Ofrenda

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En aquel momento, Calta se arrepentía profundamente de haber desobedecido a sus padres. Aterrada y con lágrimas en los ojos, corría desesperada. Intentando dejar atrás a sus perseguidores, aun cuando sabía que era imposible.

Era joven y atractiva. Se había puesto su vestido nuevo y había querido salir a lucirlo, incluso maquillándose. No había querido hacer caso a las advertencias, creía que no podía pasarle a ella. Ahora sabía lo equivocada que estaba

Cuando caminaba por la calle después de haberse escapado, había sido descubierta por los agentes del conde. Al verla, estos había decidido invitarla a conocer a su señor.

Le habían ordenado que se detuviera, pero ella había salido corriendo, asustada. Era una decisión totalmente irracional, pues no había forma de que escapara. Rápidamente le ganaban terreno, y nadie la iba a ayudar. Nadie se atrevía.

De repente, la agarraron de la cintura y le taparon la boca. Creía que la habían cogido, pero la voz que le habló era diferente, joven y femenina.

–No digas nada o te descubrirán. Gírate, déjame verte.

Ella obedeció, sin saber si aquella joven era amiga o enemiga. Lo que más le sorprendió fue que la cara de la recién llegada tomara un aspecto sorprendentemente parecido a la suya, resultado de Soy Tú. Quizás no engañaría a sus padres, pero muchos creerían que era ella.

–¿Qué tal? ¿Me parezco suficiente a ti?

–¿Quién eres? ¿Qué quieres?– preguntó Calta, entre asombrada y asustada.

–Quiero ocupar de lugar. Mmmm, no tengo ropa parecida. Tendrás que darme la tuya. Mira, elige una a cambio para ponerte.



–Más te vale no volver a intentar huir. Ahora eres propiedad del conde, pero puedo cortarte un dedo o dos– amenazó una vampiresa menor, mientras ataba las manos de la joven.

–No, no. ¡Seré obediente!– aseguró ésta aterrada.

–Más te vale. Si me haces correr otra vez, te arrepentirás– la intimidó otro vampiro menor.

En realidad, la mujer que había huido estaba escuchando a sólo unos metros de distancia, escondida. Aún le costaba creerse qué había pasado, ni entendía por qué una completa extraña había querido ocupar su lugar. Aunque tampoco iba a meterse.

Se le ocurrió que igual era enemiga del conde, pero a ella le estaba bien. Todos lo odiaban, y ahora ella todavía más. Lo que más le preocupaba era cómo explicar a sus padres lo del cambio de vestido. Quizás también le preocupaba un poco la seguridad de la extraña que la había salvado, pero ésta parecía muy segura de sí misma. Se preguntó una vez más quién era, aunque decidió que era mejor no saber nada.



Gjaki había estado siguiendo a los vampiros menores, en busca de una oportunidad. Pretendía disfrazarse y dejarse ver, esperando que ellos intentaran secuestrarla, como había oído en las historias de la aldea. Aunque no estaba segura si funcionaría. Por ello, había decidido estudiarlos.

Sin embargo, la aparición de la joven había acelerado sus planes. No sólo quería salvarla, sino aprovechar la oportunidad.

Los vampiros la metieron con rudeza en un carro, atada. Luego se marcharon, dejándola dentro y con guardias vigilando fuera.

Ella podía liberarse fácilmente de las ataduras. De hecho, tenía más de una forma de hacerlo. Lo que no estaba tan segura era de poder ponérselas de nuevo sin que se notara. Así que se quedó esperando allí, vigilando los alrededores con un par de Murciélagos que había invocado antes.

Estaba usando Disfraz y Disimulo para pasar desapercibida, por lo que no podía usar demasiados o se quedaría sin maná, y su identidad quedaría expuesta.

Se aseguró de simular algunas lágrimas con agua y Telekinesis, ya que no era capaz de forzarlas por sí misma. No pudo sino preguntarse cómo eran capaces de hacerlo los actores.

Cuando volvieron sus captores, decidió hacerse la dormida. Estos la dejaron estar, pues era un problema menos si se estaba quieta. Además, siendo un regalo para su señor, aunque quisieran, no podían morderla o usar violencia sin motivo. No sabían que ella podía matarlos en cualquier momento. Que si estaban vivos, era únicamente porque los necesitaba.



Aunque estaba con los ojos cerrados, había un Murciélago sobre el carruaje, por lo que podía ver perfectamente por donde iban. Era evidente como la mayoría de gente se escondía, que tenían miedo. Incluso los que se acercaban a entregar impuestos estaban asustados, algunos más visiblemente que otros.

Tardaron varias horas en llegar, por lo que la vampiresa supuso que sabían que estaba fingiendo. Sin embargo, si a ellos les estaba bien, a ella también. Cualquier interacción con ellos suponía un riesgo de ser descubierta.

La mansión estaba cubierta de una barrera, menos potente que la de la mansión de Gjaki. Era suficiente para retrasar a los intrusos y preparar las defensas, pero no para aguantar un asedio prolongado. No obstante, la mejor forma de cruzar la barrera era por la entrada principal, como lo estaba haciendo ella.

Los guardias parecían cansados. En aquel momento, no le dio importancia, ni mucho menos pensó que se debiera a ella. Concretamente, a que muchos habían perdido la vida en el asedio, y andaban un poco justos de personal.

No siguió disimulando estar durmiendo cuando se pararon y le hicieron que bajara. No era necesario, tan sólo parecer asustada.

–Más te vale ser obediente, si no quieres hacer enfadar al joven amo– le advirtió la vampiresa menor.

–S...sí– afirmó ella, tartamudeando.

Aunque por dentro estaba algo preocupada. Por una parte, observaba alrededor para comprobar que no hubiera ningún enemigo al que no pudiera enfrentar. Por la otra, lo de "joven amo" no le gustaba. Al parecer, no iba a ser llevada a su objetivo.

Subieron varias escaleras y recorrieron varios pasillos hasta llegar a una puerta, a la que llamaron. Durante casi cinco minutos, se quedaron esperando, para sorpresa de Gjaki. Podía notar que sus dos acompañantes estaban molestos, pero se reprimían.

–Adelante– se oyó una voz artificialmente grave.

Abrieron la puerta y entraron. En cuanto lo hicieron, le costó mantener la compostura y no atacar inmediatamente.

Había varias mujeres allí, algunas semidesnudas, algunas atadas, algunas con la piel sangrando por latigazos, algunas sangrando de dos marcas de colmillos. Todas estaban quietas y visiblemente aterradas, incapaces de volverse contra el vampiro nivel 54.

Sin duda, no era su objetivo principal, pero no pensaba dejarlo ir. No después de lo que acababa de ver.

–Oh, me habéis traído un juguete nuevo. Mandaré que os recompensen. Os podéis ir. Tú, acércate, quiero verte de cerca– ordenó.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora