93

2 0 0
                                    

—Buenos días — me despierta Adara con besos por mis mejillas —, es hora de levantarse.

Me muevo intentando seguir durmiendo, pero me lo impide sentándose sobre mí. A pesar de que bebió bastante y que hemos dormido poco, se ve radiante. Tiene el pelo suelto y despeinado, sus labios finos hinchados y sus mejillas sonrojadas. Mis camisas le quedan mejor que a mí, y aún medio adormilado, me deleito con las vistas.

—Me vas a desgastar de tanto mirarme — bromea cruzándose de brazos, lo que hace que sus tetas se alcen dándome una vista exquisita.

—Es inevitable — mi voz es ronca y profunda.

—¿Tienes hambre?— pregunta animada, moviéndose sobre mí —. Podemos ir a comer todos, tu hermana aún está libre...

—¿Estás en el menú?— pregunto mirándola fijamente, pongo mis manos en sus caderas y me sonríe.

—Dime lo que deseas comer, y te lo daré — se agacha acercándose a mi rostro.

La presión de su pelvis con el movimiento de caderas me despierta del todo. Paso mis manos por sus nalgas y las aprieto sin mucha fuerza, levantándola y dejándola caer sobre mi erección matutina.

Se muerde los labios sin apartar sus ojos amarillos de los míos y me pierdo, porque toda ella me desequilibra por completo, me quita el aire y se lleva toda la cordura de mi ser. Acaricio su espalda por debajo de la camiseta y con la otra mano arreglo su pelo que cubre la mitad de su rostro. Agarro su nuca y la acerco a mí con mucha lentitud, sin cortar la guerra de miradas y sintiendo su respiración irregular.

Rozamos nuestras narices en un acto suave y delicado, cierra los ojos y la observo deleitarse con el tacto, sé que le encanta. Le doy un beso corto en la mejilla y bajo hasta su mandíbula con lentitud, sigo por su cuello y dejo un leve mordisco en el lóbulo de su oreja. Suspira y se mueve, su piel erizada la delata. Repito el mismo recorrido hasta llegar al otro lado y siento como cambia su respiración, sus movimientos lentos, los escalofríos que recorren su cuerpo.

Me gusta provocarla, al igual que a ella. Continúo con las caricias por su espalda, bajo a sus nalgas dando un leve apretón mientras mantengo el roce de mis labios con la piel de su cuello.

—No me tortures más — dice entre suspiros ahogados que me hacen sonreír.

Se mueve en círculos sobre mí, buscando más. Sin mucha presión, separo un poco su rostro para mirarla, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, miro sus labios rojos he hinchados y no puedo evitar besarla, no puedo controlarme por tanto tiempo. Nos fundimos en un beso lento, el roce de nuestras lenguas siempre va en armonía, me muerde el labio inferior sin ser brusca, toma aire y vuelve a besarme, más rápido, pero con la misma profundidad que vuelve todo aún más tenso, más placentero.

—Vas a volverme loco — digo con un tono bajo, grave, lleno de deseo.

—Ya estabas loco cuando te conocí — responde acercándose a mi cuello, pasa la punta de su lengua en un trazo pequeño que me encanta —. Yo solo complemento esa locura.

No sé qué hora es, ni cuáles son los planes de hoy. Solo sé que tengo ahora mismo encima de mí a una diosa que me lleva a otras dimensiones con solo mirarme y besarme, y es lo único que me importa.

Aprovecho que me ha quitado la manta al despertarme y la acomodo del todo encima de mi, encajando perfecto. Suelta un jadeo al caer en mi dureza y se muerde el labio con una expresión de placer. Muevo con cuidado sus bragas a un lado y toco por encima su humedad, al punto que mis dedos resbalan con facilidad, aún más cuando introduzco uno entrando y saliendo, luego otro, dilatándola para mayor placer y satisfacción. Se mueve buscando más, jadea sobre mí cuello y apoya sus manos sobre mis hombros clavando sus uñas.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora