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Se me hace extraño volver a estos pasillos, ver las mismas caras de siempre y escuchar todas las voces conversando de temas sin sentido. Entro solo porque Mhia tiene que mantener reposo al menos unas dos semanas más, y mi primo viene desde su casa.

Observo a cada alumno moverse hacia sus clases, algunos más estresados que otros, muchos con egocentrismo mirando al resto por encima del hombro y con cara de asco, algunos grupos comentan cosas de los otros y así el chisme es lo que más abunda.

Mis primeras clases las paso en solitario porque quien me tendría que acompañar esta encerrada en casa recuperándose. Todo pasa en cámara lenta, los profesores hablan despacio y tan pausado que me esfuerzo por no dormirme, por respeto.

Había olvidado lo que se siente permanecer horas y horas aquí, sentado en una mesa aprendiendo cosas que lo más seguro no necesitemos para la vida real, y que como mucho nos garantizan un trabajo o conocimientos mínimos de algo que heredaremos aún sin estar preparados.

Aguanto las miradas curiosas, pero me inquietan porque son muy analíticas. Muchos no disimulan a la hora de mirarme como un bicho raro. Lo entiendo, llevo faltando más de dos meses, o viniendo de vez en cuando, estoy solo y quienes siempre me acompañan ahora mismo no están.Es obvio que también saben del atentado que sufrimos Adara y yo, porque la información se filtró como siempre.

—¿No tienen nada mejor que hacer?— pregunto cansado mirándolos a todo con indiferencia —. Si tienen algo que decir, hablen y no se queden como idiotas.

—No te molestes Nicolás — se acerca la amiga de Adriana, fingiendo una sonrisa, se sienta encima de la mesa de mi lado y me pone la mano sobre el hombro —. Solo estamos preocupados, nada más.

—No deberían estarlo, no les afecta en nada lo que le suceda a los demás — la miro sarcástico y suelta una risita que me parece insufrible.

—Eso es cierto, pero es imposible no sentir curiosidad sobre lo que sucede — se acerca a mi oído para hablarme más en secreto —, se comentan muchas cosas, y nadie sabe la verdad.

—Y tampoco les corresponde saberla — no me alejo, pero intento usar un tono cortante para que no siga —. Vivan su vida y dejen la del resto en paz.

—Lo único que queremos saber es lo que le pasa a Mhia, no la vemos desde hace mucho, y nadie sabe nada de ella — hace un puchero y pestañea intentando convencerme —, nos preocupamos por ella, nada más.

—Ven — le señalo con el dedo y se acerca más a mi emocionada. La sujeto con disimulo del cuello sin ser extremo —. Metete en tu vida, búscate una si la tuya te aburre, pero deja a mi hermana en paz — intenta alejarse pero aprieto el agarre —. No me jodas más Valentina, porque no respondo.

Se aleja de golpe confundida por mi reacción, toca con cuidado su cuello y me mira con odio. Le doy una sonrisa falsa y me saca el dedo como si eso me insultara, pero solo me produce gracia su inmadurez.

Salgo a mi siguiente clase apenas toca el timbre e ignoro los gritos de reclamo de Valentina, me persigue pero de un solo movimiento de manos, Ernesto le impide el paso. Me encuentro en los pasillos con mi primo, que comparte esta clase conmigo. Sus ojeras son notorias y el semblante decaído, sigue muy afectado por todo lo sucedido con Mhia, al punto de que decidió recibir terapia también.

—Te ves mejor — comento entrando a la clase y me mira perdido —, te sentirás mejor con el tiempo, y ella también. Tranquilo.

—Ahora no quiero hablar de eso — mantiene su porte serio e indiferente, pero lo conozco lo suficiente para saber que se siente fatal.

Nos sentamos para atender a una de las clases más dinámicas de todas, pero que en este momento se nos hace pesada y aburrida. Es difícil volver a esto cuando creías que sería secundario y optativo, pero que de la nada se vuelve obligatorio y prioridad.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora