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Subo a ducharme para limpiar la herida y cambiar las vendas, lo que menos necesito ahora es que se infecte. 

Me ducho rápido para no perder tiempo y con los productos médicos desinfecto la herida y cambio el vendaje. Busco ropa cómoda y en menos de media hora estoy de nuevo abajo supervisando todo.

—Según las llamadas, tienen planeado atacar los burdeles porque se pasa mucha droga grande, y el club del sur por ser el menos concurrido por la élite y sí por los jóvenes, es decir, droga — escucho a Melissa atento y ella enseña los cabecillas de los grupos —. Estos tres son extranjeros, fieles a la pandilla y eran fieles a los Cáceres porque los sacaron de las calles. Sus familias están aquí — señala uno de los sitios que atacaremos —, cada uno tiene al menos cuatro hijos, y este, vive que sus dos mujeres y tres hijos en este otro — muestra el otro lugar.

—Con los niños no... — escucho decir a mi madre, es un tema delicado para ella.

—Mi hijo tampoco tenía la culpa — le digo la verdad y me mira mal.

—Aún no había nacido, ellos sí, tienen el mismo derecho a vivir.

—Perfecto, quedan vivos, ¿qué crees que harán apenas crezcan y salgan de esos orfanatos de mierda? — le pregunto lo obvio y se queda callada —. Exacto, vengarse de los asesinatos de sus padres y ahí es cuando en unos años el peso caerá en nosotros y no en ti.

—En media hora abren los clubes — dice Melissa programando los hologramas —. Simularán voces, sonido y sombras — muestra un ejemplo y todos quedan asombrados.

—Perfecto, en cuanto entren, los estaremos esperando con bombas de gas para que se asfixien y así no perdemos hombres y ahorramos escándalos — Mel acepta y mi tío también.

—El terreno ya está estudiado, la mayoría salieron y solo quedan las mujeres y los hijos — comenta mi tío —. Hay que actuar a la vez, así que vayan distribuyéndose.

Mi madre se levanta del sillón y es quien se encarga de distribuir los grupos, al final es quien mejor los conoce y sabe como programar cada cuestión.

Tiago regresa de no sé dónde preocupado, y me llama aparte para hablar.

—Mhia tuvo otra recaída, la abuela cree que sería bueno que hable con alguien cercano para que se calme — se ve muy preocupado y lo entiendo.

—Dile que llame a Camila, está con los niños y es la indicada para traerla a la realidad de forma sana y calmar la crisis — asiente y se va para llamar a la abuela de nuevo.

Regreso junto a todos para estar al tanto de todo, pero me interrumpe una llamada de Adara.

—¿Puedes decirle a tus hombres que se vayan? Mis padres se están poniendo nerviosos — parece cansada y no molesta.

—Lo siento diosa, pero ahora mismo estoy en un enfrentamiento y no me voy a arriesgar a que te suceda algo — escucho que suspira —. Diles que no pasará de un par de días, por seguridad y tranquilidad de todos.

—¿Está todo bien? — pregunta al parecer preocupada.

—La verdad es que no, pero lo estará — creo que intento convencerme a mí mismo y no a ella —. Debo colgar, avísame si pasa algo, y cuídate mucho la herida por favor.

—Cuídate — dice de despedida y cuelga sin decir nada más.

Caigo en cuenta de que escucharon mi madre y Melissa porque me miran sin creerlo, mi actitud tan sutil y preocupada. Pero no dicen nada, prefieren seguir con lo otro.

Pasan los minutos y el plan lo perfeccionamos entre todos, dandole mayores posibilidades sin recibir bajas de hombres ni armamento.

—Las bombas de gas ya están cargadas en las camionetas — dice uno de los líderes de los grupos —. Saldremos en cinco minutos y las distribuiremos en los clubes como si fuera droga.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora