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Abro los ojos asustado, me reviso los manos y están limpias, estoy vestido, en una camilla, solo en una habitación. Me levanto desesperado y salgo en busca de respuestas.

—Por fin despiertas — me encuentro de frente con Melissa, viene con un par de tenis que me entrega —, vamos.

—¿Vamos a dónde? ¿En dónde está Mhia? — pregunto acelerado, mirando a todos lados confuso.

—Si me permitieras terminar de hablar, te diría que vamos a ver a Mhia — responde con mucho sarcasmo —. Mueve tu culo, llevas una hora inconsciente.

—Entonces... está viva — me siento perdido, porque creí que había muerto —, ella está bien.

—Por poco no sobrevive, tuvieron que reanimarla porque perdió los signos vitales, pero llegamos a tiempo y lograron estabilizarla — me mira preocupada —. Hablamos con el doctor, según su diagnóstico Mhia sufre de trastorno bipolar, pero no es seguro, necesita atención psicológica urgente.

—No entiendo... yo escuche que no habían podido salvarla, que perdió demasiada sangre — no me importa que me vea aturdido, porque estoy en colapso.

—Te desmayaste cuando escuchaste que perdió mucha sangre, pero en ningún momento dijeron que había muerto — me agarra de los hombros y me mira seria —, tuviste un colapso.

—¿Segura de que está bien?— pregunto ahogado por el llanto que intento contener —, ¿me juras que lograron salvarla?

—Si no fuera porque tiraste la puerta de su habitación y la sacaste de esa bañera, ella no estaría viva — me da una sonrisa comprensiva, masajea un poco mis brazos sin dejar de mirarme segura —. Perdió mucha sangre y está débil, no te voy a mentir. Pero está viva, y estable, eso es lo que importa ahora.

Siento un alivio gigante por sus palabras, confío en que si ella me lo dice es cierto. Pero el pánico sigue intacto, los nervios y el desespero del momento. Las manos me tiemblan y sigo intentando no llorar, pero es muy difícil cuando ves en ese estado a la persona por la que darías todo sin dudarlo.

—No sabía que la sangre te diera pánico — bromea un poco mientras caminamos por los pasillos.

—Cuando es la de una de ustedes, sí — admito serio, ella entiende así que no lo vuelve a decir —. ¿Lograste eliminar todo?

—Lo siento Nico, pero estás fuera, no puedo decirte nada — me mira apenada y abre la puerta de la habitación antes de que pueda quejarme —. Aún duerme, pero puedes quedarte mientras le dan el alta.

Veo a la pelirroja con los ojos hinchados pegada a su lado, la observa preocupada, con desespero, porque esa expresión de impotencia que le vi en el auto, no se le va del rostro.

—¿Cómo está?— pregunto bajito sentándome enfrente.

—Estable, según los doctores — su tono es bajo y ronco, decaído.

—¿En dónde está mi primo? — veo a mi alrededor y no lo veo, cosa que me confunde.

—Sedado — responde viéndome con intensidad —, entro en una crisis mayor cuando te desmayaste, lo tuvieron que sedar y llevarlo a una habitación.

—Creí... creí que había muerto — admito al borde del llanto de nuevo —, fue muy confuso, porque no recuerdo nada más.

—Todos creímos que había muerto — no aparta la vista de la rubia —, el doctor se explicó mal, te desmayaste, Tiago entró en crisis, yo la vi dejar de respirar... pero al final lo que quería decir era que pudieron estabilizarla a pesar de que perdió mucha sangre.

—Deberías descansar un poco — agarro su mano libre y me mira por fin —, acuéstate en el sillón, estaré al pendiente.

—No es necesario, le darán el alta en poco tiempo — se ve cansada, preocupada, estresada, todo en el mismo momento y aún no sé cómo sigue en pie.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora