84

1 0 0
                                    

Ignoro todo lo demás y me centro en ella, en hacerla sonreír, en que olvide lo sucedido y vuelva a tener ese brillo que se borró desde que le conté lo que pasaba.

Bajamos del auto sin prisa y veo a la gente de seguridad que contraté custodiando la entrada. Por sus rasgos supongo que no son de aquí, son más bien musulmanes, y me lo confirma su acento.

—Ernesto les dará las instrucciones — miro a mi escolta y este asiente —, tendrán turnos, pero quiero todo el perímetro cubierto, nadie entra ni sale sin que yo lo sepa.

Los dejo a ellos hablando del resto y sigo a mi diosa que corre huyendo de mí, se gira unos segundos riendo divertida y sigue corriendo hasta entrar en la casa. Voy tras ella sin prisa, dándole tiempo de correr pero sabiendo que la voy a atrapar.

Entro a la habitación y no la veo, pero me giro hacia el baño y la veo intentando esconderse tras la puerta. Me siento en la cama divirtiéndome con la situación, pero no la busco.

—Puedes salir cuando quieras, ya te vi — hablo en voz alta acostándome boca arriba.

Cierro los ojos y la escucho reír acercándose, pero no me muevo. Siento como la cama se hunde, escucho su respiración acelerada por la carrera y espero a que se acerque del todo para agarrarla de sorpresa. Le doy la vuelta agarrándola por la cintura y quedo encima sin aplastarla del todo.

—¿Querías huir de mí?— le pregunto al oído y niega riendo —, menos mal, porque aunque lo intentaras no lo lograrías.

—Eso da un poco de miedo — comenta sin borrar su sonrisa juguetona pero sin apartar su mirada de mi boca.

—Amor mío, el miedo es necesario para que no olvides que te buscaré hasta el fin del mundo y te traeré de regreso las veces que sea necesario para recordarte que eres mía — me mira a los ojos un poco sorprendida y cierra la boca de golpe —. Porque lo eres.

—¿Ah si?— me reta alzando una ceja sin romper el contacto visual —, que yo sepa, no soy un objeto para ser tuya.

Retiene la risa al ver mi cara y le hago creer que me ha molestado, me quito de encima de ella pero no tarda en jalar mi camisa regresándome al mismo punto de antes.

—Eres un posesivo — dice mirándome fijamente, se muerde los labios y pasa su lengua humedeciéndolos —, y me encanta.

No me resisto y la beso, con todas las ganas que llevo aguantando por respeto a su decisión, porque en mi mente ya la he desvestido treinta veces y la dejé sin poder caminar. Es notable ahora que la toco, que me acerca más, que me agarra del cuello profundizando nuestro beso y rodeando mi cintura con sus piernas haciendo que la maldita falda se le suba hasta por encima del culo. Le quito la parte de abajo del bikini de rodillas frente a ella y me mira mordiéndose los labios mientras muevo mis manos con lentitud.

Ella por el contrario se desespera desabotonado mi pantalón y bajándolo hasta liberar mi miembro erecto y listo para entrar en ella. Sus pupilas están dilatadas, sus mejillas rojas, su boca húmeda por cada vez que se lame mirándome. Me quito la camisa y me levanto desnudándome por completo, jalo sus piernas acercándola a la orilla de la cama y abro sus piernas, sujetándola a los lados. Me agacho y lamo por encima para provocarla, chupo con ganas pero me detengo, me levanto y la penetro tan rápido que suelta un jadeo alto.

—Quítate la camisa — le ordeno sin dejar de entrar y salir con lentitud. Se quita por encima el top y el bikini, y me mira excitada.

Mantengo sus piernas abiertas, dándome mayor libertad para moverme, sintiendo como sus paredes vaginales me aprietan y se amoldan a mí a la perfección. Aprieta las sábanas curvando su espalda, gime sin contenerse y la vista es maravillosa. Sus pezones erectos, su piel erizada, sus mejillas rojas, su boca abierta y roja, sus ojos cerrados disfrutando.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora