Día 300

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Diario de Marco

Eva quería que Toshiro siga usando el Missing Link para llevar más niños X al 13 de noviembre de 2017, pero cuando Toshiro cogió el juguete y se puso en frente de Nadenka (que había preferido hacer el viaje durmiendo en una cama, en vez de usar la cámara), no tardó mucho en decir:

Hoy el Missing Link no está activado. Es imposible usarlo. Necesito una especie de permiso que viene del "enorme" Missing Link dimensional, que parece tener conciencia propia.

Eva interpretó esto como un día de descanso que se debían tomar todos los niños X, antes de dedicarse plenamente a la misión.

Cuando salí de la Central, fui a ver a mi madre, que estaba deprimida por los últimos eventos.

—Vamos a grabar esta conversación, ya que será una de las últimas —me dijo mientras prendía un cigarrillo. Después de Ia partida de mi padre, mamá se dedicó a fumar varias cajetillas en cuestión de semanas. Antes de convertirme en un niño X, ya estaba muy enferma.

Saqué Ia grabadora de mi antigua habitación.

—Eres un aventurero igual que tu padre. Él no le tenía miedo al mar, y tú no le tienes miedo a las dimensiones más allá de este mundo —fueron sus primeras palabras después de apretar el botón de grabación. Debí haber respondido con otro comentario, pero no se me ocurrió ninguno.

Poco a poco me fui dando cuenta de que Io que quería hacer mamá era un monólogo, sacarse de encima todos los pensamientos concentrados en su mente por tantos años.

—Marco, fue muy duro enterarme de tu "misión" y de la decisión que habías tomado. Siempre pensé cómo serían mis últimos días, pero nunca imaginé que te ibas a ir antes que yo; claro, eso siempre y cuando no me desmaye en uno de los días que quedan del año. Quién sabe...

Era extraño sentir tanto humo en la habitación.

Debí quejarme, pero quién era yo para decirle a mi madre que cuide sus últimos años de vida. En todo caso, no llegaron palabras a mi boca para compartir con ella. No entendí por qué era tan difícil hacer un comentario. Quizás porque era una conversación atípica, sin rasgos de cotidianeidad. Iba a ser una conversación sobre el cuerpo, sobre Ia enfermedad. Un tema que siempre rondaba en la mente de mi madre, por el tema de sus pulmones, de su tos. Aunque mi salud era perfecta por el ADN Sasha, mamá y yo teníamos algo en común: nos íbamos a ir pronto.

—Nunca pensé decirte esto, pero me alegra ser muy vieja, por lo menos en este momento. Haber vivido todo Io que viví. Y porque te vi crecer y tomar tus propias decisiones, respetando tu necesidad de buscar cosas en el más allá —dio una pitada con fruición y giró el cuello antes de exhalar el humo, haciendo lo posible para que no llegara a mí, algo que no funcionó—. En eso te pareces mucho a tu padre. EI mar es algo tan insondable y desconocido y a tu papá le gustaba entrar allí, alejarse de los días repetidos en la misma ciudad.

Dio una nueva pitada al cigarro, sentada sobre la silla de madera que mi propio padre construyó: la hizo dentro de un barco y la cargó con mucho orgullo cuando entró en Ia casa después de un viaje de tres años. Recuerdo bien la escena. Mi padre era joven entonces. La silla estaba hecha para la espalda de mi madre, que no le gustaba sentarse en cualquier silla. En Ia fiesta de un embajador ella se sentó en una silla alemana y le dijo a papá que era la más cómoda en la que se había sentado durante toda su vida.

Papá había tomado las medidas de la silla extendiendo los dedos índice y pulgar, girando la mano una y otra vez, inventando su propio sistema. Y en su viaje se la pasó aprendiendo carpintería hasta llegar a la imitación perfecta de la silla del embajador.

La vida de HoracioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora