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—Hay una persona que insiste en verle. Ya le advertimos que no era posible, que necesitaba una cita previa, pero no toma un no por respuesta y está causando revuelo en recepción — entra mi asistente nerviosa, pasa sus manos por su uniforme limpiando el sudor y evita mirarme.

—Tranquila Sonia. Deja que pase, yo resuelvo el inconveniente — su rostro cambia, suspira aliviada.

Es un día fácil de llevar, todo lo importante y de emergencia ya está resuelto y me siento cómodo de nuevo. Un par de semanas son suficientes para volver a acostumbrarme a lo de antes.

Espero paciente a que entre la persona que se atreve a dañar la tranquilidad de los empleados. Mantengo la vista fija a la ciudad a través de los ventanales. No estaba acostumbrado a pasar tiempo en las oficinas, pero llega un momento en que es necesario.

Escucho la puerta abrirse sin tocar, un par de pasos acercarse y ya. Espero a que hable, si tanta urgencia tenía, que la exprese con libertad.

—¿Me extrañabas?— habla por fin. Su tono es seguro, burlón. Dudo en quien es, pero al girarme lo confirmo.

Ya no es la misma. Su timidez se fue. Sus dudas se convirtieron en seguridad. Ya no es la niña con mucha vergüenza que se cubría para evitar miradas, que agachaba la cabeza y obedecía solo por no perderte. Ahora es una mujer segura, con una gran furia contenida expresada con coquetería. Ya no es la misma Lizzy que me jodio cuando confié en ella, ni mucho menos es la Elisabeth que condenaron por mi.

—Por supuesto. Siempre estás en mi mente — respondo con naturalidad. Aprieta sus manos en puños y su mandíbula se tensa —. Siempre presente, querida Lizzy.

—No tienes derecho a llamarme así. Ya no.

—¿Por qué tan furiosa?— finjo confusión y se acerca molesta —. Yo intenté ayudarte en todo momento y tú... tú me fallaste Lizzy.

—MENTIROSO — grita furiosa —. Por tu culpa estuve todos estos meses encerrada, en una puta cárcel, pagando por algo que no hice.

—Querida Lizzy. ¿Por qué crees que te soltaron?— abre sus ojos confusa, negando con la cabeza —. Tú condena por estafa y trata de personas era de ocho años, y ha pasado... unos cuantos meses.

—No no no... TU ME METISTE ALLÁ. Por hacer lo que me pediste.

—Por fallarme — aclaro y me levanto.

En estos meses ha cambiado físicamente, más desarrollada, ahora se notan más sus atributos.Se echa hacia atrás y mira hacia arriba, encarándome, pero tiembla a medida que me acerco.

—Yo no te falle. No sabía que eso pasaba dentro del edificio. Yo no era capaz de fallarte Nicolás, jamás se me pasó por la cabeza armar un plan para dañarte. Jamás — solloza agitada, me mira con dolor, con decepción.

—Siempre te he protegido, y siempre lo haré. A pesar de todo — paso la palma de mi mano por su rostro y reacciona pero no se aparta —. Créeme, que en ningún momento permití que te pasara nada, pero era necesario.

—¿Necesario meterme en la cárcel para tú estar limpio?— pregunta ahogada con el llanto.

Al final, siempre será la misma chica tímida y sensible. Aunque por todo lo pasado se haga la dura y utilice esa nueva personalidad que creo.

—Necesario para endurecerte y ayudarte.

—He pasado por tantas cosas por tu culpa... que no se porque no te he matado.

—Porque no eres capaz de hacerme daño. Ni antes, ni ahora, ni nunca.

—No me subestimes.

—Digo verdades. Jamás te he subestimado.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora