Mercader

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Si bien podría haber utilizado algunos de los materiales que tenía en el inventario para comerciar, prefirió no hacerlo. No sólo no tenía claro cuáles usar o si podría resultar sospechoso, sino que no tenía confianza en su habilidad. Estaba convencida de que se notaría enseguida su falta de experiencia como comerciante.

Así que se decidió por un enfoque más sencillo. Su supuesta misión no era comerciar sino prepararse para hacerlo, bajo las órdenes de sus jefes. Así, sólo tenía que explorar el mercado, averiguar qué mercancías podían exportarse o importarse, o a qué precios.

Con ello, podía moverse con facilidad y sin levantar muchas sospechas, a pesar de su aspecto un tanto exótico. Además, reunir información se hacía muy fácil gracias a su identidad. Y comprar comida para llevar en mayor cantidad de lo habitual no resultaba demasiado raro, aunque fueran en su mayoría pastelitos y otros dulces.

Aún no estaba segura de qué hacer sobre la mazmorra. Creía que lo más óptimo para ella sería entrar sola, aunque la atraía la idea de hacerlo en grupo. Sin embargo, la primera opción no era posible, pues se requerían grupos de un mínimo de cinco personas, cada una de las cuales de nivel 32 o superior.

En cuando a la segunda opción, seguía dudando si podía confiar en sus excompañeros. No creía que le hubieran mentido, pero podían verse forzados a contar la verdad para explicar todo lo que les había pasado.

–Espero que al menos el sanador esté bien– se dijo.



Fueron unos días de inusual tranquilidad, sin las continuas batallas, sin la continua presión para subir de nivel. No era que no tuviera prisa, pero habían quedado diez días después. Al final, había decidido confiar en ellos, aunque no sin precauciones.

Había reunido información sobre los condes y su familia, información que aquellos días corría de boca en boca. Al parecer, un accidente había acabado con la vida del hermano del conde, su mujer y sus hijos. Aunque no había mucha información, y sí mucha especulación.

Sabiendo la verdad, a Gjaki no dejó de asombrarle la imaginación de la gente. Más de uno estaba convencido de su teoría particular, ya fuera un complot de un territorio rival, una extraña enfermedad, o que seguían vivos y habían sido exiliados por alguna razón.

También pudo comprobar que, si bien los condes y su familia no eran adorados por la gente, tampoco eran odiados. El ejército y la guardia ducal podía ser a veces un tanto prepotentes, pero no llegaban a ser déspotas, ni había grandes niveles de corrupción. Tampoco los impuestos eran excesivamente altos ni bajos comparados con las tierras vecinas.

Gjaki, o más bien Ikajg, había logrado una cierta reputación aquellos días. Si bien muchos comerciantes la habían conocido e intercambiado información, el motivo principal de su efímera fama era el haber apalizado a un par matones con no muy buena reputación.

Habían querido intimidarla, creyendo que podrían sacar algo de dinero a una mercader indefensa. La seguridad era estricta, así que si hubieran intentado robarle, podrían haber tenido problemas serios. Sin embargo, un poco de acoso e intimidación no hubiera sido muy grave incluso en el caso de ser descubiertos.

Lo que no esperaban era despertarse unas horas más tarde con todo el cuerpo dolorido y algún hueso roto. Durante los siguientes días, resultaba gracioso verlos cambiar de dirección y esconderse si se cruzaban con ella. No pocos le estaban agradecidos por darles una lección.



–¿Crees que vendrá?– preguntó Krongo.

–Quién sabe...– suspiró Krinia.

–¿De verdad es una...?– preguntó Kroco, antes de ser interrumpido bruscamente por su hermana.

–¡Sssshhh! ¿No ves que alguien podría oírte?– le censuró su hermana.

–Igual no se fía de que guardáramos su secreto– sugirió Kruloz.

–Yo también desconfiaría. La verdad es que no ha sido fácil. No sé si el conde se ha acabado de creer lo de la guerrera misteriosa– dudó Krinia.

–Bueno, fue ella misma quien dijo que era una caminante nocturna. Si no, no hubiéramos pasado la habilidad de Fibakra– se encogió de hombros Kroquia.

–No me lo recuerdes. No dejaba de sudar– reconoció Krongo.

De repente, alguien trajo una silla y se sentó en su mesa. Se quedaron mirando a la mujer, que llevaba un colgante que la identificaba como mercader, preguntándose qué quería.

–En serio, podríais ser un poco más discretos. Cualquiera podría oíros– les reprochó está.

–¡Kigja!– exclamó Krinia.

Todos reconocieron la voz, y más de uno se sonrojó, un tanto avergonzado. Creían que nadie los escuchaba, pero, si ella los había oído, significaba que realmente habían sido un tanto indiscretos.

–Deberías ir con cuidado. Falsificar la identificación de un mercader es un delito grave– la reprendió Kroquia, de alguna forma intentando tapar la pequeña metedura del grupo, en especial de su hermano.

–No es falsa. Es una de mis identidades– se encogió de hombros.

Los otros la miraron sorprendidos. No esperaban que tuviera un certificado real de mercader.

–Pero si eres mercader, entonces no será fácil entrar en la mazmorra. Tendrías que ser aventurera, y no novata– se preocupó Krinia.

–Oh, no hay problema. Puedo usar mi identidad de aventurera. Si ésta no va bien, tengo otras...– aseguró Gjaki, mostrando su placa de caminante nocturna.

–¿Cuán... cuántas identidades tienes?– preguntó Krongo, sorprendido.

La vampiresa se quedó unos segundos en silencio. Recordaba la suya original, varias de aventurera, de mercader, de sastre, de... Realmente eran muchas.

–No sé. ¿Quizás veinte? No las recuerdo todas...

Se la quedaron mirando, anonadados. Aunque no tardaron en encontrarlo, hasta cierto punto, natural. Resultaba lógico querer ocultar su identidad siendo una vampiresa.

De repente, uno de ellos se levantó e hizo una reverencia.

–Mi nombre es Kroco, hijo de conde de Kronardhi. Te agradezco profundamente que nos salvaras la vida.

Gjaki se lo quedó mirando, tardando unos segundos en reaccionar ante lo que no esperaba.

–Encantada. Me alegro verte menos pálido. Yo soy Kigja...

Suspiró por dentro tras pronunciar su nombre falso. Había decidido confiar en ellos, y tampoco había tanta diferencia, pero no sabía si revelar su verdadero nombre. Además de que podía haber gente escuchando, quizás vigilando a los hijos del conde.

Sin duda, era Kroco el que se sentía más incómodo ante la presencia de Gjaki. Era una vampiresa, y no la conocía como los demás, pues había estado inconsciente todo el viaje. Sin embargo, sus amigos y hermana le habían hablado mucho de ella. Además, en su primera impresión, no parecía tan terrible.

De hecho, todos se sorprendieron un poco al comprobar que se mostraba menos distante que en el viaje. Aunque no era tan extraño. Al fin y al cabo, en aquel entonces tenía que ocultar su identidad.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora