Día 76

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Diario de Marco

Al fin pude entrar en un sueño lúcido. Salí por la ventana y volando llegué a un rascacielos. Me encontré con pequeño Horacio en el último piso.

—Estamos en el Burj Khalifa, en Dubai —me dijo.

—¿Alguna razón en especial para estar aquí? —pregunté.

—En los próximos sueños lúcidos nos veremos aquí —dijo Horacio, evadiendo mi pregunta.

—¿Qué pasará en los próximos sueños lúcidos? 

—Entrenar, entrenar, entrenar —dijo.

—¿Entrenar para qué?

—No tenemos mucho tiempo. Acompáñame.

Horacio salió de la habitación, donde solo había dos sillas y paredes azules, y entramos en un ascensor. Bajamos varios pisos. Cuando se abrieron las puertas, me di cuenta de que estábamos en un hos­pital. Entramos en una habitación donde varios niños estaban echados en camas. Tenían cables que se conectaban a máquinas de hospital. Había una cama vacía.

—Échate en esa cama, por favor —dijo Horacio. Lo hice con cierto temor. Cuando ya estaba echado en la cama, una ola de dolor atacó todo mi cuerpo. 

—Horacio, por favor, detén esto —exclamé. Horacio dio un aplauso y todos los niños y las camas desa­parecieron.

—Nos vemos en el próximo sueño lúcido —dijo. Dio otro aplauso y me desperté.

La sensación de dolor físico me persiguió durante el resto del día. Fui a la casa de Horacio Papá para celebrar el cumpleaños 19 de su hijo. No quiso soplar ninguna vela, tampoco comer torta. Escribía en un cuaderno, concentrado, con sus símbolos imposibles de interpretar. Por un momento, sentí que pequeño Horacio me daba un mensaje telepático que decía: entrenar, entrenar, entrenar.


La vida de HoracioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora