Día 143

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Todavía estoy procesando lo que pasó en el sueño de 24 horas y cómo afecta mi forma de ver las cosas a partir de ahora. Arturo —que en el sueño tenía treinta años y era arquitecto— apareció en el mostrador de una biblioteca que había diseñado él mismo. Tenía los dos rasgos característicos que lo definían: la mirada apacible de mi padre, la contextura alta y delgada de mamá. Llevaba lentes y, con el aire distraído de siempre, me guio por los corre-dores de la biblioteca explicándome lo mismo que el Bibliotecario le explicó a María.

—¿Horacio también está soñando con una biblioteca? —pregunté. 

—Está dentro de un sueño de 24 horas que no tiene escenario. Como sabes, él ve la realidad de otra forma —contestó Arturo—. Lo importante es que se está preparando para su misión.

Extendió el brazo señalándome una puerta. La abrí y escuché voces en un auditorio. En el estrado varios universitarios vestidos con toga escuchaban el discurso del que supuse era un arquitecto reconocido.

—Tengo que unirme al grupo —dijo Arturo poniéndose su toga y caminando hacia el estrado. Yo tomé asiento en una butaca al fondo. Llamaron a cada graduado y cuando dijeron el nombre de Arturo, en la pantalla aparecieron fotos de su infancia. Fotos que yo recordaba tener en un álbum. En una lo estoy cargando sobre mis hombros, rumbo al estadio. En otra, ya adolescente, trazaba bocetos con una regla, encima del escritorio de arquitecto de su tío. Aparecen fotos donde recibe premios universitarios por sus trabajos. En algunas salimos Olga y yo. Una pareja feliz orgullosa de su hijo. Imaginé que en alguna parte del auditorio, mi ex esposa y una variante de mi existencia, se tomaban de la mano y disfrutaban el momento.

Toqué la butaca con detenimiento para constatar que no se disolviera o cambiara de material. Todo se percibía de forma más realista que en un sueño lúcido. El rumor de las personas, las luces del auditorio. Pero la persona que estaba a mi costado no podía notar mi presencia. Cuando intenté preguntarle la hora, nunca me escuchó ni volteó su rostro. Pasó cerca de una hora, cuando Arturo bajó del estrado. Me vi a mí mismo, más canoso, acompañado de Olga, saliendo del auditorio con Arturo. Yo los acompañé y al salir del auditorio por la misma puerta, volví a la situación del comienzo. En la biblioteca, salvo Arturo, que subía una escalera para alcanzar un tomo, no había más personas

—Papá. Te quiero mostrar un libro con varios diseños míos. Incluye las imágenes del primer estadio de fútbol en Marte. Termino ese proyecto cuando soy un anciano —me dijo Arturo, revisando el tomo para luego descender con calma. Era agradable saber que el sueño iba a ser largo, porque tenía muchas cosas que conversar con Arturo, a quien solo había conocido como un niño.

Mi hijo me llevó afuera de la biblioteca. Después de caminar una media hora, entramos en un salón de vidrio transparente, con varias mesas de lectura. Estaba rodeado de un jardín inmenso.

—Es una idea mía. Tener un salón de la biblioteca rodeado de naturaleza —dijo Arturo—. Lee el tomo de mi vida, papá. Mira todas las cosas que hice hasta llegar a anciano. Luego puedes regresar a la biblioteca para ver otras vidas alternativas, tanto tuyas como mías. Y podemos conversar un rato más. Lo importante ahora, es que dejes de sentirte culpable. Mi vida en el terremoto fue una de muchas.

Arturo me dejó solo en el salón y me puse a leer. Me tomó varias horas terminar el tomo. A ratos tenía que detenerme, para tocar la mesa, la silla o mis manos y comprobar la realidad de las cosas; también necesitaba cerrar el libro para imaginarme lo que leía, por largo rato, y así empaparme de esa biografía que me era tan extraña y a la vez tan querida. Después de leer la última página y haber disfrutado la existencia de un Arturo que vivió hasta ser anciano, salí del salón y caminé sobre la hierba. Me eché debajo de un árbol, procesando con calma todo lo que había leído. El sol brillaba entre las hojas transmitiéndome calma. El canto de los pájaros creaba la atmósfera ideal para perdonarme a mí mismo todo lo que había pasado con Arturo, en la vida a la cual pronto regresaría. La vida donde muy pronto, los niños X tendrían su primera reunión oficial.


La vida de HoracioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora