Día 148

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Diario de María

Horacio cumplió 37 años hoy, la misma edad que yo. No lo celebramos porque él mismo se mostraba indiferente a cualquier tentativa de hacerlo.

Le hice masajes en el hombro derecho porque vi que se lo frotaba con algo de incomodidad. Supongo que eso se debe a las largas horas que le dedicó al baloncesto esta semana. Mientras acariciaba su hombro y tocaba su clavícula, sentía con más fuerza la brevedad de la existencia de Horacio. Quizás porque recordé una clase de Anatomía donde el profesor nos mostró un esqueleto en tamaño real y nos dijo "en el fondo, esto es lo que somos", y eso me hizo ver, a la salida del colegio, a las personas como esqueletos vestidos con un cuerpo. Gordos y flacos, altos y bajos, todos los transeúntes eran iguales cuando se pensaba en ellos como estructuras óseas. He recordado esas imágenes después de unos 25 años.

En la noche fui a Triunfo Plaza. Otra vez imaginé a las personas a mi alrededor como esqueletos andando, revisando los mostradores de las tiendas, cogiendo de las manos estructuras óseas más pequeñas e inquietas. Pero había un elemento más. Una energía dentro de cada esqueleto, una estrella de colores cambiantes y llena de información.

Cuando regresé al hotel y encontré a mi hijo viendo la televisión con su padre, sentí que la estrella que llevaba Horacio dentro de sus huesos había viajado millones de años luz para estar con nosotros.


La vida de HoracioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora