Asedio

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Era el quinto día cuando llegó a la zona de nivel 45. Ahora, algunos ojos empezaban a acecharla, incluso sufrió el ataque de un lagarto venenoso de apenas un metro de longitud, y que escupía su veneno.

Sin embargo, lo estaba esperando y reaccionó con rapidez. Sacó un escudo, que bloqueó el veneno. Mientras el lagarto tenía su mirada fija en la protección, ella apareció detrás de él, atravesándolo con Puñalada Trasera en un Punto Débil. Luego recogió el escudo, y la lanza clavada en el suelo que lo había estado sosteniendo.

A medida que subía el nivel de la zona, el peligro era mayor. Cuando cerca del final de la noche llegó a la de nivel 50, los enemigos eran dos niveles por encima del suyo. Eso hacía que no dudaran en atacarla, ignorantes de que aquella presa era en realidad cazadora.

Además, estaba en las afueras del bosque, así que la densidad de posibles enemigos no era muy grande. Estaba cerca del camino, el que llevaba a la ciudad fortificada, y a su mansión.

Decidió seguir bordeando el camino, pero sin llegar a él, manteniéndose oculta en el bosque, y sin coger la bifurcación que iba a la ciudad amurallada, que se veía a lo lejos.

El corazón empezó a latirle con fuerza cuando descubrió el perfil de la mansión. Sobre una pequeña colina, sus cuatro torres dominaban las tierras circundantes, torres que no eran las de un castillo, pero que eran incluso más poderosas.

La vampiresa había armado temibles sistemas de defensa en ellas y en el resto de la mansión. Lo había hecho sin ningún propósito más que para presumir que tenía un castillo inexpugnable, aunque estaban desactivadas la mayoría del tiempo a causa de alto consumo de maná. Además, podían ocasionar accidentes, como Eldi podía corroborar.

Reconocía cada detalle del perfil, cada ángulo de los tejados y de las torres. Se había pasado días diseñándola y modificándola, tanto decorativamente como todo tipo de funcionalidades.

Sentía ansias por llegar, pero también temor. Ahora que la tenía en frente, le volvía a asaltar la duda de si en realidad no era suya. De si en realidad sus habitantes no la reconocerían. De si la realidad del juego no era la real.

De repente, frunció el ceño. Apresuró el paso para acercarse más, para asegurarse de que no estaba equivocada. Por desgracia, no lo estaba.

El escudo que protegía la mansión estaba en plena actividad y siendo atacado. Alrededor de éste, había multitud de figuras que lo bombardeaban con hechizos. También podían verse tiendas distribuidas por el exterior, que indicaban que habían montado un asedio.

–¿Qué... qué está pasando?– se preguntó entre incrédula y furiosa.

Era evidente que no podía acercarse sin más. Podía incluso sentir desde allí que los niveles de los atacantes eran muy superiores al suyo. Y, para hacerlo peor, se estaba haciendo de día, lo que no sólo era dañino para ella, sino que Oscuridad perdería su efectividad. El resplandor del sol saliente empezaba a vislumbrarse, así que no quedaba mucho para la aparición del astro.

Se mordió el labio. Quería acercarse, investigar, quizás sabotear a los atacantes, pero no podía hacerlo de día. Su mejor opción era quizás esperar a la noche, pero estaba demasiado preocupada. Así que decidió usar un poco de sus reservas de crema solar.



Kila, una mujer-gata de pelaje plateado, llegó a la ciudad al amanecer. Su nivel era 40, y llevaba un arco colgado a la espalda. Se fue directamente a la posada, donde en el juego se servía comida.

–Hola, buenos días, ¿qué tenéis para desayunar? Me he pasado la noche caminando, y estoy hambrienta– saludó alegremente.

–Hola, buenos días. Es un poco pronto aún. Si te esperas media hora, traerán pan recién hecho, todavía caliente– le respondió un chico-hiena de unos catorce años.

Estaba preparando las mesas para los clientes que no tardarían en llegar.

–¿¡De verdad!? ¿No tendréis también un poco de leche recién ordeñada? ¿Y algo de miel?– preguntó casi salivando.

–Ja, ja. Sí. ¿Has estado antes por aquí? El nombre de miel sólo lo usamos nosotros. Se lo dio... ella– dijo el adolescente, con algo de tristeza.

–No, pero ¡unos amigos me lo contaron! ¿Quién es ella?– preguntó con curiosidad.

–Es un poco extraño. Ella era una visitante, y una vampiresa. Sabes, cuando llegó, todos se asustaron un poco. Y más cuando trajo a más vampiros. Pero ella y todos fueron buenos con nosotros, incluso nos han ayudado mucho, me salvó. Y ahora...– se detuvo el adolescente, apretando los puños.

–¿Ahora? ¿Les ha pasado algo?– preguntó curiosa una vez más, a pesar de que por dentro se sentía sumamente intranquila.

–¿No serás uno de ellos?– preguntó él, con desconfianza.

–¿De quiénes?– se extrañó ella –Yo soy Kila, una aventurera, estoy de paso. ¿Y tú?– le cogió por sorpresa de la mano, estrechándosela.

–Eh... Yo soy Fleldo. ¿De verdad no sabes quiénes son, qué está pasando?

–Ni idea. Acabo de llegar– respondió ésta, inclinando el cuello hacia un lado y poniéndose un dedo en la boca.

–Esos... Carroñeros... Saben que la visitante ya no está, y quieren asaltar la mansión, su mansión. A nuestros amigos. Dicen que quieren erradicar a los vampiros, pero sólo quieren los tesoros que se supone que hay. Por ahora, no lo han conseguido, pero no sé cuánto aguantarán ¡Si Gjaki estuviera aquí, les daría una lección!

A Kila le costó contener sus emociones. La furia hacia quienes atacaban la mansión. La calidez en su alma al ver que la recordaban e incluso la apreciaban. Que había sido real, al menos en parte. Le reconfortaba también ver que aquel niño al que había salvado en el juego la recordaba.

Sin embargo, Gjaki no podía revelarse. Necesitaba seguir interpretando su papel de Kila y reunir cuanta información pudiera. Si de paso podía disfrutar de un desayuno que tantas veces había imaginado en el juego, tanto mejor.

No tardó en llegar más gente, mucha de la cual se abrió ante la alegre aventurera. Es cierto que a Gjaki no se le daba siempre bien interactuar con otras personas, pero no era lo misma siendo ella que actuar como otra persona. De alguna forma, sentía que no era ella la que tenía que avergonzarse, además de encontrar divertido meterse en el papel.

Corroboró lo que Fleldo le había contado, además de reunir información sobre las fuerzas invasoras, su cantidad y sus niveles.

Lo que más le emocionó fue reconocer a muchos de ellos, que tuvieran buenos recuerdos de ella, que la apreciaran, que incluso la echaran de menos. Por suerte para ella, que la un tanto ingenua aventurera gatuna se emocionara no les resultó extraño.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora