Redentora

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Kan Golge no pudo conciliar el sueño durante aquellos días. Dos más de sus soldados habían sido eliminados, con el consecuente terrible dolor. Temía, además, por sus otros soldados, los más poderosos, los más importantes.

Las noticias de su enviado al condado de Kronardhi no eran excesivamente reveladoras. Había confirmado la desaparición de su infiltrado, y si bien había novedades llamativas en torno a la mazmorra, no parecían tener ninguna relación con lo que a él le preocupaba. La muerte de un príncipe le daba bastante igual.

Su única pista era la presencia de una desconocida en la mazmorra, con los hijos del conde. Sin embargo, no se sabía nada de dicha desconocida, y poco habían aportado los diferentes aventureros que la habían visto, nada de relevancia.

Por ahora, sólo podía esperar a que saliera. Entonces, la tendría vigilada, quizás pudiera capturarla e interrogarla. Hubiera querido enviar a agentes a la mazmorra, pero le era imposible. Tampoco él podía moverse todo lo libremente que quisiera. Cualquier paso en falso, y sus enemigos podrían dar con él.

Bajó hasta el sótano. Allí, abrió una compuerta secreta que llevaba a unas estrechas escaleras de caracol, que parecían eternas. Bajó durante casi una hora en la más absoluta oscuridad, hasta que llegó a una puerta, cuya llave rúnica poseía.

Podía escucharse el chirriar de las bisagras al abrirse, sentirse la terrible aura de sangre que surgía desde el interior. Allí estaba su último soldado, el más poderoso, su proyecto más ambicioso, y también el único inacabado.

No había logrado corromper el alma de aquella mujer, la misma que le había impedido usar los otros soldados de sangre cuando sus enemigos habían atacado. Se había sacrificado, sellándolos, permitiendo que fuera confiscados, y obligándolo a huir.

Como venganza, había querido corromperla, llevarla a la desesperación, transformarla en su sirviente, pero se resistía.

Había bajado porque, de alguna forma, tenía la sensación de que ella algo tenía que ver con todo aquello.

El cuerpo deformado yacía en una especie de sarcófago, sumergido en sangre. Su alma, estaba atrapada cerca de allí, fuera del cuerpo. Era atravesada por cientos de agujas de maná corrompido, torturándola sin cesar, día tras día. Pero ni siquiera gritaba.

Los ojos transparentes, apenas visibles, se giraron para mirar al recién llegado. En su rostro, había una sonrisa triunfante, como éste no la había visto antes.

–Mis compañeros están siendo liberados. Has perdido– susurró.

Él frunció el ceño. Estaba aún más lejos de doblegarla que la última vez, pero confirmaba que ella tenía alguna relación con los últimos sucesos.

Aquella sonrisa le irritaba. Se vio tentado de intentar interrogarla, de sacarle la información, torturándola aún con más fuerza. Y lo hubiera hecho si no supiera que era inútil. Que corría el riesgo de matarla del todo, de liberarla.

Había bajado hasta allí, pero ahora se daba cuenta de que había sido inútil. Por mucho de que tuviera una relación, no le servía de nada si no podía saber cuál.

De repente, un agudo dolor se apoderó de él, similar al de días pasados, puede incluso que más fuerte. Doblado sobre sí mismo y arrodillado, no pudo ver que la sonrisa de aquella alma se hacía más pronunciada.

–¡Maldita sea!– renegó, cuando se hubo recuperado un poco –¡¡AAAAAAAAGGGH!!

Una segunda punzada de dolor le alcanzó cuando aún no se había repuesto de la primera. Y una tercera un poco después. Y una cuarta. Y así, hasta ocho.

–La Redentora ha cumplido su promesa. Que nuestras bendiciones vayan con ella– susurró el alma.

Kan Golge no pudo oírla, abrumado por el dolor. Ni ver como el alma tomaba una silueta casi humanoide, antes de desaparecer por completo. Lo único que vio cuando logró recuperarse, fue que había desaparecido.

–¡¡NOOOOOOOOO!!– gritó con desesperación.



Diknsa reunió a todo el personal de la mansión. Había bajado a las catacumbas y comprobado que el poder de la piedra estaba cerca de agotarse.

–Prepararos para escapar. El escudo no resistirá mucho más. Aguantaremos lo que podamos, pero ya no queda mucho– anunció.

Todos la miraron frustrados y apesadumbrados. No eran guerreros, eran granjeros, comerciantes, artesanos... Habían sido salvados por Gjaki de la única forma que había sido posible en aquel entonces, transformándolos en altos vampiros. Les había dado un hogar y había cuidado de ellos, antes de desaparecer.

Su vida allí había sido confortable, e incluso el trato con sus vecinos cordial. Si bien al principio les habían tenido miedo, con el tiempo se habían conocido y establecido una buena relación. Incluso se había formado alguna pareja entre vampiros y aldeanos.

Pero ahora, se veían obligados a marcharse. No sabían a dónde, ni si lograrían sobrevivir. Sin la protección de la mansión, sin un lugar al que pertenecer, podían fácilmente ser perseguidos sin descanso.

Su nivel no era bajo, pero no sabían luchar. No habían adquirido habilidades y hechizos para ello, sino para el día a día. Nunca hubieran creído que iban a encontrarse en una situación así, y ahora ya era demasiado tarde para aprender, no les quedaba tiempo.

Lágrimas resbalaban por más de un rostro. Puños y dientes eran apretados de rabia y frustración. Sin embargo, nadie se opuso. Sabían que no tenían otro remedio. Quienes los invadían los esclavizarían, en el mejor de los casos. Era muy posible que los mataran.

Así que todos, uno a uno, empezaron a preparar el equipaje, si no lo tenían preparado ya. Quizás serían unos días, quizás unas semanas, un mes como mucho.



–¿Querido? Lee esto– irrumpió Driquia en el despacho del conde, entregándole un papel desdoblado.

El conde miró a su mujer, cogió el papel y se puso a leerlo. Si ella lo había interrumpido, significaba que era algo importante.

Lo leyó. Miró a su mujer. Lo volvió a leer.

–No es una broma, ¿verdad?

Su mujer negó con la cabeza. Estaba preocupada, orgullosa, ansiosa y no sabía cuántas cosas más. El relato de su hija era incompleto, pero dejaba claro que su "amiga" había eliminado la amenaza, que ahora tenía un nombre, caballeros de sangre. También decía que iban a intentar bajar más.

No decía quién era esa amiga, ni cómo habían sido eliminados, pero no dudaban de su palabra. Además, habían recibido informes que lo confirmaban.

Inmediatamente, mandó un nuevo equipo a protegerlos. El anterior no estaba preparado para seguirlos tan abajo.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora