La vida de Horacio

Día 152

Tuve un sueño que no fue lúcido. Salía de mi casa para correr, Horacio estaba a mi lado, como un niño, sentado en su silla de ruedas deportiva. En la acera apareció un número 1, varios minutos después, un número 2. Después de otros largos minutos, el número 3. Me di cuenta de que por cada número que pasábamos, la edad de mi hijo aumentaba. En el número 30 el cansancio se sintió fuerte en mis piernas, en el número 50 me quise detener, pero algo me lo impedía.

—Papá, ánimo. Tenemos que llegar hasta el final —dijo Horacio. 

—No puedo correr una distancia tan larga, ayúdame —repliqué. 

—Esta es la carrera más importante de tu vida, papá. No te rindas —insistió Horacio, que tomó la delantera. Seguí corriendo un largo trecho. Horacio miraba atrás de rato en rato, para ver si seguía corriendo. Cada vez que cruzaba un número, Horacio aplaudía, gritándome frases como "bien hecho, papá", "lo lograremos", "no tengas miedo de caer", "yo te levantaré". Cuando llegué al número 100 me caí en la acera. Horacio regresó hacia mí y me alcanzó una cantimplora llena de agua.

—Nunca he corrido tanto en mi vida, hijo. Lo siento —dije respirando con esfuerzo y cogiendo la cantimplora con las dos manos para beber. 

—Papá, después del número 365, yo habré cumplido con mi misión —decía mi hijo tocándome un hombro—. Necesito que me acompañes hasta el último día del año. Toma este sueño como un entrenamiento.

A mi costado, otros padres acompañados de sus hijos seguían corriendo. Reconocí a Cronos entre ellos, también al padre de Toshiro. Me puse de pie y justo cuando iba a reanudar la carrera, desperté sudando en la habitación del hotel. María dormía profundamente, igual que mi hijo de 38 años.

Tomé una ducha caliente y después, con los moldes que habían quedado, me puse a armar nuevas figuras como buscando alguna que, mágicamente, por su sola presencia, me ayudara a seguir recorriendo los días de la vida de Horacio.