Reconquista (III)

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Había nueve de ellos, armados, impacientes, irritados.

–¿Cuánto más vamos a tener que esperar?– se quejó uno en voz baja.

Una goblin a su lado le dio un codazo para que callara. Sus jefes estaban de muy malhumor, y sólo les faltaba una excusa para desahogarse con alguien. Gruñó, pero no volvió a pronunciar palabra.

No podían beber a gusto como los cuatro que habían ganado la apuesta, y no podían divertirse con sus prisioneros hasta que volvieran los otros dos, con o sin la goblin fugada.

Al principio, se habían contentado con la carne y un poco de bebida, pero estaban perdiendo la paciencia. Un goblin tumbado en el suelo, con un brazo roto y diversas contusiones, podía atestiguarlo. Le habían obligado a ser uno de los sirvientes, uno de los que les traía y cocinaba la carne, bajo amenaza de matar a su familia. Y no sabía que había hecho mal para que uno de ello se ensañara con él. Quizás, nada.

Mientras todo eso pasaba, un Murciélago colgaba del techo, observándolos sin que ellos se dieran cuenta. Puede que lo hubieran visto, pero, de ser el caso, no le habrían prestado más de un instante de atención a un ser insignificante.

Dicho ser pudo ver como dos de los góblins se marchaban hacia la entrada, y que más tarde volvían a toda prisa, visiblemente alterados.

–¡Jefe! ¡No están!– anunció uno de ellos.

–¿Quién no está?– respondió éste con desgana.

–Los centinelas, Grej y Groni– explicó el otro.

–Habrán ido a mear, dejando la guardia. O estarán follando– sugirió uno de los góblins con insidia. Estaban por encima en rango, por lo que le interesaba denigrarlos.

–¡De verdad que no están! Los hemos buscado y llamado. No hay ni rastro de ellos, se han esfumado– aseguró el primero que había hablado.

–¿Rastros de lucha? ¿Pisadas?– pregunto el segundo al mando, frunciendo el ceño.

–Nada. Estaba todo limpio. Ahora que lo dices, no había ni sus pisadas.

Aquello empezó a alarmar a los góblins, ya que era sumamente extraño. Además, no habían oído nada, ni nada o nadie había entrado por allí, pues ellos estaban en el túnel al que llevaba la entrada

–Despertad a esos cuatro borrachos y traedlos. Y traed al chamán. Ya debería haber recuperado el maná, y aún tenemos algún herido– ordenó el jefe, que ahora parecía preocupado –. Tú y tú os quedáis vigilando. El resto preparaos. Cuando vengan, iremos a inspeccionar la entrada.



Un par de túneles más lejos, Gjaki sonrió.

–Van dos a la bodega. Serán como vosotros.

Cuatro góblins asintieron. Habían sido curados por el chamán, que hasta entonces había estado apartado en una zona de detención especial. Los invasores lo querían para curarles a ellos, y sólo entonces le permitirían curar a los aldeanos heridos. Pero la irrupción de la vampiresa lo había cambiado.

Eran cuatro contra dos, y esos cuatro conocían bien el terreno. Sabían cuáles eran los lugares adecuados para tenderles una trampa, para pillarlos por sorpresa. Y dos de ellos eran cazadores, por lo que era su especialidad. Por si acaso, el Murciélago vigilaba. Si algo salía mal, quería saberlo.

Sus armas habían sido confiscadas, pero tenían las de los enemigos caídos, algunas de las cuales eran mejores que las suyas.

Dos esperaron tras una zona del túnel que se estrechaba. Los otros dos, escondidos tras una mesa tirada antes de dicha zona. Cuando los objetivos llegaron a la zona más estrecha, salieron para atacarlos por detrás, coordinados con quienes esperaban delante.

Los de delante arremetieron con una especie de espada un tanto tosca y un garrote, obligando a los recién llegados a defenderse, y dejarlos indefensos ante quienes los atacaban por detrás. Con una maza y un garrote, pudieron atacar con todas sus fuerzas, directamente, sin oposición, haciendo de los pequeños cascos un adorno inútil, pues fueron aplastados junto a sus cabezas.

–Un poco rudimentario y gore, pero efectivo– murmuró la vampiresa.

Lo que más la preocupaba era que usaran a los jóvenes como rehenes, por lo que necesitaba que creyeran que era inútil. Así que caminó directamente hacia los góblins, sin ocultarse, confiando en que el miedo que les infundía actuara en su favor.



–¿Qué es eso?– se preguntó un goblin.

Por donde esperaban que vinieran sus compañeros, una figura mucho más alta que ellos se acercaba. Pronto distinguieron sus ojos rojos, que brillaban en la oscuridad, o su cabello plateado, que parecía reflejar la luz de las antorchas.

Vestía un traje negro y rojo, con apariencia de cuero. No era lo mejor para camuflarse, pero resultaba intimidante, o eso habían asegurado los góblins, algo mareados ante las decenas de modelos diferentes.

En los hombros y rodillas se alzaban pinchos en apariencia temibles, de cuerpo negro y puntas rojas. El cuello de la chaqueta estaba alzado, cual camorrista de barrio. Las botas parecían capaces de hacer un agujero si golpeaban, aunque en realidad era una apariencia con poca sustancia.

Pero lo que realmente les estremeció fue que la mano de ella pasara por su boca, limpiándose la sangre y descubriendo unos temibles colmillos blancos.

–Sabía que habría más comida. Ja, ja. Hasta me han dejado unas raciones atadas y listas para tomar. Supongo que os lo tendré que agradecer debidamente– dijo ella, intentando parecer segura de sí misma y arrogante.

Es difícil decir si su actuación fue buena, pues su sola aparición ya aterró a los góblins.

–¡Un vampiro!– gritó uno de ellos.

–Vampiresa...– masculló ella para sí.

De los siete, cuatro huyeron despavoridos, sin que el jefe pudiera hacer nada para impedirlo. Quedaban éste y dos más, los más poderosos, de niveles 16, 15 y 14. Estaban aterrados, pero la diferencia de nivel les había permitido mantener la compostura. Aunque estaban deseando huir de allí.

–¡Volved!– gritó uno de ellos, pero no obtuvo respuesta.

Sin embargo, si bien no habían huido, no se atrevían a atacar. Fue entonces cuando oyeron gritos provenientes de la entrada, del lugar a donde habían huido sus compañeros.

–Espero que mi hermana me deje algo– mintió Gjaki.

En realidad, los cuatro góblins habían sufrido la emboscada de decenas de aldeanos, de menor nivel que ellos. Habían llegado hasta allí por la salida de emergencia, excavado trampas, y las habían cubierto. Luego tenían preparadas piedras para lanzarles, una lluvia de ellas, además de que unos pocos estaban armados.

Así que ahora quedaban tres, y tenía cuatro aliados detrás, esperando. Estos podían vencer al más débil, quizás confrontar al otro, pero no enfrentarse a dos de ellos, y mucho menos a los tres.

Y ella estaba deseando saber si podía medirse a ellos frente a frente, como en el juego.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora