31. La llamada

6 2 8
                                    


Allí, delante de todos, se sentía humillado. Pero tal vez su abuela contaba con eso y por eso se lo ofrecía, pensando que él lo iba a rechazar al privarlo de intimidad. Sin embargo estaba desesperado y todo le importaba una mierda. Así que marcó el número a la vista de todos y esperó que diera tono. Ni siquiera sentía los nervios que había experimentado antes. Estaba como sedado por la furia. Como si de una manera u otra supiera que no lo iba a conseguir. Sonó una, otra y otra vez, y a la cuarta, una voz femenina descolgó al otro lado del cable.

—¿Diga?—Le dijo en un español claro.

Pero no era ella.

—Hola, ¿está Jowy? —Se le hacía tan raro pronunciar en voz alta su nombre...

—¿Jowy? —La voz del otro lado pareció pensar unos instantes—. ¿Quién pregunta?

—Soy Rüdiguer —dijo enseguida, con mariposas en el estómago de los mismos nervios.

—Lo siento. Jowy ya no vive aquí —contestó, un rato después.

—¿Cómo? ¿Por qué? ¿Dónde vive ahora? —Se apresuró a preguntar ansioso por saber más, cualquier nueva información sobre ella era bienvenida.

—Lo siento, no estoy autorizada a decir nada más sobre los ex internos.

—¡Espere!, ¡espere!, ¿Y LB? ¿Está LB? —insistió, en un intento de hablar con ella por lo menos y que le explicase algo más o que le pasara el recado. Pero ya habían colgado.

Se quedó como un tonto escuchando la señal en el teléfono, con la vista fija en ninguna parte. Su abuela se lo quitó suavemente de las manos y colgó.

—Lo siento, querido —Le dijo pasándole una mano por la espalda, fingiendo comprender su dolor.

Enseguida reaccionó apartándosela bruscamente, cosa que alertó a los seguratas, que no se habían ido muy lejos. La miró un instante, escudriñando su cara de póquer. No veía afecto en ella, ni compasión, ni pena, ni nada. Estaba vacía. No tenía sentimientos, por eso no podía esperar de ella que entendiera los suyos. La ira iba creciendo en su interior como una llama que se extiende por un bosque seco. No quería descontrolarse, no quería hacerle daño a nadie, no quería hacerse daño a sí mismo en un arrebato de furia tan grande como lo sentía en aquella ocasión. Pero no pudo contenerse. En un impulso, cogió el teléfono antes de que nadie pudiera reaccionar y lo estampó contra el suelo haciéndolo mil pedazos, sin mirar a su alrededor, empujó la pantalla del ordenador hasta tirarla de la mesa, empezó a darle patadas a la estantería con los archivadores mientras los guardias de seguridad se le tiraban encima intentando inmovilizarlo, pero él seguía siendo tan escurridizo como cuando jugaba con Jowy al ratón y al gato, jamás consiguió retenerlo una vez le hubo dado alcance. Mofándose de ellos, pegó un empujón al contable que estaba en la puerta, tirándolo de culo al suelo, para poder salir.

Cerró la puerta tras él, colocando uno de aquellos enormes cuadros que decoraban la antesala al despacho de su abuela entre la manivela y el marco de la puerta, de manera que no pudieran abrirla desde dentro, dejándolos allí encerrados. Bajó por el ascensor hasta la sala de audiencias y estirando de las lujosas cortinas de terciopelo rojo las tiró al suelo, arrancándolas de las anillas. Salió por el pasillo acristalado y fue pegando puñetazos y patadas a todos los ventanales haciendo mil añicos cada cristal que se encontraba en su camino. Continuó, furioso, por el pasillo que conducía a su habitación, tirando y rompiendo todos los cuadros con escenas de caza y personalidades importantes que se encontraba por el camino. Al llegar a su cuarto sacó el petate que solía llevarse cuando salía de pastoreo y echó en él un par de mudas de abrigo. Volvió a salir corriendo, sin saber muy bien a donde iba, cegado por la ira, se dirigió al garaje, evitando al personal de servicio que le abrían paso al verlo venir con cara de furia, tomó las llaves del BMW, que era con el que hacía las prácticas, se subió en él y salió pitando. Derrapó en cada curva, levantando la arena del camino y se dirigió a la entrada principal. Las puertas se estaban cerrando, alguien lo había visto coger el coche por alguna de las múltiples cámaras instaladas por toda la casa e intentaban cortarle el paso. Pero la furia le impedía pensar con claridad y se sentía tan impotente y tan dolido que todo le importaba una mierda, incluso su propia vida. Así que aceleró más todavía, haciendo rugir el motor de una manera ensordecedora. O las puertas cedían, o sería el fin de una vida de tormento y agonía como era la suya.

Las puertas no cedieron.

Estaban fabricadas a conciencia y él las pillaba con las bisagras en contra. En las películas saltan en un plis plas sin hacer ni un rasguño al coche, pero aquello no era una película, ni él era James Bond. Era un miserable chico idiota, humillado y despreciado, olvidado de la mano de todo el mundo, cuya vida le importaba una mierda al resto de la humanidad, incluso a sí mismo.

El coche se estrelló a toda velocidad contra las puertas, desencajándolas de las bisagras, pero clavándolas en el suelo por su propio peso. El coche quedó hecho un amasijo de hierros a pesar de tener una estructura propia de un tanque. Enseguida llegaron dos coches más, los de los seguratas que se disponían a seguirlo en caso de que hubiera conseguido salir, así como algunos empleados que habían visto la escena y corrían presurosos para socorrer al condesito.


Lo último que vio fue la verja de la puerta frente a sus narices a través de un cristal hecho añicos sobre una chapa humeante,mientras la cabeza le daba vueltas y escuchaba gritos de alguien que se acercaba.

Una cortina roja cubrió su visión. 

Y la luz se le apagó.

Y la luz se le apagó

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ta ta ta-chánnn!

jajajaja. Sí, lo sé. Soy un poco mala dejándolo aquí. Hasta el martes no habrá actualización porque aquí es fiesta el lunes. Pero creo que podrás sobrevivir, verdad? jijiji

ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora