Marabunta jefe

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El jefe de aquella planta tenía fama de ser terriblemente engorroso. Aunque, más que un jefe, eran cientos de hormigas, esta vez de más de medio metro de alto. Cada una de ellas podía ser comparable a un ser normal de una mazmorra. Todas juntas eran realmente intimidantes.

El grupo podía luchar contra ellas aprovechando que no podían atacarlos todas a la vez, sobre todo si encontraban un lugar estrecho, pero esa no era la parte más complicada. Otra hormiga aparecía tras ser una eliminada, en un proceso que parecía no tener fin. La única forma de superarlo era eliminarlas más rápidamente de lo que aparecían nuevas.

Por lo tanto, lo imprescindible era poseer la mayor capacidad ofensiva posible. Así que incluso Kroco empezó a atacar con magia o su bastón, y Kroquia cambió el escudo por una espada a dos manos, aunque podía cambiar de nuevo de ser necesario.

Krinia y Kruloz estaban justo detrás, intentando usar su maná y energía lo más eficientemente posible, habiendo incluso consumido pociones de regeneración.

Mientras, Krongo había decidido seguir el ejemplo de Gjaki. Quizás no era tan eficiente como ella, pero su agilidad era suficiente para mantenerlo a salvo. Cada uno iba por su lado, saltando por encima de las hormigas, acabando con ellas una a una, o varias a la vez en ocasiones.

Si había un hueco, la vampiresa colocaba un Muro Tenebroso y dejaba la zona, esperando que las hormigas fueran cayendo en él al intentar moverse en su dirección. Pilar de Oscuridad hubiera sido la solución ideal de tener suficiente maná para todas, pero los Muros acababan resultando más eficientes.

Había localizado los Puntos Débiles de las hormigas previamente, información que había compartido con el resto del grupo. Los ojos eran obvios, y la zona entre las antenas, conocida. Sin embargo, cierto punto del lomo, otro justo por encima del segundo par de piernas, y un último en el abdomen, no estaban en la información que Kruloz había reunido.

El arquero y el guerrero hicieron buen uso de esa información, mientras que los ataques de la maga no eran tan precisos. Tampoco los de Kroquia, que resultaban tan potentes como poco sutiles.

Finalmente, Gjaki alcanzó su objetivo. Como en el juego, el pase a la siguiente planta no sólo estaba bloqueado, sino que era el lugar de donde salían las nuevas hormigas. Dado que surgían de allí continuamente, era el lugar perfecto para rodearlo de Muros Tenebrosos. Hubiera puesto varias capas, pero su maná no era suficiente para mantener tantos.

Ella se colocó cerca, atrayendo otras hormigas y rematando a las que salían, además de asegurarse de renovar los Muros. Con ellos, los refuerzos eran continuamente diezmados, y poco a poco los números iban disminuyendo.

Cuando cayeron al 50%, las hormigas disminuyeron de tamaño y doblaron el número. Eso las hacía más molestas y más escurridizas, pero también menos peligrosos. Y más vulnerables a los Muros y otros ataque en área

Resultaba cansado, irritante, incluso exasperante, pero no desesperante. Podían ver como avanzaban, como el número disminuía, como se iban acercando a la exterminación de todas ellas. Y, al cabo de unas horas, lo lograron.

–Después tocan arañas. Son muy peligrosas. Si te pillan en la tela, no puedes defenderte– informó Krongo, con cierta aprensión.

Él era de los que solía estar en vanguardia, y estar inmovilizado le hacía totalmente vulnerable, pues su armadura no era muy resistente. Además, las arañas eran 39, dos niveles por encima del suyo.

–Ah, arañas. No hay problema. Mis exploradores caerán en las telas primero, así que es fácil descubrirlas– aseguró Gjaki, con una sonrisa misteriosa.

Ya las había encontrado en la otra mazmorra, así que sabía a qué se enfrentaba. Las habilidades extras que tenían aquí no le parecían muy peligrosas, aunque ese no era el motivo de su sonrisa, sino el recuerdo del pasado.

–¿Por qué hay arañas aquí? ¡Los desarrolladores no se enteran de nada!– había protestado Eldi en aquel entonces.

–¿Cuál es el problema?– había preguntado Goldmi, extrañada.

–¡Esta es una mazmorra de insectos! ¡De insectos! ¡Las arañas no son insectos! ¡Son arácnidos! A-RÁC-NI-DOS– se había exasperado éste.

–Ja, ja, tampoco pasa nada. Sólo hay que cortarlas a trocitos como al resto– había intervenido Gjaki.

Muchos años más tarde, al recordar esa misma escena, Eldi se sentiría un tanto avergonzado de su yo del pasado, por mucho que tuviera razón.



Incluso sin necesidad de luchar, la presencia de Gjaki hacía todo mucho más fácil. Los Murciélagos no sólo descubrían las telas, sino que hacían salir a sus enemigos de su escondite. Además, el Mastín de Sangre que los precedía era atacado antes que ellos por las arañas que no ponían telas, que esperaban escondidas para sorprender a sus presas.

Sus enemigos tenían dos niveles más que ellos, o el mismo que Gjaki, pero no eran muy hábiles en peleas abiertas. Su especialidad estaba en tender trampas y atacar por sorpresa. Además, muy rara vez estaban en grupo.

Así que los cinco podían enfrentarse a ellas con solvencia, gracias a su trabajo en equipo. Gjaki ganaba experiencia con el Toque Tenebroso con el que había imbuido las armas, dejando que ellos practicaran.

No se sentía culpable en lo más mínimo, además de que ella se encargaba de las arañas si sus compañeros necesitaban recuperar maná o energía. A estos les resultaba algo frustrante ver como la diferencia de poder iba creciendo, pero no podían sino aceptarlo.

La velocidad de leveo sólo podía explicarse por el hecho de ser una visitante que estaba recuperando su fuerza. No lo entendían muy bien, pero ella les había asegurado que era originalmente de nivel 100, algo al alcance de muy pocos. Si bien no habían entendido muy bien que significaba ese nivel, al compararlo con seres casi mitológicos, se habían quedado con la boca abierta, dudando por un momento de que fuera una broma.

Ahora estaban aún con dudas, aunque semiconvencidos. Esperaban expectantes poder llegar a plantas más profundas, aunque fuera a rebufo de su compañera. Poder verlas era más que suficientes, y tenían mucho tiempo disponible.

Habían planeado estar varias semanas en la segunda planta, y quizás la tercera, así que nadie los esperaba aún, y tenían víveres más que suficientes. Su posición les permitía poseer un amplio contenedor espacial, en lugar de verse limitados al peso y dimensiones de sus mochilas.

Eso no sólo les permitía mayor cantidad de suministros, sino de mayor calidad. La comida seca y usualmente insípida que tenían que llevar otros aventureros no era necesaria para ellos. Claro que su ventaja palidecía si se comparaba con la de la vampiresa.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora