Pretendiente

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Tal y como le habían explicado a Gjaki mientras llegaba a donde los niños jugaban, otras tribus de góblins se habían unido temporalmente a ellos, en algo parecido a un festival. Eran tribus cercanas, con las que tenían lazos de sangre, pues había muchas parejas formadas entre miembros de diferentes tribus. De hecho, era habitual que en aquellos encuentros se formaran u oficializaran nuevas parejas.

Se celebraba en aquella época del año, en la que se unían para cazar y recolectar, antes de volverse a separar y regresar a sus hogares. Se turnaban la sede, y aquel año había tocado allí.

La historia del ataque sufrido y la liberación gracias a la vampiresa no había acabado convencer a muchos de los visitantes. Aunque no había sido más que una discusión menor, algo habitual en aquellos encuentros.

Pero Tili tenía un problema mucho mayor. Estaba sentada junto a Tado, que estaba acostado en la cama, descansando después de haber sido tratado por una curandera. No era nada grave, pero las cosas cada vez iban a peor, y ella no sabía qué hacer.

Sólo deseaba que aquella reunión se acabara y todo volviera a la normalidad, pero temía que no sería tan fácil. Estaba sumida en sus pensamientos y depresión cuando alguien llamó a la puerta.

–¡Tili! ¡Ven, rápido!– la llamó entusiasmada una voz conocida.

–¿Lika? ¿Qué pasa?– abrió la puerta, extrañada.

Su amiga de la infancia la cogió de la muñeca, arrastrándola hacia fuera.

–¡Vamos! ¡Gjaki ha vuelto!– la apremió.

–¿¡Gjaki!?

Por un instante, se olvidó de todas sus preocupaciones y se dejó arrastrar por su amiga, un tanto aturdida por la noticia, pero también esperanzada. La sola mención de la vampiresa que había logrado salvarla en el pasado era suficiente para animarla. Su sola presencia era la luz que necesitaba, por mucho que fuera una criatura de la noche.

Casi corrieron por los túneles cuando, de repente, un grupo de jóvenes góblins se interpusieron en su camino.

–Hola, Tili. ¿Dónde estabas? Te he echado de menos. Ven, vamos a hablar y tomar algo– la invitó el jefe del grupo.

Las dos góblins fruncieron el ceño.

–Hrako... Aparta, tengo prisa– se negó Tili.

Pero ninguno de ellos tenía intención de hacerlo.

–No seas así. Los dos somos cazadores. Tenemos que llevarnos bien. Somos la pareja ideal, olvídate de ese estúpido carpintero. Es tan torpe que tropieza solo.

Hrako intentó entonces cogerla de la mano, algo que la goblin evitó bruscamente. Tili había logrado llegar hasta nivel 10 en poco tiempo, el mismo que el del joven, que se había quedado prendado de ella. Sin dudarlo, había intentado llamar su atención con palabras, regalos y haciendo alarde de sus habilidades.

Pero ésta no había correspondido a sus avances, y la actitud de Hrako se había vuelto cada vez más agresiva. Incluso había actuado contra Tado en más de una ocasión. No había sido nada grave, nada que pudiera ser públicamente censurado, pero el hostigamiento empezaba a ser preocupante.

–¡Ya te he dicho más de una vez que no quiero nada de ti, que no me gustas! ¡Déjanos en paz!– gritó Tili, furiosa.

Aunque Tado no había querido decírselo, sabía quién era el culpable de sus heridas. Y estaba harta del acoso de aquel goblin, que ahora la miraba con el ceño fruncido ante su negativa.

–Deberías sentirte agradecida que nuestro jefe se fije en ti– intercedió uno de los acompañantes de Hrako.

–Sería una pena que tuvieras un accidente en alguna de las expediciones. Hrako podría protegerte– siguió otro, en lo que era una velada amenaza.

Lika estaba asustada. Su nivel sólo era 5, y era zapatera, no sabía luchar. Se había escondido detrás de su amiga, sin saber qué hacer en aquella situación.

Tili, sin embargo, estaba más enfadada que asustada. Sus experiencias junto a Gjaki habían ayudado a templar su carácter, y aquel grupo de matones no era nada comparado con lo que se había encontrado en aquel entonces. Además, poco más podían hacer que molestarla.

Sin embargo, Tado era una víctima fácil. Y era cierto que en una cacería podía ser peligroso si actuaban contra ella a escondidas, simulando un accidente.

En un principio, aquel joven cazador le había resultado agradable, pero nada más. No estaba interesada en él. Pero cuando la actitud hacia ella había ido cambiando, haciéndose más posesiva y agresiva, también había cambiado su impresión de él.

Pronto le había resultando algo pesado. Luego irritante. Había llegado a resultarle insoportable. Ahora, simplemente lo odiaba. La sola idea de aceptarlo como pareja le resultaba tan ridícula como repugnante.

Puede que, objetivamente, no fuera mal partido. Era el hijo del jefe de una de las tribus, por lo que su posición era muy buena dentro de ésta. Quizás por ello, estaba acostumbrado a conseguir lo que quería, y pocos se atrevían a oponérsele. Por eso, el hecho de que aquella goblin se hubiera opuesto a sus deseos estaba sacando lo peor de sí mismo.

En aquellos momentos, Tili deseaba darle un puñetazo en la mandíbula, pero estaba en inferioridad. Eran cinco contra dos, o más bien contra una. Su amiga no resultaría muy útil en una pelea.

El resto de góblins cercanos simplemente miraron hacia otro lado o se alejaron. De hecho, el grupo habían estado esperando allí una oportunidad. Era un lugar relativamente apartado, y no había nadie de la tribu de Tili. Es cierto que no podían pasarse de la raya, pero sí podían presionarla e intentar que diera su brazo a torcer.

Sin embargo, se habían equivocado por completo. La goblin, lejos de amedrentarse, los miraba desafiante, encolerizada. Si no estuviera reprimiéndose, se hubiera abalanzado hacia ellos sin pensar en las consecuencias.

Aquella actitud enfureció a Hrako. Creía que podría doblegarla, pero el efecto estaba siendo el contrario.

–Si ella no viene, quizás su amiga quiera acompañarnos– sugirió un miembro del grupo.

–No es mala idea. ¿Cómo te llamas?– sonrió con malicia Hrako.

Si antes estaba temblando, ahora el rostro de Lika había tomado un color verde pálido. Era incapaz de articular palabra, y agarraba con fuerza las ropas de su amiga.

–Hrako, más te vale que nos dejes en paz– amenazó Tili enseñando los dientes.

–¿O qué? ¿Tu amiga vampira invisible va a venir a mordernos? Ja, ja, ja– se burló éste.

–Ja, ja, ja. ¡Qué miedo! ¡Ja, ja, ja!– se mofó también otro del grupo.

Una tras otro, cada uno de ellos empezó a burlarse de ella y a provocarla. A diferencia de Tili, no sabían que Gjaki había vuelto. Y ninguno de ellos sabía que era aún más fuerte.

Hrako avanzó un paso, provocativo, mientras Tili apretaba el puño con fuerza. Pero, de repente, todos aquellos matones sintieron como su sangre se helaba. Como sus pelos se ponían en punta. Como un aura terrible los envolvía. Como sus piernas les temblaban.

Se giraron poco a poco, reticentes, temerosos de qué pudieran encontrar. Y lo que vieron parecía sacado de sus peores pesadillas.

Un ser mucho más alto que ellos y vestido de negro avanzaba hacia ellos. Su pelo plateado, la parte que no estaba en la trenza, parecía ondear al compás del viento, aunque no había viento allí. Sus ojos rojos brillaban con ferocidad. Y un aura terrible parecía envolverla.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora