El condado de Kronardhi

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–Madre nos advirtió de que no confiáramos en nuestros primos y tíos, pero no quisimos creerla. Son familia por parte de padre, así que creímos que había algún conflicto entre ellos. Quizás celos. Quizás un malentendido. Y padre no desconfiaría nunca de su hermano– suspiró la guerrera.

El resto también suspiraron. Sus rostros parecían oscurecerse ante aquellas palabras, pero no tenían tiempo para distracciones. De hecho, Krinia acababa de lanzar un Rayo a una especie de pequeño dinosaurio como advertencia.

No llegaban al metro de altura y corrían a dos patas. Sus dientes eran afilados y sus niveles variados, entre 28 y 32. Por sí solos, no eran muy fuertes, su fuerza residía en el número. Y no era despreciable la cantidad que los acechaba.

A unos veinte metros del grupo, a cada uno de los lados, había unos treinta de ellos. Y Gjaki sabía que había más detrás. Quizás superaban el centenar.

Aquello temibles depredadores los estaban estudiando, decidiendo si debían o no atacarlos, si valía la pena. Y esperando a que estuvieran cansados.

Por ello, la acción de la maga pretendía ser disuasoria, pues era el método más efectivo para lidiar con ellos. No podían mostrar debilidad, y era mejor si se mostraban agresivos con cualquier individuo que se acercara demasiado.

Para aquellos seres, las presas eran apetitosas siempre y cuando el coste de cazarlas no fuera mayor a las pérdidas. Perder individuos significaba reducir su fuerza, que residía en el grupo. Por ello, tanto el riesgo como la recompensa debían tenerse en cuenta, aunque fuera por instinto.

–Les contamos a nuestros primos a dónde íbamos, con quién y cuándo. Pecamos de ingenuos, de confiados. Nunca creímos que estuvieran conspirando contra nosotros y contra nuestros padres. Sabíamos que nuestros tíos eran ambiciosos, pero no hasta el punto de traicionarnos– siguió explicando Kroquia, apesadumbrada y furiosa.

Mientras hablaba, no dejaba de observar los alrededores, en especial a sus perseguidores. Como todos, deseaba que se cansaran. Si los atacaban, lo más difícil sería defender a Kroco.

–Nuestro condado es próspero. Tenemos buenas tierras, recursos y una gran afluencia de aventureros. Es más que suficiente para que toda la familia viva confortable y el pueblo no tenga que sufrir. Pero parece que ellos querían más. Más de una vez habían mencionado que tendríamos que vivir con los mismos lujos que la capital. Nunca supimos hasta que punto lo deseaban– siguió, atando cabos al mismo tiempo que explicaba.

Kruloz atravesó uno de aquellos pequeños dinosaurios, que cayó al suelo malherido. No tardó en ser devorado por sus propios congéneres, que, por un rato, no se atrevieron a acercarse.

La vampiresa, que se había movido al final del grupo, dejó unos Tentáculos y siguió su camino. Su nivel quizás no era muy alto, pero tampoco sus enemigos eran muy poderosos.

Al cabo de no mucho, el caos llegó a los que los seguían. Su Murciélago era menos efectivo a la luz del día, pero suficiente para observarlos a poca distancia.

Cuatro de ellos habían caído en la trampa inicialmente, pudiendo uno escapar. Al estar herido, otros lo atacaron, cayendo tres más también en la trampa mientras peleaban por los restos. Al final, entre la trampa y el canibalismo, habían caído ocho de ellos.

–Una forma fácil de ganar experiencia– se dijo.

Así que siguió poniendo Tentáculos. Sus compañeros no preguntaron, pero era evidente para ellos que estaba colocando algún tipo de trampa. No sólo podían notar el maná, sino oír los chillidos detrás un rato después. Por supuesto, no tenían ningún problema con ello, sino todo lo contrario. Cualquier daño a sus perseguidores era una buena noticia. Gjaki sólo lamentaba no poder obtener la sangre.

Sus acciones causaron caos entre los saurios, acabando con casi un tercio de ellos. No obstante, dejaron de ser efectivas, ya que los que quedaban se tornaron más cautos. Las trampas eran difíciles de distinguir en la noche, pero no tanto a la luz del día, sobre todo si se había visto caer a tus compañeros en ellas.

Al ver que iban dejando de funcionar, probó con una táctica alternativa. Puso una nueva trampa, y un Mastín de Sangre en ella.

Krongo la miró extrañado, sin saber qué estaba haciendo. Y un poco sorprendido al ver aparecer el mastín de la nada. Si bien los había visto antes, y no es que fuera una habilidad mítica, sí que era bastante poco común.

–Han aprendido a esquivar las trampas. Voy a probar con un cebo– respondió Gjaki a la mirada inquisitiva, en lo que había sido una de sus frases más largas hasta entonces.

Él asintió, aunque su rostro perplejo no mostraba si pensaba que era una buena idea, una estupidez, o simplemente no sabía qué pensar.

El cebo tuvo cierto éxito. Más de uno de aquello seres se vieron tentados por la presa, y el caos volvió a reinar por tres veces. Al cuarto, simplemente ignoraron al mastín. Cuando su dueña ordenó que atacara, el pequeño caos ocasionado no valía la pena. Con todo, había acabado con casi dos quintas partes de ellos.

Mientras, con largas pausas entre medio, Kroquia seguía hablando.

–Hace unos meses, empezaron a surgir extraños rumores. No les hicimos caso. Ahora ya no sé qué pensar. Últimamente, nuestro tío sólo aparece por las noches, o totalmente tapado. Dice que ha pasado una extraña enfermedad y se está recuperando.

Gjaki frunció el ceño. Aquello le resultaba demasiado familiar.

–Se volvió a casar unos meses atrás. Su mujer tampoco aparece de día, pero es normal, lo está cuidando. Al menos, nos parecía normal.

–Muy conveniente– pensó Gjaki.

–Y las desapariciones a las que no hicimos caso, ahora también me parecen sospechosas. Se supone que han vuelto a ver a su familia. O fueron accidentes. Ya no sé qué pensar.

–¿Hubo algún accidente extraño?– preguntó Gjaki, curiosa.

–No. Bueno, quizás uno de los primeros. Un cuerpo apareció como desecado. Decían que tenía dos agujeros en el cuello, el mordisco de algún animal. Las investigaciones revelaron una enfermedad transmitida por el animal que lo mordió– explicó Kroquia.

–¿No fueron las investigaciones llevadas por tu tío?– recordó Krinia.

Todos se quedaron callados, sin saber muy bien qué pensar, a excepción de Gjaki. No era difícil para ella deducir la causa de aquello.

–Lo más probable es que se hayan dejado convertir. Y su mujer es sospechosa– pensó la vampiresa para sí.

En el juego, la mayoría de vampiros solían ser los "malos" en las misiones. Salvo excepciones, eran seres sedientos de sangre y de poder. 

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora