La vida de Horacio

Día 34

Escribimos nuestras preguntas en un papel pequeño. ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué Horacio debe ir a Rusia? Necesitamos respuestas.

Saqué la paloma de la jaula, atamos el tubo con nuestro mensaje a una de su patas. María la cogió entre sus manos y salimos. "Trata de volver pronto" murmuró cerca de su oído. Le dio un beso en la cabeza y la dejó volar.

—Noroeste —dije—. Algo sabemos de ellos.

—Viven al noroeste de nuestra casa. Tienen una máquina de escribir —María suspiró—. Es todo lo que sabemos.

—Y que también piensan en Rusia —agregué.

—Si no nos responden, voy a tener que dejar de hacerme preguntas sobre Horacio.

—¿Cómo así? —pregunté. La paloma se hacía un punto cada vez más pequeño entre la niebla.

—Es como cuando te haces preguntas sobre qué pasa después de la muerte. Te das cuenta de que nadie en el mundo tiene la respuesta, y entonces ¿para qué hacerse tantas preguntas? Uno aprende a vivir así. Entonces, si no nos responden, voy a tener que contentarme con no saber. No sabré qué pasa después de la muerte, ni por qué nos escogieron a nosotros para criar a Horacio.

—Quizás nos apresuramos en escogerlo como nuestro hijo —dije entrando en la casa de nuevo.

—Espera —dijo María, cerrando la puerta tras de mí con un poco de fuerza—. Los primeros ocho años de su vida, Horacio los ha pasado con nosotros. No es poco, eh. Tenemos todo el derecho de decir que es nuestro hijo.

—Yo también lo considero nuestro hijo, ¿pero no será que solo nos quieren para criarlo? Ellos saben cosas de Horacio que nosotros desconocemos.

—No es que sepan más. Ellos no lo han visto hacer sus primeros dibujos, ni decir sus primeras sílabas extrañas. ¿Has pensado que ellos también necesitan respuestas sobre Horacio? Siguen muy pendientes de él.

Fuimos a la habitación. El televisor estaba apagado. Horacio estaba echado sobre su cama con los ojos abiertos.

—Ellos nos necesitan —insistió María en voz baja para no despertar a Horacio. Me abrazó y me quedé observando a mi hijo dormir. "Lo tengo que llevar a Rusia" pensé, sin razón alguna. "Llévame a Rusia" sentí que me decía mi hijo, de repente, como entrando en mis pensamientos. Cerré mis ojos para no enredarme más con esas ideas inesperadas, cuya aparición relacioné con el cansancio que tenía después del trabajo.