Aura de sangre

189 46 0
                                    

En el pasado, los escarabajos rinoceronte nivel 37 habían acabado de mermar el ya agrietado escudo. Sin embargo, con un escudo en perfectas condiciones, las habilidades de la guerrera eran suficientes para minimizar el daño y bloquear sus embestidas.

Eran, en cierta parte, similares a las cucarachas, pero sus Embestidas eran continuas y más peligrosas, a causa de una especie de cuerno en su frente. Su armadura era algo menos robusta, pero cubría todo el cuerpo, incluso por debajo.

Tentáculos los dejaba indefensos. Su mayor peligro estaba en el impacto, así que si eran atrapados o ralentizados, resultaban inofensivos.

Krongo se había pasado al martillo, y los golpeaba como quien quiere cascar una nuez. Gjaki simplemente hacía lo mismo, además de poner trampas. Kroquia los bloqueaba cuando era necesaria. Cuando no, tiraba el escudo y empuñaba una maza para atacar al atrapado insecto de maná. De hecho, incluso Kroco se había acercado algunas veces para practicar Golpe de Báculo.

Krinia seguía como siempre, con sus hechizos eléctricos, que dañaban y aturdían a sus enemigos. Kruloz era el que más sufría. Sus flechas no tenían mucha efectividad, excepto si lograba alcanzar los ojos. Con sus compañeros vapuleando a sus enemigos, resultaba algo más fácil, y casi lo lograba en cada encuentro.

La ventaja de los Murciélagos era evidente. Podían prepararse para cada batalla con antelación, y atraer sus presas a las trampas. Eso hacía de aquella planta casi un paseo, muy diferente a como les había resultado en el pasado.

Además, y aunque mucho más lento que su compañera, notaban como ganaban experiencia. Aquellos seres estaban un nivel por encima, lo que no suponía un problema al superarlos en número. Con la ayuda de Gjaki, resultaba incluso fácil.

Por ello, habían recorrido casi toda la planta más de una vez, evitando las zonas con otros aventureros para evitar problemas. En aquella mazmorra, los enemigos reaparecían al cabo de sólo unas pocas horas, así que no se les acababan.

A Gjaki le estaba bien. Había subido a 37 e iba avanzando más lentamente a 38, mientras que un par de sus compañeros había llegado a 37, y otros tres estaban cerca. De hecho, ya antes de entrar en la mazmorra estaban cerca de ese nivel. En total, tardaron tres días en llegar todos a 37, y ella a 38.



Hipnosis, en 37, invade al enemigo con la fragancia de la sangre. A pesar del nombre, no permite controlarlo, pero sí adormilarlo. Cuando despierta, ni siquiera recuerda haberse dormido. El principal inconveniente es que solo afecta a quienes están a mitad de nivel de quien usa el hechizo.

En 38, había desbloqueado Control de Sangre, un hechizo que permite controlar la sangre, moverla a voluntad incluso fuera del cuerpo. Mezclada con venenos, puede ser una efectiva arma para asesinatos furtivos. Con un narcótico, puede sedar a distancia.

Oxigenar, en 37, absorbe oxígeno de la reserva de sangre, lo que permite aguantar la respiración, ya sea bajo el agua o en otras circunstancias.

En 38 estaba la habilidad Desarmar. Con ella, se bloquea al enemigo con una daga y lo Desarma con un golpe en la muñeca con la otra. Claro que no siempre es efectivo, pues depende de las defensas y habilidades del contrario.



–Éste es el lugar. Hay otros similares en otras plantas, pero nunca hemos estado en esas– anunció Kroquia.

Habían llegado a una de las paredes exteriores de la mazmorra. Más allá, supuestamente, no había sino roca. Abrió entonces, con el sello del condado, una puerta oculta que llevaba a una habitación. Cerró de nuevo la puerta cuando todos entraron.

–Ahora abriré el sello. Es desagradable, pero desde aquí podemos resistirlo. No podemos entrar más allá. Si nos acercamos, es demasiado fuerte– siguió explicando.

Gjaki asintió. No sabía si podría entrar o no, pero no podía negar que sentía curiosidad.

Como la habían avisado, un fuerte olor a sangre surgió cuando se abrió el sello. Al mismo tiempo, los atacó una fuerte opresión incluso allí, lo que obligó al grupo de reptilianos a apretar los dientes.

Según le habían explicado, usando varios artefactos, el conde era capaz de llegar al final del pasillo. Allí, había una especie de tumba, a la que éste apenas había podido acercarse a cinco metros, abrumado por la presión que emanaba.

La vampiresa podía sentir el aura y la presión sobre la sangre. Sin embargo, no estaba afectada por ella. Más bien, era ella quien oprimía el aura.

–Voy a echar un vistazo. Parece inofensivo para mí– anunció.

Aunque era precisamente por esa posibilidad que la habían llevado hasta allí, no por ello dejaron de mirarla con cierta sorpresa. Y con cierta aprensión a medida que se perdía por aquel pasadizo. Si algo le sucedía, nada podrían hacer.



El olor a sangre era cada vez más intenso. También el aura, que parecía querer llamar a la sangre de la vampiresa para sí, pero no atreverse a hacerlo. Era una sensación que no le era desconocida, pues resultaba muy similar al caballero de sangre que los vampiros habían invocado.

Cuando el pasillo desembocó en una pequeña habitación, o quizás sería más apropiado decir una cripta, el aura era tan potente como lo había sido la del aquel caballero, incluso más. Y, como en aquella ocasión, ella era inmune.

Se acercó a lo que parecía un sarcófago de piedra, en una situación en la que muchos hubieran sentido más que un escalofrío. Pero quizás porque ya en su hogar natal se había aficionado a películas y novelas de terror, o porque era una vampiresa, ni siquiera se sentía incómoda.

La piedra pesaba, pero su nivel 38, junto a Sobrecarga Sanguínea, era más que suficiente para levantarla y deslizarla. Lo que vio no le sorprendió, de alguna forma lo esperaba. Eran huesos y una lanza negra. Sin duda, otro caballero de sangre en su letargo.

No dudó ni por un momento de lo que tenía que hacer. En marcarlo, en controlarlo, y luego liberarlo.

–El lugar de los muertos no es el mundo de los vivos. Es hora de pasar al otro lado. Como señora del contrato, te libero de tus ataduras y te abro la puerta a donde perteneces.

Era el espíritu de una mujer-osa el que apareció esta vez, el que le dio las gracias, el que desapareció para siempre del mundo de los vivos.

–Fuisteis uno en vida, sed uno en muerte– dijo al cabo de un rato, con la lanza clavada en la base del contenedor.

Tras ello, el sarcófago de piedra, la lanza y los huesos también desaparecieron del mundo para siempre.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora