Despedida

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En 14 había recuperado la pasiva de sangre, que le permitía aprovecharla mejor y aumentar su efectividad.

En 15, el hechizo Señuelo, que le permitía moverse rápidamente entre las sombras, y dejar una momentánea ilusión de sí misma detrás para engañar a sus enemigos.

Y, en 16, Detectar heridas, un hechizo de sangre que le permitía averiguar si su adversario estaba herido y dónde, aunque lo tratara de ocultar, pues puede detectar la esencia de la sangre. Si bien en sí mismo no era muy útil, sí que podía serlo en combinación con otros hechizos.

En cuanto a habilidades, en 14 había recuperado Bloqueo manual, una habilidad que Eldi aseguraba que la hacía parecer extremadamente engreída, algo que ella no podía negar, ni tampoco el que le encantaba la habilidad. Sólo usando los dedos, le permitía coger y detener el filo de un arma, como si no representara ningún peligro para ella, como si fuera un juego de niños, como si estuviera riéndose de su contrario.

En 15, estaba Sed de Sangre, con la que podía emitir un aura intimidatoria que incluso podía dirigir, eligiendo así a quién afectaba. Si bien era poco efectiva contra seres similares a su nivel, podía ser muy útil para evitar molestias de nivel bajo.

Y, en 16, Daga Fugaz, otra habilidad compartida con Goldmi, con la que podía lanzar una daga con precisión. Era una de las razones por las que tenía muchas dagas de nivel alto, ya que a veces las había tenido que usar continuamente con la habilidad.



Tili la abrazaba de la cintura, llorando, sin querer dejarla ir, mientras ella le acariciaba suavemente la cabeza. Aunque algo mayor que la vampiresa, la estatura de la goblin no alcanzaba a más.

Algunos niños también lloraban, agarrados a sus murciélagos de peluche. Le habían cogido cariño a la vampiresa, y eran demasiado inocentes como para sentir temor hacia ella, a diferencias de algunos adultos.

Aunque se habían acostumbrado a ella, algunos góblins no podían evitar sentir aprensión hacia la vampiresa, hacia un ser salido de las más terribles leyendas, aunque no era el caso de Hili y Jilo, una pareja de sastres góblins de avanzada edad.

De hecho, los murciélagos de peluche eran obra suya, a partir de un prototipo de Gjaki. Al principio, habían creído que era imposible, pero la vampiresa había desmontado varios peluches en pequeños componentes, que luego eran cosidos, como si de un puzzle en tres dimensiones se trataran. Y crear los componentes, con tela rellena de paja, no era difícil.

Pronto habían conseguido copiar los diseños, siendo los murciélagos los que más aceptación habían tenido entre los niños, dado que estos realmente adoraban a Gjaki. Eso era algo a lo que ésta no estaba acostumbrada, y ante lo que al principio no había sabido qué hacer, queriendo escapar. Pero pronto se había rendido, incapaz de resistir las inocentes risas infantiles.

De hecho, el matrimonio de sastres tenían un nuevo diseño, ya bastante avanzado, al que sólo le faltaban unos retoques, pero que no habían enseñado a la vampiresa. Por una parte, era una sorpresa, y, por otra, no querían que ésta intentara boicotearlos hasta que fuera demasiado tarde.

Después de haber tratado con ella, la habían llegado a conocer lo suficientemente bien como para darse cuenta de que, a pesar de la apariencia y actitud, era mucho más tímida de lo que pudiera parecer. De hecho, su actitud era en parte una máscara para ocultar su verdadero yo, para protegerse.

–Volveré– le aseguró Gjaki –. No quiero perderme tu boda con Tado.

–¡Gjaki!– reprendió avergonzada.

Abochornada, la goblin miró alrededor para asegurarse de que nadie había oído a su amiga, y la miró haciendo pucheros, mientras ésta se reía.

No es que el resto de la aldea no esperara que aquello sucediera en un momento u otro. Pero todavía ninguno de los dos había dado el paso de confesar sus sentimientos, y todavía les avergonzaba.

–Cuida de ella. Y no la dejes escapar– le susurró un poco después a Tado.

La vampiresa sonrió traviesamente, tras haber conseguido su nuevo objetivo de avergonzar ahora al goblin.

Luego se despidió de todos ellos, sonriente, aunque por dentro tenía el corazón encogido. Si bien los góblins eran diferentes en muchos aspectos, y algunos aún la miraban reticentes, aquel lugar era lo más parecido a un verdadero hogar que había tenido nunca. Y Tili la primera amiga de verdad con la que había podido interactuar directamente, más allá de la pantalla del ordenador.

En aquel momento, no pudo evitar pensar en Eldi y Goldmi, que eran sus primeros amigos, aunque nunca los había conocido en persona.

–¿Vendrán?– se preguntó, pero nadie podía responderle

Así, tras apenas caer la noche, los góblins vieron como su salvadora se perdía entre las sombras del bosque. Se llevaba con ella su agradecimiento y muchos regalos. Aunque humildes, para ella resultaban extremadamente valiosos.

Uno de los que más apreciaba era una fina tabla de madera en la que había dibujado un monigote con dos colmillos, pelo gris que se suponía plateado, y algo en las manos que tenía que ser unas dagas. Se veían otros monigotes más bajitos y verdes a los que protegía, y otros a los que atacaba, además de una cosa negra por el cielo que tendría que ser un murciélago.

Era una composición que habían hecho entre todos los niños góblins para ella, y a punto había estado de llorar al recogerlo y ser abrazada por ellos. Estaba firmada por todos ellos bajo la escena, y por el resto de la aldea detrás.

Y también había obtenido muchos pequeños dulces de diferentes tipos, ya fuera con frutas, frutos secos, miel o varias cremas. Si bien no alcanzaban el nivel del pastel de chocolate de Goldmi, la vampiresa se había aficionado a algunos de ellos, y los góblins, al darse cuenta, no habían dudado en cocinar varios cientos.

Aquello la había conmovido, no tanto por los dulces en sí mismo, sino por el hecho de que los hubieran hecho para ella.

Y si bien es cierto que ella había contribuido mucho más a la aldea de lo que ésta podía darle, el agradecimiento sincero de los aldeanos era algo nuevo y emotivo, algo que nunca había conocido en el pasado, al menos no directamente.

Tenía algunos recuerdos difusos, entre el juego y la realidad, pero no sabía si eran o no reales. Sin embargo, estos sí lo eran.

No se volvió, no quería que la vieran llorar, pero los estuvo observando a través de un Murciélago hasta que la distancia que los separó fue demasiado grande.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora