Día 35

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María pone un paño tibio en la frente de Horacio. Tiene fiebre alta desde hace media hora. Marco dice que está trayendo a Patricio, uno de sus sobrinos, estudiante de Medicina y según él, una persona muy confiable. Aun así, que vea a nuestro hijo nos da un poco de temor. ¿Y si empieza a hacer demasiadas preguntas? Pero Horacio está enfermo y necesitamos ayuda.

Al fin tocan la puerta. Justo unos segundos después de presentarnos, al llegar a la habitación, el peor momento del año empieza. Nuestro hijo pierde bruscamente la conciencia, se pone rígido. No respira.

—¿Qué le pasa? —exclama María, aterrada. Patricio se acerca. El pequeño Horacio se queda inmóvil unos instantes. De repente, sus piernas se sacuden, luego sus brazos. Nos volvemos locos.

—No lo toquen —dice Patricio, deteniendo a María que se abalanzaba sobre su hijo—. Voy a colocarlo de costado, así evitamos que se asfixie.

El estudiante cumple con su propia indicación. Los ojos del pequeño Horacio se le van para arriba. Su cara se pone morada. Le decimos cosas, pero no responde.

—Por favor, haga algo —dice María demasiado nerviosa.

—Es una convulsión febril, no va a durar más de cinco minutos, calma —Patricio habla con un tono de doctor experimentado, como si hubiera visto casos parecidos miles de veces. María coge mi mano con fuerza. El episodio dura tres minutos hasta que Horacio vuelve en sí. Se le nota exhausto, pero ya nos reconoce con sus ojos. María lo abraza de inmediato.

—Miren, las convulsiones febriles son comunes en bebés, pero no en niños de la edad de Horacio. En los bebés pueden estar relacionadas a etapas del desarrollo cerebral. Por eso, el caso de su hijo es atípico. Les voy a dar el número de un pediatra para que les recomiende los exámenes necesarios.

—En los últimos días, he visto a mi hijo dormir con los ojos abiertos —dice María—. ¿Tiene algo que ver con lo que acaba de pasar?

—Dormir con los ojos abiertos es un trastorno común en la niñez. Se le pasará conforme vaya creciendo. Sobre la convulsión que acaba de suceder, también es algo común en bebés y la recuperación es completa. Pero, como le dije, que le suceda a un niño de la edad de su hijo, eso es lo raro. Hablando sobre el desarrollo de su cerebro, es como si hubiera nacido hace meses en vez de años. Por eso le recomiendo ver a este pediatra.

Después del agradecimiento más caluroso que pudimos darle, Patricio se despide, Marco también. Mi hijo se pone a ver las noticias, como si nada hubiera pasado. María toca su frente. Ya no tiene fiebre. Nos quedamos en la habitación con él, atentos a cualquier cosa.

Cuando Marco regresa, se pone a ver las noticias con nosotros.

—Gracias por traer a Patricio —dice María, aliviada—. Si a nuestro hijo le daba ese ataque y estábamos solos, ¿te imaginas?

—Todo bien, María. Soy el único tío de Horacio. Debo apoyar en lo que pueda —dice Marco, contento—. ¿Saben algo? Mientras llevaba a Patricio a su casa, me comentaba algo sobre la condición de dormir con los ojos abiertos. Por ejemplo, que en tiempos antiguos, en Egipto, Roma, Atenas, cuando se hacía esculturas de niños, era frecuente acompañarlos de liebres. Estos animales duermen con los ojos abiertos, así que eran un símbolo de la vigilancia. A Patricio, aparte de la medicina, también le gusta la historia del Arte, incluso viajó a Atenas. Dice que le llamaba la atención el símbolo de la liebre junto a los niños. Entonces empezó a hacer su propia teoría: Que los antiguos entendían la enorme sensibilidad de un niño para percibir cosas que los adultos no ven. Así que poner a las liebres junto a ellos iba más allá de un símbolo sobre la vigilancia. Según Patricio, el verdadero símbolo que querían representar era el del poder del niño para ver cosas, mientras el adulto tiene sus sentidos dormidos. Y eso me puso a pensar en la pregunta que siempre me hago. ¿Qué es aquello que ve Horacio que nosotros no podemos ver?

En ese momento, el narrador del noticiero dice: Una ciudad de Rusia queda literalmente helada.

La vida de HoracioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora