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—Melissa nos espera — me levanto al terminar el partido —¿Dónde está Tiago?

—No lo sé, no soy su madre — responde a la defensiva caminando por delante.

Dejo que vayan ellas por delante y salimos los tres con calma, evitando la presión de la gente que grita por el partido y por nosotros. Mi auto se encuentra en la entrada y me subo en el asiento del conductor esperando por el par de mujeres que se van a matar en cualquier momento. Se suben una tras otra y no tardan en iniciar la discusión.

—Eres una egoísta que solo piensa en sí misma, siempre haces lo mismo, siempre me dejas de lado como si fuera una persona equis en tu vida — le reclama Mhia desde el asiento trasero.

—Que tú no seas capaz de entender que la gente tiene más vida fuera de la tuya no es mi culpa Mhia — responde girándose para encararla —. Lo que te duele es que no estás siendo el maldito centro de atención.

—¿Querer saber cómo está mi mejor amiga es ser el centro de atención? Perdón, pero me parece que es al revés, siempre esperas que vaya y te busque...

—Una palabra más y se quedan en medio de la carretera — advierto cansado, interrumpiendo —. Compórtense y piensen antes de hablar, parecen niñas pequeñas.

—Pero...

Freno de golpe sin importar los autos que vienen detrás y desactivo los seguros de las puertas.

—Bájense — ordeno con seriedad —. No lo repito, bájense.

—No me voy a bajar, que lo haga ella — se queja Adara.

Me quito el cinturón de seguridad y me bajo del auto. Doy la vuelta, abro la puerta del copiloto y le quito el cinturón, bajándola sin que se dé cuenta por la sorpresa y la rapidez. Hago lo mismo con Mhia que se queja y patalea, pero no tiene tanta fuerza.

—Regresan caminando, o con Ernesto si es que las soporta. Pero yo no las voy a escuchar más — las dejo en mitad de la calle y vuelvo a subirme para conducir.

Miro por el espejo como siguen discutiendo, señalando el camino, sin creerse que las dejé tiradas de verdad. Pero más atrás viene la camioneta con los escoltas, se detienen y ellas se suben aún discutiendo. Continúo el recorrido hasta llegar al sitio donde será la carrera.

Está lleno de gente, de todas las edades y clases sociales. Muchos solo vienen a ver, pero la mayoría están interesados en las apuestas. Detrás vienen los escoltas con las chicas, más tranquilas y rojas de la molestia, pero no hablan.

—No puedo creer que nos dejaras ahí tiradas — se queja Mhia apenas llega a mi lado.

—Les di una advertencia y no me creyeron. No es mi culpa — sigo el camino hasta la parte superior de las gradas.

A lo lejos veo a Melissa con un pasamontañas cubriéndole el rostro, pero se que es ella por la vestimenta y el auto del que se baja. Hay más corredores, pero por cómo se muestran ante la gente y los gestos de superioridad, puedo suponer que son inexpertos o que han conseguido una que otra victoria.

—Pensé que no vendrías — dice Tiago nada más verme, serio, mirando a la pista.

—Te dije que volví aunque no quieras creerme — respondo mirando al frente también.

El ambiente se siente tenso, más allá de la molestia de él conmigo, de Mhia con Adara y de ellas por dejarlas tiradas. Hay algo más.

—Melissa no puede ganar esta carrera — comenta como si me leyera la mente.

—¿Por qué no?

—Hay dos corredores que deben ascender para ganar prestigio, si eso pasa, los tenemos en nuestra mano —me giro un poco para mirarlo y me imita —. Se supone que los estamos patrocinando nosotros, por lo tanto si pierden mueren, y si ganan consiguen respeto y nosotros fidelidad por confiar en ellos.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora