Una pista

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–¡Aiós!– exclamó Talo, despidiéndose de todos,

Junto a él, cruzaban el Portal su hermana mayor, Tida, y sus padres, Tili y Tado. Habían pasado el día en la mansión de Gjaki, y ahora volvían a casa.

También estaba allí Espi, su marido Lotno, y dos pequeñas aracnes de apenas unos meses. Estaban sobre el lomo de Espi, protegidas por telarañas para que no se cayeran.

Años atrás, cuando Gjaki había vuelto para ver cómo estaban tras presentarlos, se los había encontrado abrazándose, medio desnudos. Se había dado la vuelta y los había dejado solos. Aunque avergonzados, no habían tardado mucho en continuar.

Luego, ambos abochornados, los había llevado antes la familia de Lotno. La inocencia de la aracne había hecho muy fácil que la aceptaran. Incluso los padres habían bromeado con que su hijo no la merecía. La boda había sido sólo unas semanas después.

Diknsa le había pedido a Gjaki que los trajera, sin decirle a su hija que era una fiesta para celebrar su cumpleaños. En el juego, ella había mencionado un día que lo era. Su madre adoptiva nunca lo había olvidado, por mucho que la vampiresa no soliera celebrarlo en el pasado, incluso lo olvidara.

También estaban allí todos los condes amigos del reino de sangre, aunque no el último ligue de Jiknha, pues había roto con él dos días antes. No obstante, Kilthana estaba esperanzada, pues era la quinta vez que rompía con él. Era el novio que más le había durado, y con el que más veces se había peleado. Gjaki no estaba tan convencida.

Estos últimos años habían sido bastante tranquilos. Las escaramuzas en el Reino de Sangre eran muy infrecuentes, pues todos temían a una alianza que llevaba más de nueve años en pie. Eso indicaba lo sólida que era, y no se atrevían a provocarlos. Sobre todo, tras algunas aplastantes derrotas. Dado que tampoco parecía que fueran expansionistas, los miraban de reojo y se peleaban entre ellos.

De Krovledi, no se sabía nada, no había dado señales de vida desde su desaparición de Goltrak. Ninguno de los aliados de Gjaki tenía noticias, aunque eso resultaba más inquietante que tranquilizante.

De Goldmi y Eldi, no había rastro. Cada año, Gjaki se pasaba por Engenak y Narzerlak, sin éxito. Al menos, no había aparecido ningún otro visitante allí, así que, aunque remota, aún había esperanza.



Gjaki se sentó en el sofá, mordiendo a Chornakish para recuperarse mentalmente del esfuerzo. Había tenido que devolver a todos a sus casas, lo que era un astronómico coste de maná que tenía que realizar escalonadamente. O quizás sólo era una excusa para saborear la sangre de su vaca y amado. Fuera cual fuera la razón, él no opuso resistencia.

Ya era no del todo el adolescente adorable de unos años atrás, aunque a la vampiresa no le disgustaba el hombre en el que se estaba convirtiendo. Su raza era de desarrollo algo más lento que los humanos y mucho más longeva.

–¿No deberíais ir a vuestra habitación?– se burló Coinín.

–Mira quién habla– respondió Gjaki, pues su amiga estaba acurrucada junto a su pareja.

Quienes sí habían desaparecido era una de las hermanas de Coinín y Brurol, y no había muchas dudas de la razón. Si bien no era oficial, todos sabían que eran pareja.

–Oh, vaya, tenemos visitas– se quejó la vampiresa de repente –. Espero que no vengan a buscar problemas.

Sólo tenía ganas de sentarse y relajarse junto a sus amigos, pero no iba a poder ser. Los tres recién llegados estaban ocultos bajo capas, aunque era evidente que eran poderosos. Al menos, habían llegado por la entrada principal, y no estaban tomando ninguna acción hostil. De vez en cuando, llegaba algún aventurero que odiaba a los vampiros, y solía recibir una buena paliza.

–Voy a ver– se levantó Gjaki, suspirando.

Se cambió de ropa en un instante, para envidia de Coinín. Vistió su armadura nivel 100, aunque disimulada bajo un vestido. Debía estar preparada por si acaso

Se acercó a la verja de la entrada, que coincidía con el escudo protector. Lo hizo caminando por el camino principal, para que la vieran, no quería que hubiera malentendidos. Lo que no esperaba era que uno de ellos, el más enclenque, se quitara la capa y la mirara con los ojos muy abiertos.

–¿¡Gjaki!? ¿¡Realmente eres tú!?– la saludó.

–¡Merlín! ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo has vuelto?– se sorprendió ella.

–Hace poco más de nueve años. No sabía que eras tú, eso lo hace más fácil. Apli, Tritu, ella era mi amiga en el juego. Con sus amigos, siempre me ayudaban. Es buena gente– les indicó él a sus acompañantes.

Ellos asintieron y se quitaron también las capas. Ambos eran guerreros altos y musculosos, hermanos en su vida anterior, y hermanados en la actualidad.

Ella, era Aplastacráneos, una bárbara de piel oscura y cabello color fuego a la que llamaban Apli. Llevaba una enorme hacha en la espalda y un par de cráneos en el cinto. Su armadura era bastante reveladora, aunque no parecía importarle.

Él, Triturahuesos, Tritu para los amigos. Era un bárbaro de piel ligeramente azulada y pelo verde en punta, cuya arma preferida era un pesado martillo. Llevaba un taparrabos y una especie de tirantes cruzados, en lo que se podían ver varias probetas con sustancias de diferentes colores.

Pertenecían a dos tribus de bárbaros distintas, cuyas tierras eran colindantes. Eso les había permitido volver al mismo tiempo y encontrarse, tras morir en un accidente de tráfico.

Merlín, por su parte, había sido un niño de nueve años con el que todo el grupo de Gjaki se había encariñado en el pasado. Sufría un cáncer incurable, y el juego era su única pasión. Conmovidos por su situación, los tres lo habían tratado como a un hermano pequeño, recibiendo incluso el agradecimiento de los padres del niño.

Había muerto no mucho después de que el juego cerrara, cuando tenía que haber cumplido los doce. Ahora, podría decirse que estaba en la veintena, teniendo su aspecto gatuno ciertas similitudes a Chornakish.

–Pasad, los amigos de Merlín son amigos míos. ¿Qué os ha traído aquí?– preguntó.

–Un duende nos aconsejó que viniéramos– explicó Apli –. Una vampiresa llamada Krovledi nos atacó a traición. Estábamos luchando contra seres corrompidos, en el borde. Ella se suponía que era nuestra compañera, pero estaba disfrazada. Por suerte, nosotros también estábamos ocultando nuestro poder, así que conseguimos repelerla, pero mató a la pobre mujer-rata que nos acompañaba como sanadora. Queremos vengarla, pero no podemos encontrarla solos.

–Krovledi...– pronunció Gjaki entre dientes, con una hostilidad que sorprendió a los tres.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora