Negociaciones

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La repentina aparición de alguien reclamando ser la condesa Kilthana causó caos en palacio. Quizás la hubieran ignorado, o incluso enviado a los calabozos, si no fuera porque iba acompañada de una guardaespaldas sumamente poderosa. No sabían que era una invocación de alguien aún más poderosa, que estaba a su otro lado, y que Disimulaba su nivel.

Evidentemente, no temían un ataque frontal. Las defensas del castillo eran suficientemente robustas, pero no podían simplemente ignorar una petición de audiencia.

Una pequeña comitiva salió a recibirlos. Entre ellos, estaba el hijo del conde, pues podía reconocerla.

–¡Kilthana! ¡Realmente eres tú! ¡Qué grata sorpresa verte de nuevo!– la saludó, mirándola de arriba a abajo, lascivamente.

–Kerthlon– le devolvió ella el saludo, secamente.

Ignorando la hostilidad en la voz de la condesa, se acercó con actitud amistosa, pero a Gjaki no se lo pareció así. No sabía si tenía intenciones hostiles, o si sólo era un pervertido, aunque le daba igual cuál de las dos. Ordenó a su Clon de Sangre dar un paso adelante y liberar un poco de su aura, mientras ella permanecía en un discreto segundo plano.

Kerthlon se detuvo de golpe, un sudor frío recorriéndole la espalda, aunque fue capaz de mantener la compostura.

–Por aquí, sígueme– invitó él finalmente, esperando tener otra oportunidad.

La condesa lo siguió, caminando junto al Clon, y sin mostrar lo extraño que le resultaba. Gjaki las seguía de cerca, observando atentamente alrededor. Se fijaba en los guardias y en las defensas, pero especialmente en sus sensaciones.

En algunas de las salas de su propia mansión, había notado como su vínculo con los Portales se cortaba, impidiéndole invocarlos, y ese era su billete de salida. No quería arriesgarse a entrar en un lugar en el que perdieran esa baza.



Las llevó hasta una amplia sala, ocupada por una larga mesa. En uno de sus extremos las esperaba sentado el conde, junto a varios soldados de nivel 80 o superior. Sin duda, eran de los más poderosos que tenía, aunque lejos del Clon de Sangre, y aún más de Gjaki. No obstante, había una barrera entre ellos, y una puerta por la que podían escapar.

Gjaki supuso que, en caso de problemas, podía haber allí trampas mágicas contra ellas. No les tenía miedo, pero no sabía si podría proteger a la condesa. No obstante, era improbable que actuaran por ahora.

Kerthlon se sentó junto a su padre, sin dejar de mirar a la condesa. Incluso desvió la mirada hacia el Clon de Sangre, cuyas formas iguales a las de su creadora podían adivinarse tras la armadura. No prestó atención a Gjaki, cuyo disfraz estaba destinado a ser discreto. Lo había comprobado con la mujer que había cobijado a Jiknha en el pasado, y que habían enviado como refugiada por un Portal.

–Y bien, condesa, ¿qué te trae por aquí?– preguntó el conde.

Dado que su hijo la había reconocido, no podía dudar de su identidad. Las noticias de la muerte de su madre y de su toma de posesión habían llegado hasta él, e incluso había mandado más espías. Había querido saber hasta qué punto eran débiles y podía atacarlos, al menos hacerse con algunas tierras.

Sin embargo, la presencia de aquella guardaespaldas de alto nivel indicaba que probablemente tenía alguien detrás, alguien poderoso. Sospechaba que no era Krovledi, así que supuso que alguno de sus hermanos, aunque no el que lo apoyaba a él. Si fuera así, le habría avisado. Era evidente que la valoraban bastante si tenía semejante protección.

Otra cosa que le preocupaba era cómo habían llegado a pies del castillo sin ser descubiertos. No obstante, no lo iba a preguntar. Sabía que no le darían esa información, y prefería dejar abierta la posibilidad de que creyeran que quizás lo sabía. No podía imaginar que aquella visita era totalmente improvisada.

–No hace mucho que soy la nueva condesa, como ya sabrás. Así que me parecía conveniente ir a hablar con mis vecinos. Había viejas rencillas y conflictos con mi madre que quizás podamos encauzar– ofreció ella.

En realidad, sí que había pensado en hablar con sus vecinos, pero antes había muchas cosas que hacer. Dado que tenía la oportunidad y le servía de excusa, había decidido plantearlo.

–Oh, es fácil. Sólo devuélvenos la Montaña Escarlata y tendremos todos los problemas solucionados– ofreció el conde, no exento de codicia.

Aquel lugar en la frontera tenía valiosas minas, y llevaba años en conflicto. Si bien es cierto que les había pertenecido en el pasado, no había sido así en un pasado aún más lejano. De hecho, había cambiado de manos tantas veces que resultaba imposible decidir quién había sido el dueño original.

–¿Sólo eso? Entonces es fácil, estaremos encantados de dárosla– ofreció la condesa, para sorpresa de su interlocutor. –A cambio, nos devolveréis el Bosque de Pirita, ¿verdad?

El conde frunció el ceño por un instante. Había creído realmente que podía sacarle a aquella inexperta condesa grandes beneficios sin ningún coste, y ya estaba planeando que más pedir ahora o en el futuro. Pero la contraoferta demostraba que no iba a ser tan fácil.

–Ja, ja, no creo que sea posible. Sabes, hay familias viviendo allí que no podemos ignorar– se excusó Kerhdal, el conde, con una forzada sonrisa.

–Oh, no hay problema, los acogeremos, como supongo que vosotros lo haréis con los que viven en la montaña, ¿no es así?– argumentó Kilthana, que empezaba a divertirse. La había subestimado y lo estaba pagando.

–¿Por qué no lo hacemos más fácil? Podemos casarnos y unir nuestros condados– intervino de pronto el hijo del conde.

La condesa tuvo que suprimir una expresión de repugnancia en su rostro, aunque no pudo evitar que su sonrisa se borrara.

–Me temo que ahora mismo no hay bodas en mis planes– aseguró, aunque no era del todo cierto –. Bien, ¿y si dejamos de jugar y hablamos en serio? Está claro que ninguno va a ceder sus tierras, pero podemos establecer comercio. Vosotros queréis lo que sale de las minas, y nosotros los recursos del bosque. ¿Qué os parecería establecer un corredor comercial? Todos nos beneficiaríamos. Sería mejor que años de infructuosos conflictos.

El conde la miró pensativo. Sin duda, era una oferta interesante, que más de una vez había querido plantear. Sin embargo, la animadversión con la anterior condesa, y la de sus progenitores, lo había hecho imposible.

–¿Cuáles serían las condiciones?– preguntó él.

–Se puede discutir. Tú envías a tus representantes y yo a los míos para que se encarguen de los largos y aburridos detalles. Declaramos un alto el fuego, y dejamos que las negociaciones sigan su curso– sugirió ella.

–Se podría hacer. Déjamelo pensar. ¿Hay algún asunto más que tratar?– preguntó Kerhdal.

–Sí, uno más personal. He oído que Jiknha estaba aquí. Me gustaría visitarla– pidió, como lo más normal del mundo.

Sin embargo, tanto ella como Gjaki estaban observando atentamente la reacción de conde e hijo. Fue sólo un instante, pero suficiente para saber que algo no iba bien.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora