Lobo Negro: rey

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La fiesta de compromiso se celebró por todo lo alto en la capital. La reputación del héroe y de la novia lo hacían el evento social más importante de la última década, quizás del siglo. Aunque no todos estaban del todo satisfechos.

–¿Ni siquiera un beso?– se sintió él frustrado.

–Querido... Me gustaría pero... no puedo aún. Por favor, sólo un poco más. Déjame respetar las tradiciones de mi familia, aunque me sean tan duras– casi suplicó ella.

En realidad era una excusa para ganar tiempo. Aún le costaba demasiado mirarle sin expresar cuánto lo aborrecía. Toda su educación sólo le permitía seguir manteniendo una falsa sonrisa. Aunque sabía que sólo era cuestión de tiempo. Tendría que apretar los dientes y entregarse a él.

–Está bien. Espera con ganas la noche de nuestra boda– se despidió finalmente él.

Ella tuvo que ejercer todo el control de su voluntad para seguir sonriendo. La idea de ser su mujer, de que la tocara, le repugnaba y le aterraba. La alternativa, por desgracia, era peor.

–Alguien, quien sea, por favor...– suplicó a la noche, antes de romper a llorar. Sólo logró dormirse cuando no le quedaron lágrimas, y el agotamiento se apoderó de ella.



Su coronación no tardó más de un mes, y su boda estaba prevista para poco después. Sin embargo, tuvo que ser suspendida por una campaña militar.

Una ciudad enana se había negado a acceder a los deseos de Kan Golge, por lo que había decidido enviar a las tropas de Goltrenak a darles una lección. Encontrar una excusa para justificar la marcha no era difícil. En este caso, que se negaban a pagar lo impuestos que les correspondía, lo cual era cierto.

No obstante, no era menos cierto que, aunque dentro del territorio de Goltrenak, su estatus especial databa de la fundación del reino. De hecho, Khaladok era a nivel legal un diminuto reino en sí mismo.

Los vampiros llevaban tiempo conspirando contra aquel bastión que se había negado siempre a ceder a sus pretensiones, pero hasta ahora no habían tenido un ejército disponible para atacarlos de frente.

Sin duda, el ejército de Goltrenak era varias veces más poderoso que los enanos, por lo que esperaban doblegarlos con facilidad. Al menos, pensaban así hasta el final del primer de día de ofensiva.

El problema no estuvo en que hubieran tenido algunas bajas, o en que no fuera tan fácil como habían esperado. El problema residía en que no tenían ni idea de por dónde atacar, de cómo hacerlo.

Las imponentes defensas excavadas en la piedra y reforzadas con runas eran infranqueables, sin debilidades. Ni siquiera sabían por dónde empezar. Habían probado tentativamente todo el perímetro, todas las entradas, y se habían encontrado con lo mismo, una defensa impenetrable.

Su única opción parecía ser un asedio, pero se sabía que los enanos podían sobrevivir a ello. Si no se volvieron tras el primer día, fue porque hubiera sido aún más humillante.

Lobo Negro se sentía frustrado y enojado. Su plan era volver triunfante, casarse con su prometida, y pasar una apasionada noche de bodas, pero no había nada de eso allí. Y Krovledi apenas podía consolarlo, además de que se ausentó a mitad del asedio.

Sin duda, los vampiros habían subestimado la férrea defensa de la ciudad enana. Habían esperado bajas importantes en la fuerza invasora, pero no aquello. La moral estaba por los suelos, y no había ni un plan viable. Ni siquiera, remotamente posible.

En su frustración, el comportamiento del nuevo rey fue mucho menos que ejemplar, incluido casi el exterminio de los dragones terrestres de la zona. El principal problema era que allí no estaban en la corte, sino rodeados de soldados que no conocían el significado de la discreción. Pronto, su reputación entre ellos empezó a caer en picado.

Cuando finalmente decidieron retirarse, apenas había habido unas escaramuzas. Incluso los enanos estaban decepcionados. De haberlo sabido, quizás habrían provocado alguna debilidad en sus defensas.

Cuando el ejército volvió, la propaganda intentó minimizar el fracaso. Pero no es fácil oponerse al boca a boca de miles de soldados, y el fracaso acabó siendo lo de menos. Lo peor para los planes de los vampiros era que el rey había dejado de ser un héroe. Ahora era un déspota violento y cruel, si bien él no se enteró de ello.

Así, cuando decidió hacer un desfile, a pesar de los esfuerzos de Krovledi para impedirlo, hubo que forzar a los ciudadanos a asistir y vitorearlo. Para los vampiros y quienes lo habían apoyado, era demasiado pronto para sacrificarlo. El mal menor para sus propios intereses era mantenerlo en el poder.

Por su parte, uno de los objetivos del rey en su desfile era reclutar nuevas sirvientas. Le excitaba tener nuevas conquistas. Sin embargo, para su decepción, todas las que vio las encontró poco agraciadas, en el mejor de los casos. Poco podía imaginar que se habían maquillado y vestido para tener exactamente ese efecto. Ninguna quería ser señalada por él.



Lone volvió del desfile decepcionado. No podía creerse que hubiera tantas mujeres feas en el reino. Quizás había tenido suerte hasta ahora

Pronto se olvidó de todo cuando le avisaron que Krovledi había despertado y quería verle. La había echado mucho de menos. Ella era su soporte, nunca tenía una palabra mala hacia él, siempre estaba dispuesta para él. Su enfermedad le había preocupado mucho.

Llamó a la puerta como rara vez hacía. Temiendo despertarla.

–Pasa cariño– lo llamó seductoramente.

–Hola, Krov, ¿cómo estás?– preguntó éste, preocupado.

–Mejor, ya no tengo fiebre, pronto estaré bien. ¿Cómo va todo?

Tras esa pregunta, él estuvo largo rato desahogando sus frustraciones, ya fuera la campaña militar, el desfile o su prometida.

–Ja, ja, tranquilo. Pronto será la boda y podrás disfrutar de ella todo lo que quieras. Espero que no te olvides de mí– apartó ella la mirada.

–¡Claro que no, Krov! ¡Tú siempre serás la primera!– aseguró Lobo Negro.

Ella sonrió y lo besó apasionadamente.

–Oye, ahora que me acuerdo. ¿Has oído hablar de una visitante llamada Gjaki?– cambió de tema.

–¿¡Gjaki!? ¡Esa zorra tramposa!– exclamó éste, estallando su ira.

–¿Oh? ¿La conoces? Parece que no te cae bien– observó Krovledi.

–Esa zorra era más débil que yo, pero hacía trampas en el juego. Como desearía poder encontrarla ahora. La desmembraría viva– aseguró con rabia.

–¿Estás seguro de que podrías ganarla? Dicen que es poderosa.

–¡Claro! ¡No tengo ninguna duda! Espera, ¿está aquí? ¿Ha vuelto? ¿¡Dónde!?– preguntó éste.

–Sí, ha vuelto, pero no puedes ir a por ella, es peligrosa. Incluso me atacó a traición– respondió ella, preocupada.

–¿¡Cómo se atreve!? ¡Sólo dime dónde está! ¡Me encargaré de ella!– aseguró, ofendido y más enojado.

–Yo... Debe de estar en su mansión, pero allí hay buenas defensas. No deberías... Prométeme que irás con cuidado...

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora