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—Algunas veces deseo ser normal — la escucho suspirar a medida que caminamos. Me mira triste y sigue adelante —. ¿Sabes? Ir a comer un helado a un parque sin que nadie sepa quién eres, dar un paseo en bici sin que te rodeen, salir de fiesta a un sitio con más adolescentes con bebidas baratas y mucha gente.

—Eso no es tan complicado — intento animarla, pero ni yo me lo creo.

—¿Alguna vez has ido a una fiesta en donde no hayan escoltas, ni gente rica, ni nadie rodeándote para sacarse una foto?— me pregunta curiosa.

Recuerdo las veces que fui de fiesta con Melissa, y puedo decir que son las únicas que cumplen con la descripción. Pero no todas terminaron bien.

—Sí, pero no acabaron bien — respondo sincero.

—No acabaron bien porque por más que lo intentemos, siempre hay algo que nos persigue, sea el apellido, el dinero, la personalidad — se detiene para encararme —. Dime la última vez que te sentiste un adolescente común y corriente.

—No lo recuerdo — admito confuso por su pregunta.

—¿Ves? Porque no lo somos, y es un poco agobiante — no la interrumpo porque sé que se está desahogando —, toda mi vida he estado de un sitio a otro, viajando y conociendo sitios lujosos, estudiando en los mejores institutos, rodeada de amigos igual que yo — se ve estresada, a punto de explotar —. Comencé a beber para distraerme pero no funciono, seguí con las drogas pero tampoco, hasta que empecé a pelear, fue lo único que me hizo sentir normal, porque yo también siento dolor al igual que el resto.

Me quedo en silencio porque sé que lo necesita, y prefiero no interferir en sus pensamientos.

—Pero tuve que esconder lo único que me hacía sentir bien, porque no era lo que me correspondía — se ríe con sarcasmo —. A mi me corresponde ser una chica buena, la más preciosa de todas, la más inteligente, la más atrevida y coqueta. Me educaron para gustar, para agradar a la gente — se le corta la voz al confesar tal cosa —, pero al final lo único que consiguieron fue que le tenga asco.

—¿Qué hiciste cuando se enteraron? — pregunto curioso, pero por saber su actitud y como se mantuvo siendo descubierta.

—Fingir — la amargura es obvia en su voz —, fingir que no me gustaba y era solo por explorar, pero me dejaron claro que no era lo mío — se sienta en el césped sin ganas —, según ellos estoy destinada a ser una gran modelo, una gran actriz, aparecer en revistas e iluminar al mundo con mi belleza.

Me siento a su lado para estar más cómodos y al final me dejo caer de espaldas para escucharla con más atención y que se sienta más tranquila y en confianza.

—Respeto a todas las mujeres que lo hacen, de verdad que sí porque es muy difícil — se gira para mirarme —, pero yo no puedo ni quiero.

—Ni tienes porque hacerlo — mi voz es firme y segura —, eres dueña de tu vida y de tus decisiones, sean buenas o malas, son tuyas. Si quieres ser eso que te imponen, perfecto, pero si no quieres, no lo haces y ya está.

—Ojalá fuera tan fácil — me mira apenada, triste, perdida, no lo sé.

—Lo es si tú decides lo que quieres y lo que no — me siento de nuevo para quedar a su altura —, tienes muchos talentos, y puedes sacarle provecho a cada uno de ellos. Solo si tú quieres y lo deseas de verdad.

Quito los mechones de pelo que caen en su cara y los paso por detrás de su oreja, me mira con los ojos llorosos, pero más allá de eso cargados de miles de emociones.

—Ahora mismo, ¿qué quieres hacer?— le pregunto levantándome y ayudándola a hacerlo también —. Dime lo que quieras y te lo daré.

—¿Lo que sea?— pregunta coqueta, pero se ríe por la broma —. Quiero ir a comerme un helado gigante en el fin del mundo, o en un sitio tranquilo, también me sirve.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora