Guía (II)

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Dos Murciélagos escudriñaban el terreno que debían atravesar, mientras que otro daba vueltas alrededor, atento a posibles peligros. Los ezihuq, como era llamada esa raza de lagartos humanoides, miraban a uno y otro lado, inquietos antes los sonidos de la noche.

A veces, observaban a su guía, que parecía tranquila, pero atenta. Si bien podía ver en la noche, no tenían garantía de que algún peligro se escondiera, aunque ya había esquivado alguna telaraña e intimidado a algún habitante de la noche. Incluso un búho había sido abatido por el arquero, tras ser señalado por ella.

Tenían preparadas lámparas para encenderlas ante cualquier contrariedad, ya que así podían ver a sus enemigos y combatirlos. No obstante, se abstenían de tenerlas encendidas todo el tiempo, pues sería como ponerse una diana.

Los insectos podían ser molestos, pero los ezihuq tenían una crema para repelerlos, mientras que la vampiresa simplemente iba casi completamente tapada. Además, contaba con Aura de Oscuridad, por si algún insecto despistado osaba intentarlo.

Seguía el plano que le habían dejado, aunque sólo hacía ver que lo miraba. Al obtenerlo, se había disuelto parcialmente la niebla de su mapa virtual, aunque sólo los detalles que alcanzaba el plano, y que no estaban equivocados.

Eso lo hacía mucho más fácil, pues podía ver su propia posición y la de sus compañeros en el mapa. Al haberlos Marcado a escondidas, también aparecían allí.

Un zorro escarlata, que contaba con dos colas, se apartó de su camino al oírlos venir. Su nivel era 34, y su tamaño similar al de un zorro del mundo natal de la vampiresa, por lo que aquellos seres no eran su presa.

Una serpiente también prefirió no inmiscuirse. Tenía un par de metros de longitud y era bastante venenosa, por lo que quizás hubiera atacado si hubiera habido un único individuo.

Ir en grupo los hacía más ruidosos, pero también menos vulnerables, menos propensos a ser atacados. Sólo seres mucho más fuertes o en grupo se atreverían a hacerlo. O seres que pudieran atacar rápido y huir con su presa. Como una anaconda borgoña nivel 33, que emergió hacia quien estaba enfrente, la vampiresa, desde un pequeño riachuelo.

El río se veía pequeño e inofensivo, pero era mucho más profundo de lo que parecía. Estaba conectado a una corriente mucho más ancha, una que habían atravesado poco antes por un puente.

La serpiente intentó enroscarse en ella y arrastrarla al agua, pero no esperaba que la reacción de su presa fuera tan rápida. Gjaki había saltado hacia atrás, dejando un Señuelo en su posición para engañar a su atacante.

–¡Kigja!– gritó Krongo.

Veían como la atrapaba y la serpiente desaparecía en el agua. No podían saber que era una ilusión.

–Estoy bien.

Todos la vieron aparecer de entre las sombras. Estaban seguros de haberla visto caer, pero no parecía estar ni siquiera herida.

–¿Cómo...?– pregunto Krinia, atónita.

–Una ilusión. Cruzad con cuidado. No hagáis ruido.

Se miraron entre ellos y a su guía, sin saber muy bien qué pensar. La magia ilusoria era complicada y poco común, así que no esperaban que ella la poseyera. De hecho, no la habían visto usarla hasta entonces. Sin duda, aquella caminante nocturna era aún más misteriosa de lo que creían.

Decidieron usar una lámpara sobre el agua para cruzar, temerosos de otro ataque furtivo, atentos a cualquier ondulación del agua. Pero la serpiente no iba a volver tan pronto, y no había otros depredadores cerca. De haberlos, habrían luchado entre ellos por el territorio.

Siguieron a la vampiresa sin saber muy bien qué pensar. No hablaba mucho, en parte porque estaba concentrada en su trabajo y alerta, y en parte por timidez. Se sentía un tanto incómoda con aquel grupo de su edad, que le recordaba a otros que habían sido hostiles con ella en el colegio.

Si bien no habían mostrado nada a ese respecto, incluso todo lo contrario, no podía evitar esa sensación. Temía ser apartada o excluida. O peor, que se enteraran de qué era, y la trataran con desprecio o con miedo. Eso la hacía mostrarse distante.

Aunque, para los reptilianos, resultaba simplemente misteriosa. Deseaban saber más de ella, pero no se atrevían a preguntar, por miedo a ofenderla. Además de que la noche era peligrosa y no querían distraerla.



–Esperad un momento– los detuvo la vampiresa.

Tras ello, desapareció tras unos árboles. Se acercaba el amanecer y debía prepararse. Si bien estaba cubierta casi por completo, sus ojos y la piel de alrededor podían ser afectados por los rayos de sol. Así que sacó crema solar y se la aplicó, además de ponerse unas gafas de sol casi idénticas a las que llevaba. Si preguntaban, diría que oscurecían por el día. O que era mejor llevarlas si las iba a utilizar más tarde. Aprovechó también para beber un poco de sangre y rellenar sus reservas.

No le quedaba mucha crema, pues la había dejado de necesitar al llegar a nivel 100. Había vendido entonces todas las que le quedaban, excepto un pote ya empezado, por lo que no podía venderse. Ahora, se arrepentía, pues ese pote a medias era lo único que le quedaba.

Los siguió guiando media hora más. Cuando los rayos empezaron a brillar, dejó que Kroquia tomara el frente. Era la posición más peligrosa, y su armadura pesada la hacía la mejor preparada para estar en vanguardia.

La luz permitía observar que Kroco tenía un aspecto aún más pálido. Sin duda, su situación estaba empeorando, y el aspecto de sus heridas era poco alentador. Así que, ante la luz del día, aceleraron el paso.

–¿De dónde eres?– pregunto Krinia, curiosa.

Ahora que la vampiresa no estaba en vanguardia, la maga tenía la oportunidad de intentar entablar conversación.

–De... muy lejos– respondió Gjaki.

La respuesta parecía algo seca y reluctante, como si no quisiera hablar. En realidad, no sabía qué contestar. Decir que venía de otro mundo no sería creíble. Con un poco de suerte, la tomarían por loca. Y no se atrevía a decir que era una visitante.

La maga se sintió algo decepcionada por la aparente falta de colaboración, pero no se rindió tan fácilmente.

–¿Cómo se hace uno caminante nocturno?

–Esto... No es algo de lo que pueda hablar– respondió la vampiresa, sin mirarla a los ojos. Era cierto, no podía hablar de algo que no tenía ni idea.

Krinia frunció el ceño, mientras daba vueltas a la cabeza sobre qué preguntar para romper el hielo. Gjaki, que se temía otra pregunta incapaz de responder, decidió tomar la iniciativa.

No se le daba muy bien iniciar una conversación, así que decidió actuar como en el juego. Es decir, preguntar por la "misión", aunque conocía parcialmente la respuesta.

–¿Por qué os querían matar?

Esta vez fue Krinia la que no sabía muy bien que contestar. O si debía hacerlo. Miró de reojo al arquero y al guerrero, pero estos desviaron la mirada, ya que estaban en la misma situación. Fue Kroquia la que respondió.

–Por codicia.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora