Día 168

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En la noche me atacó un dolor de cabeza, luego una tristeza inexplicable, como si una parte de mi cerebro fuera la encargada de procesar esa tristeza y alguien estuviera dirigiendo una mala energía, específicamente a esa parte. Horacio estaba bañándose, María estudiaba gramática rusa. Cuando me di cuenta de que no podía levantarme de la cama, pedí ayuda y María se acercó preocupada.

—Ayer no te sentías bien —le dije—. ¿No sentías que algo te atacaba?

—Fue una sensación rara, pero ¿acaso todo el año 2015 no ha sido eso? Un constante caminar sobre terreno desconocido. Llega un momento en que uno se cansa de estar perdido. Creo que es comprensible rendirse, por lo menos un día.

—Pero María, lo que siento ahora, no tiene que ver conmigo. ¿Viste las caras de los niños X en la reunión? Me pasa algo parecido.

—¿Crees que Horacio te está produciendo eso? ¿Vas a desconfiar también de él?

—No, eso nunca. Solo sé que algo me abruma y no viene de mí.

—Horacio Papá, ¿me parece o estás al borde del llanto?

—Es que no entiendo lo que pasa. Esta energía no viene de mí. ¡Insisto!

Horacio hijo salió del baño, girando lentamente las ruedas de su silla. Estaba vestido con su pijama, bien peinado. Cuando vio mi estado de ánimo y cómo me cogía la cabeza, me miró piadosamente chocando con fuerza las palmas de sus manos. El sonido me despertó del letargo; poco a poco fui recuperando la calma, el dolor terminó por desaparecer. Mi hijo, con un movimiento gracioso que suele hacer, se dejó caer en el colchón como un tronco recién cortado y se durmió en instantes.

—La energía negativa no viene de él —dije mientras me levantaba de la cama para prender el televisor. En el noticiero aparecían imágenes de los animales muertos del zoológico de Georgia, revolcados, encima del barro que produjo la inundación.

La vida de HoracioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora