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ADARA

Hacemos una parada en una isla pequeña donde anclan el yate y bajamos en busca de algo que no quieren decirme. Caminamos todos juntos varios metros hasta llegar a un puesto bastante pintoresco donde hay diferentes tipos de kayac, ropa, y otras cosas de playa.

Nico entra solo y me quedo esperando afuera con algunos escoltas, viendo el paisaje, los árboles, el mar calmado, los barcos al rededor anclados con gente dentro o nadando. Varios grupos de turistas recorren con bastones las montañas acompañados de guías que escucho hablar con mucho ánimo.

Un par de hombres salen de la tienda junto con Nicolás y Ernesto cargando dos kayac de una persona, los llevan hasta la orilla y regresan.

—¿Vamos a ir en kayac?— pregunto lo obvio sin creerlo.

—Sí, ponte esto — me entrega un traje especial para mar, creo que el que usan los surfistas —, para que te protejas del sol.

—No seré la única en llevarlo — me niego a verme tonta llevando un traje en vez de aprovechar del sol.

—También llevaré uno — me sorprendo aún más cuando lo veo ponerse el traje sin verme —,¿Qué?

—Vamos a parecer tontos... —digo en voz baja mirando el traje, la verdad me apena.

—Diosa, no pasa nada por un simple traje — se acerca con el traje a medias y me acaricia la cara —. El sol está muy fuerte a esta hora, más tarde podemos quitárnoslo y todo perfecto.

Acepto a pesar de la vergüenza que siento, pero prefiero esto, porque el tema me tiene un poco traumatizada. Dejo que me ayude a abrochar mi traje y hago lo mismo con el de él, le pongo protector en la cara y me pongo a mi misma.

Vamos hasta los kayac solos y agradezco tener un momento de soledad, intimidad y lejanía del resto de personas. Los escoltas se suben en el yate y se mantienen alertas según lo que veo. Nosotros remamos hasta adentrarnos bastante en el mar y la calma que hay es perfecta. Ninguno habla, solo nos centramos en mirar el fondo cristalino, escuchar a los pájaros pasando. Remamos bastante lejos recorriendo pequeños arrecifes que se ven con claridad, animales marinos moviéndose de un lado al otro, olas suaves que rompen en la orilla y que nos levantan al pasar.

—Mi madre fue diagnosticada con cáncer de piel — confieso de la nada, me mira en silencio esperando que siga y el momento adecuado para hablar —, se recuperó, pero ahora está muy delicada. Me llevó a revisión y me advirtieron de que si no cuidaba mi piel, podría padecer lo mismo — mantengo la vista en el mar mientras hablo, pero sé que está atento —. De hecho, debo ir cada seis meses a revisar mis pecas, ya que con el tiempo crecieron y los doctores lo tomaron como algo que puede ser peligroso con el tiempo.

—Si te cuidas lo suficiente y realizas los tratamientos que te pidan, no pasarás por lo mismo — responde sereno, tan tranquilo como solo él puede ser.

—Lo sé, pero... no sé, siento que algunas veces me vuelvo paranoica y exagero — me giro por fin para mirarlo y se ve serio, pero no molesto.

—Creo que te comportas como deberías — me mira sin cambiar la expresión,con un tono tan tranquilo que me hace sentir bien —. Sabes lo que puede ocurrir y lo evitas, eso no es malo ni debe darte vergüenza.

Me quedo callada meditando sus palabras, y es cierto. Le doy una sonrisa apenada, aún me siento tonta.

—Siento que tengas que llevar esto por mi — señaló el traje y se ríe negando.

—Fue recomendación de los de la tienda, dicen que el sol es muy fuerte y causa quemaduras graves en muchos turistas que entran al mar sin protección — se ríe tranquilo y me alivia un poco —. También aproveché para cuidarte a ti, no iba a permitir que eso pasara.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora