ha pasado!? ¿¡Estás bien!?– se escuchó una voz a su espalda.

–¿Chorni? ¿Qué haces aquí? ¿No os dije que os quedarais dentro?– se giró ella, dejando de beber la sangre para recuperarse.

Vio entonces que su amante no estaba solo. Junto a él, Diknsa, Coinín y otros habitantes de la mansión habían acudido. Los miró sorprendida.

–Jo, no nos mires así, estábamos preocupados. ¿Cómo estás? ¿Qué ha pasado?– preguntó su amiga.

Gjaki suspiró. No podía reprochárselo, todo lo contrario. Se sentía conmovida.

–Estoy bien, sólo un poco cansada. Luego os lo explico todo, aún hay ratas que cazar– les informó.

–¿No será peligroso?– se preocupó Diknsa.

–Ya no– dijo ella, mirando al cadáver, y luego volviéndose a su amante –. Pero, primero, debo castigarte por desobedecerme, y quitarme el mal sabor de boca. Esta sangre estaba muy amarga.

–Espera, hoy ya... Delante de todos no... ¡Aaaah!– gimió él involuntariamente cuando ella le mordió.

Algunos apartaron la mirada. Otros simplemente sonrieron. Otros incluso rieron entre dientes. Él se sonrojó. Ella lo haría más tarde, cuando lo recordara. Ahora, aún no se había liberado de la tensión, y se había dejado llevar por su instinto.



–No parece que pueda acceder a su inventario. Lástima– se dijo, mientras guardaba el cadáver de su enemigo.

Se fundió en Oscuridad y atravesó el escudo, dirigiéndose al bosque.

Allí, unos vampiros observaban desconcertados. No entendían qué había pasado, por qué se había desplomado, ni cómo el cuerpo había desaparecido. No obstante, uno de ellos estaba explicando todo lo que había visto, lo que era retransmitido a unos kilómetros de distancia, y que acabaría llegando a Krovledi. Ese fue el primero en perder el conocimiento. El resto no tardaron mucho más.



Cuando despertaron, se encontraron en una sala cerrada, dentro de la mansión. Allí, ante la presión del aura de la vampiresa, de su Linaje, confesaron todo lo que sabían.

–Tendré que hacer una visita a Goltrak– se dijo la vampiresa.

Si aquel visitante se había convertido en el rey de Goltrenak, quería saber qué estaba pasando allí. Sobre todo, sabiendo que Krovledi estaba detrás de aquello. Fuera cuales fueran sus planes, era mejor no dejarla seguir con ellos. Si tenía suerte, incluso podría dar con ella.

Ahora estaba aún más convencida de que era una enemiga peligrosa. De alguna forma, había enviado a aquel visitante contra ella.

–Le tendré que devolver el favor...– amenazó.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora