Asesinato (III)

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Desesperados, Drigca y los suyos trataron de oponer resistencia, pero eran claramente superados. Y resultaba imposible huir. De empezar a correr, estarían indefensos.

Los caballeros avanzaron en formación hacia Drigca y su grupo. Se apoyaban los uno a los otros, luchando juntos, y se aseguraban de que ninguno de sus enemigos pudiera superarlos y llegar hasta el príncipe. Al menos, ninguno de los visibles.

Gjaki estaba pegada a la pared, tras un pequeño saliente que impedía que llegara la luz y oculta en Oscuridad. Pensó en volver a invocar más mastines, que quizás esta vez no encontrarían oposición. Pero temía que ello la delatara.

También tenía que ir con cuidado con el consumo de maná. Invocar a otros cuatro la pondría en una situación un tanto delicada. Así que esperó, mientras trataba de encontrar una solución.



–Alteza, mejor no acercarse más, es peligroso– sugirió uno de los acompañantes del príncipe.

–Vamos, no pasa nada, quiero verla de rodillas. ¿¡Cómo se atreve a alzar su mano contra mí!?– se negó el príncipe, aún cegado por la ira.

Su mirada estaba centrada en la pelea, en la que los caballeros tenían claramente la iniciativa. Uno estaba herido y era tratado en la retaguardia, mientras que dos del grupo de Drigca estaban inconscientes, o muertos. El resto, Drigca incluida, parecían en las últimas.

Gjaki aprovechó entonces para lanzar dos Dagas Fugaces contra los orbes que proporcionaban luz. Aquel ataque la exponía momentáneamente, pero nadie estaba mirando en su dirección, y pronto la oscuridad la engulló.

–¿Qué ha pasado?

–¡Sacad más orbes de luz!

–¡Aseguraros de que no pase ninguno de ellos!

–¿¡Dónde están!?

Gjaki pudo ver que, aprovechando la oportunidad, un miembro del grupo de Drigca había apagado sus propias lámparas auxiliares, y habían activado el portal para huir de la mazmorra. Era una pena que hubieran escapado, pero no eran su objetivo prioritario.



No tardó mucho en volver la luz, en que algunos caballeros alzaran nuevos orbes. Lo primero que vieron fue que Drigca y otros dos habían desaparecido. Justo después oyeron un grito.

–¡Majestad! ¡Rápido! ¡Que venga el sanador!

Pero éste no pudo hacer nada por él. Tenía clavada en el cuello una daga en el que estaba dibujado un dragón azul, el emblema de la casa de Drigca. La vampiresa se había hecho con ella mediante Telekinesis. Tras ello, había aprovechado la oscuridad y su Visión Nocturna para acercarse al príncipe y clavársela, con la ayuda de Puñalada Trasera.

Podría haber acabado también con su tutor y la otra acompañante, pero no tenía nada contra ellos. Simplemente, aprovechó la confusión para desaparecer, protegida por las sombras.



La atmósfera resultaba un tanto pesada en el grupo de Kroquia. Se habían librado del príncipe, pero podría traer consecuencias. Por suerte, todo apuntaba a sus enemigos, así que no esperaban verse involucrados. Por si acaso, se mantuvieron alejados, mientras el séquito del príncipe escoltaba su cuerpo fuera de la mazmorra.

Por un momento, se plantearon volver, pero eso podría hacerles parecer sospechosos, o que sabían algo. Lo mejor era aparentar que no se habían enterado de nada y seguir en la mazmorra. Cuanto más tardaran en salir, mejor, probablemente.

Así que decidieron ir hacia la siguiente planta. Si se realizaba algún tipo de investigación, ceremonia o lo que fuera, era mejor estar lejos.

Siguieron un camino que se acercaba lo menos posible al lugar donde habían acontecido los hechos, esquivando y acabando lo más rápidamente posible con las cucarachas que se encontraban, siempre tratando de no gastar demasiada energía o maná.

Finalmente, llegaron a la sala del jefe de planta. Era una enorme cucaracha de algo más de tres metros de altura.

–Cuidado con sus patas, son muy afiladas. Se mueve rápido a pesar de su tamaño y su coraza es dura. Por debajo es vulnerable, pero no es fácil alcanzarlo por ahí– recordó Kroquia.

No era un jefe de planta especialmente difícil, aunque tedioso, y los cinco reptilianos ya lo habían vencido en un par de ocasiones en el pasado. Ahora, eran algo más fuerte y contaban con un miembro adicional, por lo que confiaban poder superarlo con solvencia.

Se quedaron mirando mientras Gjaki Escalaba el muro de piedra. Luego, envuelta en Oscuridad, Planeó hasta colocarse sobre la enorme cucaracha. Rápidamente, clavó una lanza con todas sus fuerzas, que apenas se introdujo unos centímetros en la gruesa coraza. Inmediatamente, usó el martillo para que penetrara un poco más. No era suficiente para hacerle mucho daño, pero sí para sostenerse sobre ella.

El jefe, que parecía estar observando a quienes estaban en la entrada de la sala, reaccionó violentamente, intentando sacársela de encima. Sin embargo, la vampiresa no sólo estaba bien sujeta, sino que se había asegurado de que su presa no tenía ninguna habilidad para rodar sobre sí misma. De hecho, había registros que indicaban que era uno de sus puntos ciegos.

Esa táctica no se solía usar mucho, pues no era fácil subirse a él, y era difícil hacer daño desde allí, además de que se debía disponer de algún método para mantener el equilibrio. Ella, sin embargo, no tenía esos problemas.

La corrosión de la magia oscura podía ir dañando la coraza, aunque fuera poco a poco, y el martillo hacía algo de daño aunque no la atravesara. Además, su principal objetivo era el de distraerle.

Krinia y Kruloz atacaban desde la distancia sin tener que preocuparse de que los Embistiera. Kroquia estaba a la espera de interceptarlo si cambiaba de objetivo. Podía bloquearlo, aunque no muy a menudo, y necesitaba usar una habilidad de escudo. Por suerte, su Presencia no sólo potenciaba a sus aliados, sino que debilitaba ligeramente a los enemigos.

Kroco se mantenía también a la espera, después de haber otorgado bendiciones. Su foco estaba en su hermana y Krongo, los más susceptibles de ser heridos, especialmente este último.

El guerrero buscaba la retaguardia del insecto de maná y atacaba desde allí, con sus dos hachas, su arma preferida. Trataba de alcanzar las patas, para así debilitar y entorpecer a su enemigo, siempre con cuidado de no pisar las cruces en el suelo.

Antes de subir sobre la cucaracha, Gjaki había dado una vuelta por el campo de batalla, creando algunas trampas y marcándolas. Si el jefe se volvía contra ellos, tenían que tratar de llevarlo sobre ellas. No sólo podían retenerlo, o al menos ralentizarlo por un momento, sino que también lo atacarían desde abajo.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora