Caballero de sangre (II)

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No les dio tiempo a reaccionar. Gjaki clavó uno de sus colmillos en su propio labio inferior, provocando que sangrara. Con Telekinesis, una gota de su sangre salió de su boca, y fue atraída por el aura del caballero de sangre.

Fue en ese momento cuando el rostro del vampiro, del tío de Kroquia, palideció aún más, si es que era posible.

–El caballero... No puede ser... He perdido el control...– musitó.

–¿¡Cómo!?– exclamó su mujer, incrédula.

–Destrúyelos– ordenó Gjaki, señalando a la pareja.

Sin mediar palabra, el incompleto caballero de sangre se volvió hacia ellos, mandoble en mano.

La creación de uno de esos caballeros sólo era posible por un ser que dominara la sangre, de nivel por encima de 90. En otras palabras, un vampiro. No era una tarea fácil, ni el coste bajo, y el resultado inferior a la fuerza del creador, por lo que no era habitual llevarla a cabo.

Se requería eliminar a un ser de cierto poder y capturar su alma. Luego era necesario un largo ritual para anclarla a los huesos, y grandes cantidades de sangre para restablecer su poder cada vez que se requería su presencia. Perdía poder con el tiempo, algo menos en su letargo.

Sin embargo, en aquella situación, era el arma ideal. Un vampiro de nivel superior a 85 hubiera sido necesario para asesinar al conde, y 80 era el límite para que no llamara la atención. No solo la sabana estaba cubierta de una barrera que podía dar la alarma, sino todo el condado, aunque en este caso era para niveles superiores.

Por supuesto estaba la posibilidad de emboscarlo si salía del condado, pero el conde de Kronardhi tomaba muchas precauciones cuando eso sucedía.

Por ello, traer un caballero de sangre y completarlo mediante sacrificios era la opción ideal. Al estar dentro, ya no saltaría la alarma.

Sin embargo, para que pudiera ser llevado a cabo el plan, era necesario que su dueño original borrara su marca, la sangre que lo vinculaba a su creación, y dejara que un subalterno lo vinculara con la suya. Con ello, el hermano del conde había podido controlarlo.

Quitarle el control era casi imposible. Para lograrlo, era necesario borrar la marca e imbuir la propia. Y eso sólo era posible con la colaboración del dueño actual, o si la sangre era de una pureza muy superior. Siendo un vampiro de segunda generación, resultaba casi imposible.

Incluso la sangre de un vampiro de primera generación lo tendría difícil para borrar la marca y poner la suya. Aunque superior, la diferencia podía no ser suficiente. Y si bien existía una sangre más pura, aquellos que la poseían podían ser contados con los dedos de las manos.

De hecho, tampoco había muchos de primera generación, pues estos vampiros nacían a partir del mordisco de un vampiro ancestral. De segunda generación había más, pues eran creados por los de primera, aunque tampoco sus números eran enormes.

Sin embargo, Gjaki era una vampiresa ancestral. Su sangre no estaba diluida, no estaba mezclada con la original del individuo, pues la original era ya la de una vampiresa, no era un ser convertido. Por ello, era muy superior en cuanto a habilidades de sangre. Y, por ello, cuando su gota de sangre llegó al caballero, sobrescribió la marca casi de inmediato.

–¡No puede ser! ¡Eres una vampiresa ancestral!– exclamó aterrada la mujer del hermano del conde.

Gjaki se había quitado la pieza de ropa que le cubría la cara, el colmillo ensangrentado había sido momentáneamente visible, y el acto de tomar control del caballero revelador.

Éste no medió palabra y atacó al vampiro. Sin dilación, sin miramientos, sin ninguna intención más que cumplir la orden dada. Si bien no estaba completo, la diferencia actual era de 15 niveles. Su velocidad y fuerza eran una brecha insuperable, que provocó que fuera partido en dos al primer golpe.

Su supuesta mujer vio aterrada como sucedía. No era su mujer real. En realidad, ella lo consideraba como un simple peón, y su muerte no le preocupaba demasiado. Lo que la aterraba era que el caballero que tenía que estar a sus órdenes se volviera contra ella.

La diferencia no era tan grande con ella, apenas 3 niveles, y ella tenía la inteligencia de su lado. Aquel ser no tenía una mente consciente, sólo cumplía órdenes, así que en aquel aspecto era inferior.

No obstante, su instinto de batalla era real. Además, no dejaba de atacar con ferocidad aunque fuera herido. Sólo si era totalmente destruido dejaría de cumplir sus órdenes.

La vampiresa reptiliana decidió rápidamente que lo mejor que podía hacer era esquivar, y atacar a quien había estropeado sus planes, a Gjaki. Si ella moría, el vínculo con el caballero se rompería y volvería a su letargo. Sus planes habían sido frustrados, pero al menos podría sobrevivir.

Sin embargo, cuando miró hacia ella, había desaparecido. Ni ella ni sus compañeros estaban a la vista. Gjaki se había escondido con ellos con Protección de las Sombras, sabiendo que un solo golpe podía matarlos.

Ellos seguían sufriendo. El poder del caballero les seguía afectando, aunque en menor grado. La barrera que los ocultaba los protegía, y el aura del tenebroso ser estaba centrada en la batalla.

El dolor era intenso, pero podían mantener la consciencia, y miraban a Gjaki con miedo e incertidumbre. Todos habían escuchado la revelación de que era una vampiresa, una de sangre pura, una ancestral.

Por supuesto, Gjaki no tardó en comprender las miradas. Simplemente suspiró y se quedó a un lado, apartada. Si bien había querido separarse de ellos lo antes posible, aquellas miradas le dolían. Pero poco podía hacer ante la verdad, ante el miedo que su raza despertaba.

Mientras, la misma barrera que no les había permitido huir también atrapaba a su enemiga. No tenía más remedio que enfrentarse al caballero de sangre, que no sentía cansancio ni dolor. No podía ejecutar hechizos ni habilidades, pero su poder era ampliamente superior a su nivel, así que quedaba más o menos compensado.

La vampiresa reptiliana maldecía al grupo, en especial a Gjaki, pero no podía saber cómo habían escapado. O si estaban de algún modo escondidos. De hecho, atacó el lugar donde habían estado, pero Gjaki los había movido. Había creado tres Protecciones de las Sombras, una tras otra, y se habían movido entre ellas. Aunque inseguros, los reptilianos habían obedecido.

Quiso utilizar un hechizo en área para cubrir una zona más amplia, pero el acoso de su enemigo le imposibilitaba hacerlo. A pesar de que lo había herido en varias ocasiones, incluso agujereado, éste no había cejado en su empeño.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora