Día 15

12.2K 944 22
                                    

Compré una bolsa de pelotas amarillas con carita feliz. Entré con ellas en la habitación, donde encontré a Horacio gateando hacia María, que lo esperaba con brazos abiertos. Es difícil verlo así, con su cuerpo de casi 4 años, arrastrándose. Pero algo de independencia tiene. Puede irse a su cuna solo —compramos una con barandas desmontables— y cerca de su cuna tiene un escritorio pequeño, en el que puede dibujar sentado. Cuando me vio, solté las pelotas que rebotaron hacia todos lados. Él rió aplaudiendo. María y yo volvimos a lanzar las pelotas, Horacio trataba de coger alguna, entretenido. La pasamos así un buen rato y prendimos la televisión en el noticiero. Estaban anunciando a los nominados para el Oscar. “¿Y si llevamos a Horacio al cine?” preguntó María. Esta conversación se extendió al tema de todas las cosas que podíamos hacer con Horacio en lo que quedaba del año. “Deberíamos llevarlo a conocer el mar... ir a un concierto… ¿música clásica o de rock?... qué tal un viaje en avión a un lugar lejano… museos… teatro… aprender a tocar un instrumento… ¿clases de pintura?... un parque de diversiones…”. Anotábamos todo en un cuaderno.

—Entonces, oficialmente, ¿somos los padres de Horacio? —dijo María, mientras cogía una carita feliz—.  Porque yo me levanté en la mañana, y lo decidí. Quiero ser la madre de Horacio. ¿Y tú?

Cogí también una de las caritas felices y la apreté fuerte, una y otra vez.

—Sí —respondí—. Quiero ser el padre de Horacio.

La vida de HoracioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora