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—Mhia va mejorando mucho con las sesiones y el tratamiento — comenta la doctora en su informe semanal —. Los efectos secundarios han disminuido al igual que las crisis depresivas que ocasionaron las autolesiones — lee por encima algo en su libreta y nos mira seria —. El entorno influye mucho en que siga evolucionando. Es un trabajo largo y de cuidado, su estabilidad depende de cosas mínimas así que es primordial que todos colaboren en su recuperación.

—Intentamos ayudarla en todo — aclara mi madre preocupada —, ¿alguna sugerencia?

—Por mi experiencia en casos como el suyo veo prudente realizar viajes o actividades familiares que le recuerden que no está sola.

—¿Cuándo podrá volver a estudiar? Quizá convivir con el resto ayude a que vuelva a la normalidad.

—Aún es muy pronto, es necesario evitar a toda costa un episodio agresivo que pueda afectar a su integridad o a la de sus compañeros — alterna la mirada buscando alguna respuesta —. Pero podría valorarse su regreso muy pronto.

—¿Existe alguna actividad que ayude con el proceso? No sé, quizá algún deporte ligero o que tome clases de algo que le gusta — quiero que se recupere pronto y buscare todas las formas posibles.

—Según me ha comentado le gusta diseñar y dibujar, seria conveniente que invirtiera tiempo en su desarrollo. Eso ayudará también a subir su autoestima y la valoración personal.

Puedo decir que es una mujer muy profesional, la única hasta ahora que no nos ha mentido ni jugado con la integridad de Mhia. De hecho ha mejorado bastante, aunque sigue tendiendo muchos lapsos de agresividad o depresión, los medicamentos algunas veces la dejan cansada y distraída, se encuentra mucho más estable.

—Eso sería todo por esta semana, la siguiente podríamos valorar su regreso a la vida cotidiana — se levanta de la silla enfrente del escritorio de mi madre —. Hasta luego.

Nos despedimos y sale del despacho con calma, es una mujer muy segura y serena, no se complica en apresurar las cosas y eso me tranquiliza. No quiero que Mhia se recupere de una día para otro, quiero que sea algo real y duradero, que se mantenga con los años y le ayude de verdad.

—Te noto ausente — comenta por lo bajo mirando algo en su móvil.

—Lo sorprendente es que me notes —respondo con amargura y me mira alzando las cejas —. En fin, te dejo con tus cosas.

—¿Por qué tanta odiosidad?— pregunta burlona, pero sabe que es serio porque cambia la expresión al instante —¿Sigues molesto?

—¿Molesto? No, decepcionado quizá — me mantengo distante porque no quiero sus discursos vacíos.

—Tienes que entender que es lo mejor para ustedes, aún son demasiado jóvenes, con una vida por delante y miles de cosas que pueden hacer sin necesidad de estar metidos en esta mierda — se le ve afligida, y me confunde porque últimamente la noto demasiado sentimental para su propio bien.

—Eso no lo pensaste cuando me pediste que dejara de lado mis compras limpias por las tuyas, tampoco lo tuviste en cuenta cuando me mandaste con una loca que casi me mata con una bomba, mucho menos lo pensaste cuando me llamabas para preguntar mi punto de vista en asuntos que según tu, no me convienen — no soy brusco, solo sincero, intento no alterarme y más bien sincerarme —. ¿Sabes la presión que sentí en cada viaje, en cada compra, con cada reforma? No, en ningún momento te detuviste a ver lo que sentía yo, o lo que sentía Tiago, porque a ti y a Josep lo único que les importa es que el negocio siga en pie y oculto, sin importar a quienes se lleven por delante.

—Las cosas no son así, aunque lo parezca...

—¿Entonces cómo son?— la interrumpo sin creer su respuesta —. Me disculparas mamá, pero cada una de las cosas que te acabo de decir son tal cual pasaron. Que ahora quieras imponer la moralidad es otra situación, pero los dos somos conscientes de que eso no existe en esta familia, mucho menos entre nosotros.

Vida perfecta (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora