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CAMILA

Dudar sobre lo que sientes o quieres es normal, más aún cuando la decisión que tomes traerá muchas consecuencias a tu vida.

Amo a Isaac, considero que es el chico de mis sueños y tal como imaginaba de niña que sería. Es un chico maravilloso, atento, cariñoso, comprensivo y me ama.

Pero casarme con él implica meter a mis hijos en un mundo sin salida. Aunque no sea él quién herede los negocios de su padre, al igual que yo, estamos involucrados a fondo con lo que ambas familias han salido adelante, durante generaciones.

Con el tiempo aprendí que no puedo juzgar las tradiciones ni mucho menos querer cambiarlas porque sí, no es así de fácil.

El miedo que me invade es gigante, y para muchos , innecesario. Por eso prefiero mantenerme alejada de todos, para no mortificarlos con mis problemas, y me consumo en el trabajo, como costumbre.

— Sabes que trabajar demasiado no es bueno bonita, debes parar — en vez de ayudarme solo empeora mi estrés.

— Necesito distraerme si no quiero matar a mi hermano — exclamo frustrada, ni siquiera estando de viaje puedo olvidar mis miedos y dudas.

Mi hermano me dio un golpe bajo sacándome en cara cosas que solo él sabía, pero entiendo que se siente solo y que tiene toda la razón al creer que soy hipócrita.

Pasar tiempo en una isla preciosa se ve tentador, hasta que recuerdo que tengo un compromiso en puerta, dos hijos preciosos que dependen de mi y una familia complicada que intenta simular que todo va bien.

De verdad que quiero e intento divertirme con el resto, pero como siempre, el miedo me consume. Miedo de que a los niños les suceda algo, de discutir con Isaac, de perder el trabajo de mis sueños. El miedo siempre que llega a mi vida, me consume hasta dejarme en un pozo oscuro.

— Tu hermano lo único que hizo fue decir en voz alta lo que todos pensamos — lo defiende sin problemas, a pesar de que su amiga soy yo —. Y tú, en vez de buscar una solución a lo obvio, vienes al despacho para ver si el trabajo te traga y así desapareces.

— No ayudas Adonai — exclamo aún más frustrada que antes —. De verdad que ahora mismo lo que menos necesito es más mierda revuelta.

— ¿No te das cuenta de que vuelves a lo mismo de hace un par de años? Parece que vives en bucle, repitiendo acciones que solo te hunden en vez de sacarte de donde sea que estes.

Sin decir más, sale del pequeño despacho que encontré el primer día en la casa.

Apoyo mi cabeza sobre mis manos, me siento perdida y lo único que logra el resto es revolver lo que ya sé. Recordarme que soy una mierda y que casi todo lo hago mal, eso es lo único que logran sacando en cara cosas como estas.

La puerta del despacho se abre de nuevo, y para mi sorpresa no es Adonai.

Ese par de ojos verdes me observan desde la puerta, cruzado de brazos, en silencio. Escapé luego de la mini pelea con Nicolás, y ahora me ha encontrado.

—¿De qué tienes miedo? — pregunta al fin, tranquilo, pero curioso —. Solo te comportas así cuando estás muerta de miedo, exceso de trabajo, sobreprotección y las peleas con tu hermano.

Se acerca metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón corto que lleva, imponiendo incluso cuando camina con pereza.

— Todo concuerda con un círculo vicioso que me conozco — se detiene en un mini bar y se sirve un vaso de Whisky antes de seguir, porque sé que lo hará —. No olvides que te conocí cuando salías de algo parecido, y sobretodo, que vivo contigo Camila, conozco incluso cosas que ni tú misma sabes.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora