Escaramuzas

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El elfo que se le había insinuado y se había enojado con ella la miraba ahora aterrado desde el suelo. Estaba dolorido, pero no se atrevía ni siquiera a odiarla. De ella haber querido, habría muerto.

Todos contemplaban la masacre asombrados. La primera enorme araña en llegar había visto sus piernas cortadas y su abdomen abierto con facilidad. Luego, aquella supuesta elfa había esquivado con solvencia veneno y telas, y acabado con las siguientes.

Lo más sorprendente había sido lo que sucedió tras la tercera. Había saltado sobre ella y cercenado la garganta. Tras ello, había invocado cinco Mastines de Sangre, y al hacerlo, se había interrumpido Disimulo, quedando al descubierto su verdadero poder

Los mastines atacaron sin piedad a las arañas, que cambiaron abruptamente de dirección para huir de aquella presencia de nivel 100. Ella las siguió, entrando en la cueva, y dejando un rastro de arañas mutiladas tras de sí.

–Al menos, no tienen nada que ver con Espid– suspiró la vampiresa.

La aracne casi se había sentido ofendida cuando una de las hermanas de Coinín había preguntado al respecto. No obstante, sólo casi. Era imposible enfadarse ante la curiosidad inocente de la pequeña vampiresa demihumana.

Así, la peligrosa invasión de arañas terminó casi antes de empezar. Cuando los exploradores se asomaron a la cueva, todo rastro de sobrepoblación había desaparecido.



Es cierto que el maná y la energía tardan en recuperarse en aquel lugar para alguien de nivel 100, pero no así la sangre. Además, Gjaki solo había invocado los mastines para evitar que las arañas pudieran esparcirse. Tras estar controladas, los había desinvocado, excepto uno para abrir camino.

Apenas gastaba más maná. Quizás para renovar Escudo de Oscuridad, pues desintegraba las molestas telarañas. O para crear un Portal de Salida de vez en cuando, si encontraba el lugar adecuado para ello. Tenía que aislarlo para evitar que nadie más entrara, al menos mientras tuviera uso para ellos. En el caso peor, perdería unas horas de camino cuando tuviera que volver.

Caminó por los túneles con bastante tranquilidad, protegida por su aura nivel 100. Prácticamente, ningún ser se atrevía a atacarla, y tampoco a ella le apetecía seguir masacrando débiles arañas.

Se quedó mirando unos instantes una enorme gruta, antes de simplemente atravesarla y seguir su camino, abriéndose paso con facilidad entre las telas. Su existencia confirmaba que estaba en el lugar adecuado.

Tardó bastantes días en llegar a quizás la zona más baja de aquel entramado de túneles. En gran parte porque tenía otros asuntos que atender.



Los condados del Reino de Sangre estaban por ahora tranquilos, aunque era una calma tensa. Nadie se atrevía a atacar a los nuevos condes, temerosos de su alianza y de la fuerza desconocida que estaba detrás. Su suspicacia hacía que las hostilidades entre ellos también fueran mínimas, pues no querían debilitarse. Cuánto duraría esa calma era algo que nadie sabía.

Quizás el evento más peligroso había sido cuando Kilthana había entregado el supuesto antídoto a Kerthlon. Éste y su padre habían escondido tropas, y atacado una vez se habían hecho con el antídoto. Su patrono, uno de los hermanos de Krovledi, esperaba que con la captura de la condesa pudiera hacer salir a quién estaba detrás, averiguar con quién se enfrentaban.

Claro que no eran los únicos que habían escondido tropas. Quizás Kilthana era algo inexperta como condesa, pero conocía lo traicioneros que podían ser algunos nobles. Por ello, Solodkro y algunas de sus fuerzas estaban también escondidos, así como Lulorha y Shabeladag. Incluso Jiknha había acudido, aunque más bien como espectadora.

De todas formas, si alguien conocía las estratagemas y posibles trampas eran los exmercenarios y ahora condes. Su experiencia combatiendo en el Reino de Sangre era considerable, y sabían que el conde Kerhdal y su hijo no eran de fiar.

El resultado había sido una aplastante victoria de las fuerzas de Kilthana y sus aliados, cuya presencia allí había sido sin duda inesperada. Si bien habían tenido tiempo más que de sobra para llegar, algunos con la ayuda de cierta vampiresa, nadie se había tomado del todo en serio aquella alianza. Hasta entonces.

Gjaki había permanecido también cerca, pero escondida, esperando por si era necesaria su presencia. Al final, se había limitado a ser el transporte de los condes, además de presenciar su primera batalla entre dos ejércitos.

Kerhdal y Kerthlon habían logrado huir, aunque la pérdida de fuerzas había sido importante. Sus mercenarios se habían rendido ante la derrota inminente, lo que era una práctica habitual. Habían conservado la vida, pero no podían volver a estar bajo las órdenes de sus anteriores patronos, pues tal era el código de los mercenarios, al menos en el Reino de Sangre.

Dado que la alianza tenía una importante carencia de efectivos, pronto habían encontrado nuevo trabajo, sin que hubiera ningún tipo de rencor, animadversión o conflicto. De hecho, era una práctica habitual.

Una vez vencidos, era normal que los mercenarios fueran contratados o forzados a irse. En este caso, había cinco condados que habían cambiado de manos recientemente, y que andaban justos de combatientes.

A pesar de que pudiera parecer extraño, la lealtad de los mercenarios no estaba en entredicho. La traición era imperdonable entre ellos, era romper el código, no se podía cambiar de bando. Sin embargo, una vez eran derrotados y debían renunciar a su anterior trabajo, eran libres. No cambiaban de bando, pues en aquel momento no estaban en ninguno.

Gjaki lo había encontrado cuanto menos peculiar, aunque era la única. El resto había vivido allí toda su vida, así que les parecía lo más natural del mundo.



La vampiresa entró en una enorme gruta, mucha más grande que la que se había quedado contemplando días atrás. Allí no había arañas, sino un enorme lago subterráneo, en el que algunos insectos se acercaban a beber. Pero lo hacían rápido, como si temieran que algo pudiera atacarlos.

Gjaki se acercó sin miedo, con su nivel oculto con Disimulo. Un par de Murciélagos observaban discretamente el lago desde arriba, mientras ella llegaba hasta la orilla.

No tardó una enorme sombra en aparecer. Era difícil verla desde su posición, sobre todo por la carencia de luz, pero más fácil desde arriba, mediante los Murciélagos.

–Así que realmente no era algo del juego– se dijo la vampiresa.

Un ser enorme surgió del agua de golpe, y varias bolas de fuego se dirigieron hacia ella a gran velocidad. Era un ataque sorpresa que esperaba acabar con su presa lo antes posible.

Sin embargo, dicha presa lo estaba esperando, y Premonición facilitaba encontrar el lugar exacto donde no impactarían los proyectiles de maná.

La vampiresa sonrió desafiante al encontrarse con la enorme Hidra de nueve cabezas, que se alzaba amenazante, y que se preparaba para volver a disparar.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora