Regreso (I)

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De repente, las luces brillaron con fuerza. Si bien la mayoría tenía visión nocturna, les gustaba que hubiera luz, pero no tanta.

El agua de los grifos que estaban abiertos surgió con inusitada fuerza, empapando a una vampiresa enana. Sus maldiciones a gritos fueron lo que menos extrañó a quienes la oyeron.

Por suerte, no era la hora de comer. Pero unas galletas que se estaban horneando fueron carbonizadas.

Todos entraron en pánico. Recogieron sus cosas a toda prisa y corrieron al punto de evacuación, preparados para cruzar el portal. Se temían que aquel fenómeno se debía a que la fuente de maná estaba al límite, lo que la hacía fluctuar. Se temían que la hora de partir hubiera llegado.

Los primeros en llegar vieron pasar a Diknsa, a toda prisa. Era evidente que se dirigía a comprobarla.

El resto que fueron llegando preguntaron por ella, siendo informados de su paradero. Sin embargo, a pesar de que todos habían llegado, la jefa de las sirvientes, sin duda la máxima autoridad en la mansión en aquellos momentos, no volvía.

No sabían qué hacer. Por una parte, la situación parecía estar estabilizándose. Las luces volvían, poco a poco, a su brillo habitual. Por la otra, se temían que siguiera bajando hasta que se apagaran del todo. Y, lo más importante, que el escudo también lo hiciera.

–Tarda demasiado. Voy a ver qué pasa– dijo finalmente Chornakish, dirigiéndose a las escaleras que daban al subterráneo.

Tras esas palabras, el que era la vaca de Gjaki, el demihumano con aspecto entre un humano y gato negro, o quizás pantera, salió disparado. Diknsa también había sido como una madre para él, y le preocupaba que le hubiera podido pasar algo.



Diknsa bajó las escaleras a toda prisa. Necesitaba saber cuanto antes qué estaba pasando, si el núcleo aún estaba operativo. Sin embargo, antes de llegar, ya se dio cuenta de que algo raro sucedía. El resplandor que se filtraba era mucho mayor de lo acostumbrado, como no lo había visto en mucho tiempo.

Se temió que algo le hubiera pasado al núcleo. Incluso que pudiera estallar. Así que abrió a toda prisa la puerta, quedándose sin habla.

La gema brillaba como lo había hecho en el pasado. Como si estuviera llena de maná. Nada parecía fuera de lugar, excepto que era imposible. No entendía cómo, pero no podía dudar lo que le mostraban sus ojos.

–¿Será lo que pasa antes de perder toda la carga? ¿O realmente ha recuperado de alguna forma su poder? ¿Quizás había un mecanismo para cuando se acababa la energía?– se preguntó la vampiresa, pero no había modo de obtener respuestas.

Se quedó mirando fijamente la gema. En parte anonadada, en parte maravillada, en parte atenta a cualquier detalle, a cualquier alteración en el brillo. Sin embargo, por mucho que mirara, parecía que simplemente estaba bien. Parecía un sueño hecho realidad.

Su atención estaba puesta íntegramente en la gema, por lo que no se percató de una sombra que apareció tras ella.

Gjaki la miraba temblorosa. Asustada de enfrentarse a la realidad. De que aquella vampiresa de piel roja y dos cuernos lisos que apuntaban hacia el cielo no fuera lo que ella recordaba. Abrió la boca varias veces para decir algo, pero todas ellas fue incapaz de articular palabra. Podía meterse en un bosque repleto de seres altamente agresivos, pero aquello le resultaba demasiado difícil.

Finalmente, fue capaz de pronunciar apenas una palabra. La única capaz de salir de sus labios en aquellos momentos.

–¿Ma... Mamá?

Por un instante, Diknsa se quedó quieta, muy quieta, paralizada. Muchas veces había creído oír aquella voz, para encontrarse solo con una pared, una mesa, una ventana. Deseaba tanto escuchar lo que sabía imposible, que incluso creía ver su sombra o su reflejo a cada momento.

Por ello, cuando finalmente se giró, lo hizo despacio, intentando sujetar su corazón, no permitirle que creyera, que volviera a ser defraudado. Sabía que era imposible, pero no podía dejar de volverse hacia el origen de la voz que había creído oír. Por mucho que fuera una esperanza absurda.

Así que, cuando vio a la vampiresa que tantas veces había deseado ver, le costó creerlo. Estaba segura de que su mente le estaba jugando de nuevo una mala pasada. Esta vez más real que nunca, pero no por ello dejaba de ser falsa.

Sin embargo, tras pestañear, no había desaparecido. Además, no era una imagen difusa como en el pasado, sino real, totalmente real. Era el mismo pelo plateado, atado esta vez en una larga trenza como lo había visto en ocasiones. Los mismos profundos y brillantes ojos rojos, que empezaban a estar ligeramente humedecidos. Las mismas orejas puntiagudas. Los mismos colmillos, que asomaban tan peligrosos como adorables.

–¿Gjaki? ¿De verdad eres tú? ¿Mi niña?– preguntó, sin acabar de creérselo.

De hecho, al mismo tiempo que preguntaba, se maldecía a sí misma. Era imposible que estuviera allí, que hubiera vuelto, que apareciera de la nada. Sabía que no podía permitirse en aquel momento ser engañada por sus sueños, por sus ilusiones. Sin embargo, de alguna forma, su corazón se negaba a hacer caso a su mente.

–¡Mamá!– exclamó la vampiresa de pelo plateado.

La última frase había disipado todas sus dudas. Sin pensar, se lanzó a los brazos de Diknsa, ya sin retener sus lágrimas, hundiendo su rostro en el amplio pecho de su madre adoptiva.

Ésta la abrazó sin pensar. Sin darse cuenta, su mirada se volvió borrosa debido a sus propias lágrimas. Al sentirla en sus brazos, al sentir el calor de su cuerpo, había aceptado finalmente lo que se suponía que era imposible. Su hija había vuelto.



–¿Cómo has recargado el núcleo?– preguntó Diknsa, una vez ambas se hubieron calmado un poco, aunque no por ello dejado de abrazarse.

–No lo he recargado. Lo he cambiado– sonrió Gjaki, negándose a dejarla ir.

–Ja, ja. Siempre haces las cosas así. Hay tanto que quiero que me cuentes... Pero tengo que decírselo a los demás, que ya no hay peligro, que ya no tenemos que huir, que has vuelto. Ven, vamos– sugirió ella, cogiéndola de la mano.

Sin embargo, Gjaki no se movió. Se quedó allí, parada, mirando indecisa la mano, a su madre adoptiva, las escaleras.

Diknsa se giró sorprendida al ver que aquella mano oponía resistencia a moverse. Miró extrañada a la supuestamente temible vampiresa, tardando tan solo unos instantes en darse cuenta de lo que sucedía. No pudo sino sonreír maternalmente, comprensivamente.

–Los demás también te han echado mucho de menos. Ven, se alegrarán de verte. No tengas miedo. No te hemos olvidado.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora