Cautivos

204 47 1
                                    

Al caer la noche, la vampiresa se puso en marcha, diciendo de nuevo adiós a los góblins. O, más bien, hasta la próxima, aunque no tenía ni idea cuándo sería.

La zona era de nivel bajo para ella, pero no por ello dejó de desplegar sus exploradores alados. Era mejor evitar sorpresas si era posible, aunque esta vez no encontró nada peligroso ni fuera de lugar. Si hubiera encontrado algún ser de nivel demasiado alto que pudiera ser un peligro para los góblins, se hubiera deshecho de él.

Lo que no podía hacer era eliminar todo peligro, pues no sólo les quitaría posibles presas, sino las opciones de crecer, de hacerse más fuertes. Aunque sería mentir decir que no estuvo tentada.

Fue al tercer día, o más bien la tercera noche, cuando sus exploradores encontraron algo inusual. La zona estaba entre nivel 20 y 30, y seguía sin suponer un problema para ella.

Uno de sus Murciélagos sobrevoló unos matorrales tras los cuales no debería de haber nada. Sin embargo, se encontró con un campamento de mediano tamaño. El fuego, humo y todo rastro estaba oculto por algún tipo de encantamiento, por lo cual no lo había visto antes. Había cuatro personas vigilando, demihumanos. Había también unas pocas tiendas, por lo que calculó que habría unos veinte en total.

En primera instancia, decidió ignorarlos, dar un rodeo y seguir su camino, pero había allí unos carros con rejas, en cuyo interior había un gran número de góblins.

Gjaki pasó de la sorpresa a la ira. Estaban atados, y varios de ellos heridos, además de que reconoció a unos pocos. Los había conocido en el festival goblin al que había acudido por casualidad tras salir de la mazmorra. Una cosa tenía clara, no podía dejarlos allí. El primer problema era cómo acercarse sin ser descubierta.

En el juego, era habitual que alrededor de los campamentos de bandidos hubiera trampas. Si no estaba Goldmi con ella, solía usar un método un tanto pedestre para no caer en ellas, aunque supusiera que pudiera alertarlos.



–Una trampa ha saltado. Rod, ve a ver– ordenó una mujer-hiena.

–Siempre me toca a mí– se quejó en voz baja un hombre-castor.

–¿Decías algo?

–Nada, nada.

En cuanto se acercó, vio la sombra de un ser oscuro a cuatro patas desaparecer en unos matorrales. Sin dejar de vigilar esa dirección, restableció la trampa que cubría una zona del perímetro difícil de vigilar desde el campamento. Tras ello, volvió sobre sus pasos.

–Parece que algún animal activó la trampa. He visto su silueta cuando huía. La he puesto de nuevo– reportó Rod.

–Bueno, tampoco podía esperarse otra cosa. ¿Qué va a haber en una zona de este nivel?– desdeñó una mujer-comadreja.

–A ver si volvemos pronto. En estas zonas de bajo nivel cuesta recuperar el maná– protestó un hombre-zorro.

–Si no hubieras gastado tanto maná, no tendrías que recuperarlo. Y tendríamos tres esclavos más– gruñó la mujer-hiena.

–¡No es culpa mía! En lugar de rendirse, esas sucias cosas verdes me atacaron– se defendió.

–Fuiste un estúpido por avanzar solo. Si algún Vigilante hubiera visto el estallido de energía, hubiéramos tenido problemas– siguió gruñendo la mujer-hiena.

–Tampoco es para tanto. ¿Quién se va a preocupar por estos seres? Son útiles para las minas, pero poco más– terció la mujer-comadreja.

–Yo vi un Vigilante goblin masacrar a mis compañeros por algo parecido. Tuve suerte de escapar. Mejor no llamar la atención– intervino el hombre-castor, con un tono lúgubre.

Todos callaron. Aunque quisieran negarlo, tenían miedo a los Vigilantes. Sabían dónde y cuándo patrullaban, pero un cambio en sus rutinas, o un desliz, podía estropear la incursión. En el mejor de los casos, perderían la mercancía. En el peor, la vida.



Gjaki había seguido al Mastín de Sangre hasta que había caído en la trampa. Era demasiado poderosa para él, así que le era imposible liberarse. Por ello, lo había desinvocado e invocado otro, para rodearla y ver si había algo más. Sin embargo, enseguida había aparecido uno de los centinelas, así que lo había mandado a unos matorrales, y desinvocado una vez había llegado.

Observó al hombre-castor, y lo siguió tras rodear la nueva trampa, envuelta en Oscuridad. Se acercó lo suficiente para escucharlos, escondida tras una de las tiendas.

–Así que esos deben de ser los que llaman Vigilantes– se dijo la vampiresa.

Sus exploradores habían descubierto hasta tres seres de alto nivel, todos con el mismo uniforme granate. Los tenía vigilados, pues no quería acercarse a ellos ni por un momento. Sin embargo, ahora requería su ayuda.

Los centinelas de aquel campamento estaban alrededor de nivel 50. Si bien creía que podía enfrentarse a ellos, dudaba que pudiera hacerlo sin levantar la alarma. Si los que estaban durmiendo tenían niveles similares, poco más podría hacer que huir. Y siempre podía ser que hubiera incluso de mayor nivel.

Por ello, no veía cómo podía ella sola liberarlos, pero quizás sí los Vigilantes.



Una mujer-pantera nivel 74 medio abrió un ojo, cuyo brillo destacaba en su rostro de pelaje negro. Parecía dormir indefensa sobre un árbol, pero estaba rodeada de un hechizo que la avisaba de cualquier amenaza.

En aquella ocasión, apenas había reaccionado, por lo que supuso que debía de ser algún pequeño insecto o ave inofensiva. No se sorprendió mucho al ver al Murciélago, aunque lo encontró extraño. Cuando éste se posó sobre su pierna y mordió su pantalón, no supo qué pensar.

Se incorporó, mirándolo con curiosidad. Éste alzó el vuelo, como era de esperar. Sin embargo, de repente, se detuvo, mirándola con unos extraños ojos rojos.

Se alejó un poco. Volvió a mirarla. Volvió a alejarse un poco. Volvió a mirarla.

Ella no sabía muy bien cómo reaccionar. No siquiera dio crédito a sus ojos cuando éste volvió a posarse sobre su pierna y morder el pantalón. Sólo cuando alzó el vuelo, sin dejar de morderlo, pareció entender.

–¿Quieres que te siga?– le preguntó.

Gjaki no podía oírla, pero esperaba que por fin le hiciera caso. Lo mandó alejarse un poco, esperando que ella lo siguiera. Sólo cuando lo hizo, respiró aliviada. Ahora sólo tenía que asegurarse de no perderla.

Algo similar sucedió con un goblin nivel 71 y una mujer-buitre nivel 77. Esta última lo seguía con suspicacias, temiendo que pudiera ser una trampa. Podía detectar una leve traza de sangre en aquel pequeño ser alado, lo que la hacía sospechar. Sujetó con fuerza un talismán, su as en la manga si había algún problema.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora