Oculto en la montaña (II)

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Aunque no entendía por qué, se alegró de que no hubieran gólems o dispositivos. Aunque no entenderlo le daba igual. No había visto ninguno, y eso era lo importante.

No se paró a pensar que un lugar con mucho tránsito como aquel, con trabajadores moviéndose sin parar, los gólems no eran adecuados. Y tampoco los dispositivos, pues también se ejecutaban hechizos, como un A Presión para lanzar agua y desatascar una cañería.

Además, no era tan fácil hacer ni los gólems ni los dispositivos, siendo Pokmu el único capaz de crearlos. Los había construido en el pasado, pero fabricar más de ellos le resultaba un incordio, y una distracción de otros experimentos más interesantes.

Por otra parte, tampoco resultaba fácil moverlos sin romperlos. Eran más delicados de lo que parecían, por lo que era mejor dejarlos donde estaban. Por ello, había un buen número de vampiros vigilando el perímetro.

También había algunos hechizos para detectar intrusos, pero dichos hechizos no estaban en la entrada principal. No obstante, esa era la zona más vigilada.

Gjaki se alejó, hasta encontrar un lugar adecuado. Arrancó unas ramas un poco gruesas de un árbol cercano y las dejó en el camino, como si hubieran caído naturalmente.

El carro se detuvo, y los vampiros ordenaron a algunos de los ocupantes que bajaran y retiran los obstáculos. Cuando volvieron a ponerse en marcha, llevaban una polizón debajo, quien usaba Disimulo, Oscuridad y Escalar para sujetarse sin ser vista.

Una vez dentro, dejó que los recién llegados se dispersaran antes de salir de su escondite. Se movió con cuidado, entre las sombras de las diversas lámparas. Eran necesarias, pues no todos allí podían ver en la noche.

Poco a poco, se fue acercando a la puerta, que apenas estaba vigilada. Sólo tenía que cruzarla y vería que estaban escondiendo, pero, cuando llegó, se encontró con un problema para el que no tenía solución.

La puerta estaba cerrada, y no tenía cerradura. Varios hechizos la sellaban, y sólo su dueño podía abrirlos. Cualquier otro activaría todas las alarmas.

–Mierda. ¿Y ahora qué?

Sus exploradores no habían encontrado otra puerta. Esa era la única entrada, así que el lugar estaba completamente sellado a excepción de la puerta, y los conductos por los que se filtraba el aura, presuntamente para lanzar cualesquiera materiales que estuvieran llevando allí. Precisamente, eso le dio una idea.

Envió uno de los Murciélagos a uno de esos conductos. Eran lo suficientemente grandes para que pasaran rocas de un par de metros de diámetro, pero su explorador no podía ir más allá. Había una compuerta que las rocas empujaban, y que volvía a su posición después, evitando así que se escapara demasiada aura. Dado el escaso poder de sus exploradores, les era imposible empujarla y ver que había más allá.

Así que no tuvo más remedio que acercarse. Por suerte para ella, por la noche sólo hacían mantenimiento, así que no había nadie empujando vagonetas y dejando caer rocas.

–Maldita sea. ¿Cuándo acabará esto? Llevamos tres meses viniendo aquí todos los días. Si no podemos recoger la cosecha, moriremos de hambre– se quejó uno.

–Deja de quejarte, no sirve de nada. No podemos desobedecer al conde, y es mejor que no te oigan– le advirtió otra.

Ella los dejó atrás, moviéndose cerca de las zonas no iluminadas donde Oscuridad era más eficiente.

–Joder, esto es aburridísimo– se quejaba un rato después un vampiro.

–Deberías estar agradecido. Si hubieras ido a divertirse como querías en lugar de quedarte a vigilar, hubieras muerto como todos. Esa mansión ha sido una trampa mortal. Ahora tenemos que hacer dobles turnos.

Gjaki siguió su camino. Lidiar con ellos era arriesgarse a que la descubrieran. Esperó a que quienes revisaban las vías acabaran, y las siguió hasta el conducto elegido. Unió entonces varios hilos y se dejó caer dentro, poco a poco, usando Cordel Vivo para controlarlo.

Empujó con los pies la compuerta, para descubrir que había otra más adelante. Probó un poco la compuerta, hasta cerciorarse de que podría abrirla desde dentro, y siguió bajando. Lo que no esperaba era que, cuando la compuerta se cerró tras de sí, se activara un hechizo.

Cuando habían empezado los trabajos, era habitual que restos de las rocas se quedaran atrás y fueran atrapados por las compuertas. Eso hacía que no se cerraran del todo bien, y se escapara más aura. Por ello, las habían encantado para que eso no sucediera, para que se deshicieran de cualquier resto. En esta ocasión, cortó los hilos.

–¡Mierda!– exclamó la vampiresa cuando empezó a caer.

Intentó agarrase a la pared con Escalar, pero éstas eran demasiado duras. Estaba hechas para que las rocas no las dañaran y resbalaran.

Pensó en usar Planear, pero no era muy efectivo en aquel conducto estrecho. Sólo la ayudó a reducir la velocidad, aunque le seguía pareciendo estar en un tobogán acuático. No obstante, tuvo que reprimir el impulso de gritar.

Pasó tres compuertas más hasta que salió disparada al vacío. Una vez allí, pudo usar Planear para evitar caer, y se dirigió hacia una pared. Mientras lo hacía, tuvo tiempo para observar los alrededores.

Había varios tubos como el que había recorrido. Algunos acababan también a media altura, destinadas las rocas simplemente a caer desde lo alto. Otros lo hacían a ras de suelo, o en una especie de balcones, desde los que podían rodar por unas rampas.

Por encima, el techo estaba tapado de forma artificial, aunque no sabía muy bien cómo lo habían hecho. No obstante, lo más impresionante era lo que había abajo, lo que desprendía una abrumadora aura de sangre para cualquiera que no fuera un vampiro con un fuerte linaje, o alguien con el poder suficiente para resistirlo.

–Un dragón– murmuró sorprendida.

Aquel ser estaba en una especie de enorme piscina, llena de una mezcla de sangre y otras sustancias que Gjaki era incapaz de identificar. Entre ellas, las rocas que aún no se habían acabado de disolver en el corrosivo líquido. No obstante, dicho líquido no parecía tener efecto en el cuerpo del dragón, cuyas extremidades, cuerpo y cuello estaban encadenados.

Se lo quedó mirando con respeto mientras llegaba a uno de los balcones y aterrizaba. Aquellos seres eran temibles. Recordaba un evento en el juego en el que más de mil jugadores de nivel 100 se habían enfrentado a uno de ellos y sus esbirros, y no había sido fácil.

De repente, la cabeza se movió y un ojo se abrió. Estaba vivo y la estaba mirando.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora