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—Tenemos que hablar, vamos — suspiro resignado y sigo a Melissa hasta el despacho de mamá.

No he terminado de llegar de clases y ya me van a bombardear con información o con planes, a saber qué pasa.

Entramos y solo estamos los tres como de costumbre, somos los únicos que conversamos de los temas que van sobre el negocio. A mi madre le interesa que Melissa aprenda y que yo les de mi opinión desde un punto de vista más objetivo.

Jessie es preciosa, impone poder y demuestra con cada gesto que es superior a ti. A simple vista parece más una modelo o una actriz que la mafiosa más importante del mundo, pero eso le sirve y seguirá siendo así. Por algo nos aprovechamos de la belleza y la superficialidad para tapar la porqueriza que somos. Algo así como cuando una fruta esta muy bonita, lisa y sin manchas por fuera, pero cuando la abres está podrida.

—¿Qué es tan importante que no puedo ni cambiarme? — me siento en el sillón y dejo la mochila en el suelo con desgane.

—Son varias cosas — habla Melissa alternando su atención entre la tablet, mi madre y yo —. Primero, debes viajar a Rio para comprar estas propiedades — me entrega la tablet y repaso por encima los edificios y mansiones —. Segundo, hay una  carrera importante hoy, vienes conmigo — dejo de mirar la tablet y me centro en ella para procesar mejor toda la avalancha de información que suelta —. Y tercero, mañana hay una pelea, yo no puedo ir porque viajaré a Medellin, así que irás a representarnos.

—Tengo exámenes esta semana, no puedo — intento desasearme de la carga que me están sumando y mi madre me mira en silencio, analizándome .

—Cariño, los exámenes sabes bien que no son necesarios y puedes presentarlos luego, incluso estudiar en casa — usa ese tono pausado que te convence de todo —. Nosotros tres somos los únicos de la familia que participamos en el negocio activamente, ¿lo entiendes verdad?

—No es mi responsabilidad, y lo sabes mamá — le respondo un poco alterado pero sin faltarle el respeto —, soy yo quien se encarga de muchas cosas y no es justo conmigo, no me parece lo más lógico que sea yo quien limpie sus cosas y no ustedes las mías — suspiro y niego con la cabeza, al final no sirve de nada que me queje —, en fin, ojalá los sueños se cumplieran.

Ambas fruncen las cejas al mismo tiempo, asustando un poco que sean tan parecidas y que incluso los gestos se parezcan.

—¿A qué te refieres?

—No importa — me levanto del sillón y le entrego la tablet a Melissa, recojo mi mochila del suelo dispuesto a irme —. Avísame la hora de la carrera, para estar listo.

—Salimos en dos horas — responde al instante y asiento, me doy la vuelta y abro la puerta, pero me detengo para escuchar el resto —, ven solo, es peligroso el sitio al que iremos.

—Sabes que sin ellos no salgo — giro la cabeza sobre mi hombro y se muerde el labio pensativa —. No iré solo, así que no insistas.

Asiente al final y se gira para hablar con mi madre que se ha mantenido al margen observándonos. Quiere que Melissa vaya tomando responsabilidades poco a poco y que se acostumbre a organizar y dar órdenes.

Subo a mi habitación cansado, pero no físicamente, ese cansancio se va durmiendo o con pastillas, sino más bien el que es mental y emocional que te arrastra. Me siento como un zombie sin rumbo y no sé cuál es la razón.

Quizá es porque llevo una semana ignorando a Adara, repitiendo el sueño de mi muerte cada noche y despertando como si nada para fingir que todo va bien. Pero lo más agotador es esa sensación de no haber logrado nada, de que cada vez me alejo más de mi objetivo. Ese objetivo que ahora está en manos de mi madre y que maneja a su antojo, porque al final, ni aunque quiera me liberare del Cartel del León, porque es literal lo que sé dice que o sales muerto o preso, aún si no fue tu elección entrar.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora